En la sesión de ayer del
juicio por el 23-F comenzó el turno de intervenciones de los defensores de los
procesados, después que el martes el fiscal leyera su escrito de, acusación. El
primero en intervenir ayer fue el defensor militar de Milans, teniente general
Manuel Cabeza Calahorra, que hizo un alegato plenamente justificador del
intento golpista abortado. A continuación, el letrado Salvador Escandell elevó
a definitivas sus conclusiones en defensa. del teniente general Milans, para el
que pidió la absolución. En la última parte de la sesión de ayer tomó la
palabra el teniente general Fernando de Santiago y Díaz de Mendívil, defensor
militar del coronel Ibáñez Inglés, quien hizo un discurso de similares características
al de Cabeza Calahorra. Hoy continuará la sesión, a las diez de la mañana, con
las intervenciones de los defensores.
Jornada de desastre político
en Campamento. Los defensores militares -esa figura contestada a su tiempo por
Pedrol Rius- han comenzado a repartir sus panfletos y a repartir teórica
política. El primer horrorizado intelectualmente será el teniente coronel
Valenciano, jefe de la Relatoría del Ejército, relator de esta causa, responsable
áulico de la introducción en la legislación española de la figura del defensor
militar. En su ánimo estaba la traslación de la figura del asesor militar del defensor,contemplada
en la legislación estadounidense, hasta nuestros lares. La traslación ha sido
demasiado literal y nos hallamos ante defensores militares carentes de
formación jurídica y entrando en la causa como caballos en cacharrería.Y así,
entre bromas sobre los proboscídeos bitrómpidos, ayer fue menester escuchar lo
que no está escrito, por boca de los tenientes generales Cabeza Calahorra y
Díez de Mendívil, defensores militares de Milans del Bosch e Ibáñez Inglés.
Entre ambos -el primero abrió la sesión por la mañana y el segundo cerró el
turno de defensas de estos dos implicados-, el abogado y coronel de Ingenieros
Escandell -que consiguió la absolución del general Atarés, tras el incidente de
éste con Gutiérrez Mellado- nos sirvió una lección no precisamente magistral de
filosofí del Derecho, abstrusa, profusa, confusa y difusa, que noqueó
mentalmente a una Sala que se vaciaba por momentos. Por supuesto que para pedir
la absolución de sus patrocinados.
Contra pronóstico, tomó la
palabra en la mañana el teniente general Cabeza Calahorra (el presidente
interino dejó en libertad a las defensas para organizar sus intervenciones a su
necesidad). Lento, solemne, con su intervención escrita pero improvisando a
veces, se extendió en un alegato francamente justificativo del golpe de
febrero, sin la menor conexión jurídica con los problemas legales de su
patrocinado y confeccionado tras aprovechadas lecturas del pensamiento francés
de la escuela de Charles Maurras. Ortega, Unamuno, Tarancón, Tarradellas,
Sánchez Albornoz, Castelar, Platón, Max Scheller, el Cid, Voltaire, Arzallus,
Heribert Barrera, Gracián y hasta Dios -"que escribe derecho con renglones
torcidos", por el golpe de febrero- fueron traídos por los pelos hasta la
Sala de Campamento como escombrera sobre la que cimentar la figura de Milans
como paladín "...en defensa de su dama de siempre: !España.'" (con
voz quebrada por un amago de llanto). -
Argumenta este teniente
general que la Prensa española está obsesionada por cantar las bondades de la transición, mientras
los militares asesinados por el terrorismo han sido enterrados
vergonzantemente, como soporte siniestro de una línea política irresponsable y
arrogante que ha colocado a España al borde de la escisión territorial y ha
procurado unas decisiones militares antes tendentes a la desunión que a la
cohesión. El golpe de febrero -prosigue Cabeza Calahorra- no es una intentona bananera; recuerda cómo en 1.958 el Ejército
francés propició la caída de la IV República y tres años más tarde se sublevó
parcialmente desde Argelia contra De Gaulle. Bien; extrañados estábamos todos
de que no se sacara a colación a la banda de Raoul Salan, general francés
golpista, derrotado en Indochina y Argelia por tropas irregulares, opiómano,
condenado a muerte y hoy feliz indultado en libertad por la decadente V
República francesa. Mal ejemplo. De Gaulle los condenó a muerte (aunque se
repartieran indultos), disolvió regimientos enteros y hasta castigó a los paracaidistas sustituyendo su
boina roja por otra negra, a más de propiciar bandas debarbouzes que fueron asesinando a los golpistas
res¡duales.
Aduce Cabeza Calahorra la
tragedia histórica de los ahora encausados y trae a colación el destierro del
Cid (es inevitable no recibir el mensaje apenas encubierto: "...si oviera
buen señor"); la "magistral lección de Franco en 1.936"
("lección de obediencia" tras el cierre de la Academia de Zaragoza);
la decisión de Milans de que el golpe no se produjera con derramamiento de
sangre ("aunque la Prensa no se acuerde de comentarlo"); las
declaraciones (le políticos de nacionalidades, "que no eran ficciones, ni
fantasías" y que apuntaban a la desmembración de la Patria (alude a
Arzallus y Barrera);... Miláns, en suma, y para su defensor militar, es un
hombre con el que todo español bien nacido tiene una deuda de gratitud.
Este país ha mejorado
después del 23 de febrero, fecha tras la que la clase política optó por ser más
responsable. Ahora, sin embargo, asistimos "justamente asqueados" a
una campaña de pellas de barro, de difamación sobre estos hombres, de voces y
plumas mezquinas y bastardas, de solapado juicio popular y paralelo al de
Campamento. Tras recordar a la Sala la manipulación de ascensos y destinos que
hace el Gobierno con los escalafoncillo, nos recordó que las Fuerzas Armadas no
son un instrumento del Estado. Y en un tono que, dentro de la mesura auditiva
de su exposición, resultó amenazador, apeló a la clase política (que tenga
alteza de miras, que haga inviable la tragedia, que cierre filas con las
Fuerzas Armadas y que reconozca el derecho de éstas a su propia autonomía), a
los medios de comunicación (que su gran influencia "de hoy" sirva a
la armonía nacional) y, en general, a todos, apuntando las consecuencias que el
resultado de este juicio pueda tener sobre los jóvenes oficiales.
La Sala escuchó en silencio.
Muchos observadores militares asentían. Algunos periodistas se miraban
incrédulos. Por un celemín de lo dicho el teniente general Alvarez Rodríguez
retiraba el uso de la palabra. Ni una línea del texto de Cabeza Calahorra tiene
algo que ver con el pantano judicial en el que estamos metidos y sí -de la cruz
a la raya- con un entendimiento del Estado bonapartista o prusiano. Y rasgando
un silencio mitad de satisfacción, mitad de estupefacción, el presidente en
funciones, Gómez de Salazar, dio la palabra al coronel Escandell, defensor de
Milans e Ibáñez Inglés.
Escandell. Este
coronel-letrado terminó su interminable exposición recordando que quizá
"...mi corazón de soldado me ha llevado más allá de mis modestas
condiciones de jurista". Tiene razón. La única explicación de su defensa
es que pretenda editarla. Nos aplastó bajo miríadas de citas (incluidas las
Partidas de Alfonso X), derivaciones filosóficas, acarreamiento de materiales
de jurisprudencia, relectura de las obras de García Escudero (juez instructor
de esta causa), palabras de diputados republicanos azañistas, Santo Tomás, el
padre Suárez, San Roberto Belarmino y hasta Pierre Laval en el juicio del 46
que le llevó al paredón ("Equivocarse no es un crimen"). De la Sala,
horas y horas escuchando su oratoria de cartoné, no se marchaba el público:
huía. Procesión de familiares (incluidos los de Miláns), militares,
periodistas, letrados, relatores, ujieres, miembros de la seguridad interior,
espantados todos ante la facundia y la erudición de este coronel-abogado que
recordó la deformación que de los sucesos ha hecho la Prensa, que la patria
siempre ha de estar por encima del Estado, que no se puede hablar de delitos
contra la Constitución porque todos los delitos son anticonstitucionales, que
Milans es un altruista y que Ibáñez Inglés y el propio ex-Capitán General de
Valencia deben ser absueltos por obediencia debida, el primero a su superior
inmediato y el segundo al Rey. Viene a decir el defensor que hay que entender que
a los militares los distingue "el amor a la patria, el honor, la
disciplina y el valor", principios que a lo que parece no se encuentran en
estamentos de la sociedad civil. Puede que al obrero en paro y con cinco hijos
le distinga la cobardía, la indisciplina (acaso hasta la disipación), el
deshonor y la falta de la propia estima, y, por supuesto, el desprecio de una
patria común. Acaso Campamento, este juicio, sirva para reparar en el absurdo
de este trasnochado monopolio del honor y del patriotismo. No es preciso vestir
una guerrera para tener honor y para ser patriota.
El teniente general Díaz de
Mendívil, elefantiásico, torpe en la lectura, vino a destrozar la defensa tan
elaborada de su antecesor. Aferrándose a una peculiar interpretación del
artículo octavo de la Constitución vino a decir que Milans y compañía habían
hecho muy bien en sublevarse. Frase textual de su intervención fue la
"...campaña parlamentaria contra la Policía... (por el "caso
Arregui"), o que ante el terrorismo los políticos querían
"...inmovilizar al Ejército", legítima defensa como eximente, algo de
obediencia debida y farfulleos sobre la postración del país. Díaz de Mendívil
es defensor del coronel Ibáilez Inglés; pues comenzó -¿quien no tiene un
lapsus?- llamandole Ibáñez Martín (suegro extinto del presidente Calvo Sotelo).
Quizá lo más curioso de esta
jornada pavorosa, pesada, agresiva, sólida, viscosa, resida en que ambos
defensores militares coincidieron en resaltar las excelencias de la Prensa
anglosajona. Cabeza Calahorra se hizo lenguas de una crónica de The New York Times; Díaz de Mendívil de otra de The Financial Times. Ambas referidas a la situación
española. Ignorábamos los paisanos que los príncipes de nuestra milicia fueran
adictos a tales lecturas. Una vez Rafael CalIvo Serer aseguró que había caido
en brazos de la democracia tras una atenta y continuada lectura de la Vieja dama gris -T.N. Y. T.-. Por mala que resulte -que lo esla
opinión que estos caballeros de Campamento tienen de la Prensa, si siguen
leyendo los diarios de Londres y Nueva York, procesos como este serán
irrepetibles en breve plazo. Armada.- Antes de ayer Lolín Carrés llamó a su
puerta y preguntó por él a una de sus hijas. Cuando accedió a la llamada le
espetó: "Muchas gracias por los diez años que mi marido se va a pasar en
Carabanchel". Tampoco es para tanto. Pero el general Armada, decaido,
ojeroso, solitario, no ha podido más. Ayer fue trasladado a otro alojamiento
dentro del Servicio Geográfico Militar. Estará solo y aislado de unos compañeros
de infortunio que no le miran con excesiva simpatía.
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