La vista por el intento de
golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 se reanudó ayer, después de cinco
días de interrupción por las festividades de Semana Santa, con la declaración
ante el Tribunal de los generales Rodríguez Ventosa, Ortiz Call, Centeno,
Prieto y Alcalá Galiano. Durante el interrogatorio del general de la Guardia
Civil Manuel Prieto el abogado defensor del teniente coronel Antonio Tejero,
Angel López Montero, solicitó que se inicien acciones contra el teniente
general Aramburu Topete, director general de la Guardia Civil, por si
existieran indicios de falso testimonio en la declaración que prestó por los
sucesos del 23-F. El presidente del Tribunal, teniente general Luis Alvarez
Rodríguez, intervino en numerosas ocasiones para cortar preguntas impertinentes
o reiterativas de algunos abogados defensores
.El intervalo de la Semana
Santa puede, por lo que respecta al juicio de Campamento, que haya propiciado
reflexiones pascuales entre sus protagonistas. Desde luego, ninguna jurídica o
política. Los optimistas históricos que marcharon camino de nazarenos, pasos,
costaleros, saetas, cirios y sayones, esperando que a su regreso hubiera
incidido alguna constelación de los astros sobre' este juicio en procura de un
mínimo de sentido común, habrán quedado defraudados. Nada de nada, decíamos ayer y seguimos por donde solíamos. Ayer se
cargó la mano contra el teniente general Aramburu, director general de la
Guardia Civil, poco más o menos que repuntándolo de falsificador de documento
público y, por supuesto, contra cl general Armada (todo ello a cuenta del
interrogatorio -favorabilísimo para la defensa política- del general de la
Guardia Civil Manuel Prieto). El abogado de Tejero (que no asistió a la vista),
López Montero, no perdió ocasión de sacar nuevamente a colación al Rey y la
Reina como residuo subliminal de sus preguntas y no se nos perdonó el obsesivo
machaqueo sobre aspectos de esta causa ya sabidos o sobre anécdotas que nada
aportan a la mayor verdad de los hechos, pero que acaban deviniendo en una
cortina de humo que a todos desorienta.
Así, una vez más se escuchó
la pregunta: "Cuando Tejero saludó al teniente general Aramburu, ¿empuñaba
acaso la pistola encasquillada en la mano izquierda?. Porque, de lo contrario,
no hubiera podido saludarle.
El testigo, en este caso el
general Prieto, no lo recuerda. Pero es que da exactamente lo mismo. Porque si
se quiere inducir al Tribunal a la sospecha de que Tejero no esgrimía arma
alguna si saludó con la diestra en el bicornio a su director general, alguien
tendría que recordar que Tejero es ambidiestro y tanto le da montar una pistola
con la derecha o con la izquierda. Pero, en cualquier caso, tampoco por el
camino de la extrema minuciosidad en la reconstrucción procesal del cuartelazo
vamos a llegar a alguna parte fuera de la galaxia de la mayor confusión en
detrimento de la redacción del apartado hechos
probadosa la hora de redactar las sentencias.
Ayer pasaron por Campamento,
en calidad de testigos, los generales de brigada Rodríguez Ventosa (entonces y
ahora jefe de la división de Operaciones del Estado Mayor del Ejército) , Ortiz
Call (quien el 23 de febrero mandaba una de las brigadas de la Acorazada y
ahora preside la Junta Regional de Contratación de la Región Militar de
Sevilla) y Centeno (ex-coronel de la DAC y ahora al mando de una brigada de
Infantería mecanizada); otros dos generales de brigada cerraron la jornada:
Manuel Prieto (de la Guardia Civil, en situación especial, ex-candidato de
Alianza Popular por Granada en las últimas elecciones, publicista, sin duda el galán de esta sesión) y Alcalá-Galiano, en
los autos jefe de la primera circunscripción de la Policía Nacional, a las
órdenes directas del gobernador civil de Madrid, y en la actualidad inspector
general de la misma P.N.
El primero es uno de los
generales que el día del golpe permaneció durante horas en los despachos de la
jefatura del Ejército descolgando teléfonos. Hace otra declaración favorable al
general Armada por vía de ignorancia de sus supuestas maldades anticonstitucionales.
Ortiz Calvo tampoco aporta grandes cosas: que su brigada recibió orden de
ocupar cinco emisoras de radio en Madrid y su agrupación de artillería el
parque del Oeste. Le pide al jefe de la Acorazada, general Juste, un horario de
actuación y éste le replica:"Ahora mismo". Que el general Torres
Rojas -de quien el testigo se declara amigo- no interfirió el mando del general
Juste y que cuando el propio declarante, con el papel de objetivos a ocupar en
Madrid en la mano, pregunta, "¿Quien lo manda?", la contestación
entre la plana mayor de la Brunete es "casi unánime":"Lo
manda el Rey".
Va y obedece hasta que el
propio Juste da marcha atrás. Insiste en que Juste estuvo serio, callado,
pasivo y en actitud de mando anormal, pero que no advirtió que hubiera
perdido el mando real de sus fuerzas. Por lo demás, preguntas de letrados que a
nada nuevo conducen y que nos hinchan la cabeza: que el coronel San Martín
(jefe de Estado Mayor de la DAC) tampoco interfirió a su jefe natural, que
Torres Rojas habló de la voluntad del Rey y de la simpatía de la Reina respecto
de la barbaridad de Tejero o la pregunta (puñalada de pícaro que a nada
conduce, pero que ahí queda) del letrado Segura: "¿Autorizó el teniente
general Gabeiras la salida de la columna de Pardo Zancada hacia el
Congreso?". "Pues no". A nadie se le pasa por la imaginación
estimar que el general Gabeiras pudo hacer tal cosa, pero da lo mismo. En
Campamento cualquier pregunta es posible. Particularmente aquéllas que, sean
como fueren contestadas, pueden sembrar alguna duda sobre alguna fama proclive
a las tradiciones viejas de la democracia occidental.
El general Prieto fue sin
duda el figurón de la jornada. En tanto sus predecesores en el generalato y en
el interrogatorio respondían desganados y doloridos, mayormente a base de
monosílabos, este general-político, con sus gafas de carey, uniforme de la
Guardia Civil y perilla blanca, se mostró encantado y hablador recordando sus
conocimientos dei Milans y Armada en la división 2,50 del Ejército alemán y su
peripecia del 23 de febrero. Como vive en las cercanías de la dirección General
del Cuerpo, acudió a la sede del mismo en su propio automóvil, nada más tener
conocimiento por radio del golpe en el Congreso. En la puerta de la dirección encuentra al general Aramburu, con
otros dos autos, listo para salir hacia la Carrera de San Jerónimo a recabar
información. Se une a la comitiva y entra en el palacio, junto a su director y
sus ayudantes, por una cancela estrechita; no caben los distanciamientos
físicos. Aduce, por lo que escucha a los demás y por sus siete u ocho
conversaciones con Tejero, que éste, en principio, sólo admitía órdenes del
general Armada, que lo que este teniente coronelmandaba en el Congreso trasluce que operaba
como jefe táctico de una operación de ámbito nacional, que dirigía una fuerza
improvisada "hasta para el más lego en temas militares", que sus
hombres no llevaban munición suficiente para un asedio o para un mero servicio
de custodia o correría y que, por tanto, era imposible que Tejero pretendiera
convertir aquello en nuevo santuario de Santa María de la Cabeza.
En el interrogatorio que
López Montero (defensor de Tejero) hizo a este columnista de Interviu, el letrado encontró un filón de flecos
de los que tirar en provecho de su defendido o, meramente, de la opción
política que patrocina. Así ' el general Prieto estima que antes de ver el
vídeo del asalto al Congreso ya dedujo que Tejero estaba esperando una
autoridad militar y que al ver por allí al general Armada, insólitamente uniformado
con camisa blanca y corbata negra, supuso que el elefante blanco a llegar era él y que se había
revestido para la ocasión. Por supuesto que la disciplina y serenidad
demostrada por los guardias de Tejero fue "extraordinaria", excepción
hecha de no obedecer la orden de retirada dada por el general Aramburu.
-"Ganamos, ganamos, mi
general" (le dice Tejero a Prieto).
"Yo (confiesa Prieto)
tenía curiosidad por saber quién era el jefe de Tejero para saber si ganaban o
no ganaban y se lo pregunté".
-Obedecemos al Rey y al
general Armada.
Pregunta de López Montero:
"¿Tuvo usted la impresión de que Tejero y sus guardias estaban sublevados
contra alguna institución de la nación?"
Respuesta del general
peñolista:"¡En absoluto!".
Premioso en sus
contestaciones, encantado de sí mismo, un punto teatral, satisfecho de su
primera plana, Prieto continúa aduciendo que la pistola de Tejero (la que
esgrimió ante Aramburu) estaba encasquillada a simple vista (aunque del detalle
se dio cuenta después, en el recordatorio de los hechos). Y, respecto a la
secuencia -con la que las defensas políticas pretenden arrasar a Aramburu- de
la existencia o no de amenaza física de Tejero a su director, Prieto sirve en
bandeja a López Montero su teoría de la verdad para golpear un poco más a otro
jefe del Ejército respetuoso con ' la Constitución.
Aramburu depuso sobre el
incidente de la amenaza de Tejero que si bien el general Prieto declaró en
principio no haber presenciado tal agresión (pese a estar presente y cercano),
posteriormente y en certificación privada rectificó aquella declaración, en su
favor. Ahora Prieto, levantando con la mano una copia de aquel texto, dice que
no rectificó nada, que Aramburu le solicitó urgentemente un rememoramiento escrito
de aquellos sucesos con fecha 4 de marzo de 1981 y que su declaración ante el
juez instructor tiene fecha de 31 del mismo mes. Y que mal puede rectificar a priori y que, sea como fuere, él no rectifica
nada, que no presenció amenaza alguna de Tejero contra el jefe de la Guardia
Civil.
López Montero, con voz
solemne y doliente, solicita de la presidencia que el fiscal-proceda a las
diligencias que haya lugar en función del artículo 194, apartado quinto, del
Código de Justicia Militar, por presunta falsedad en el testimonio del teniente
general Aramburu Topete. Se unen a la petición los letrados Segura, Muñoz
Perea, Liñán, Ortiz, De Miguel, Salva Paradella, Quintana y Gómez. La flor y
nata mayor crédito del sentimiento político involucionista entre los togados de
Campamento. En esta historia de falsedades sin cuento ahora quieren procesar
por falsedad al director general de la Guardia Civil, tras llenar de bofetadas
procesales a los generales Gabeiras y Santa María.
Está todo dicho. Continuó sufriendo el interrogatorio el ahora general
Alacalá-Galiano. No tuvieron tiempo los abogados políticos para apretarle bien
las tuercas. Pero qué duda cabe de que es otra de las víctimas propiciatorias a
caer hoy en el proceso de Campamento. Su actuación el 23 de febrero le llevó
hasta el riesgo físico en defensa del orden establecido. Hoy, como lo han
estado otros generales abiertamente demócratas, estará aparentemente solo en la
mesa de interrogados. E intentarán deshacer su carrera como lo han intentado
-acaso con éxito- con sus predecesores. Todavía el teniente general Santa María
está esperando (¡al menos!) los telegramas de más de trescientos diputados
agradeciéndole haberlos tildado por primera vez de lo que fueron aquella noche:
unos secuestrados. Fuera de la valiente declaración pública de Satrústegui,
sólo ha recibido la sospecha de que sus gallardas palabras de Campamento le
obstaculizan la primera Capitanía General. La clase política sigue debajo de la
mesa. La mayoría de los letrados de este juicio se frotan las manos y pagan
copas en los carromatos de intendencia del Servicio Geográfico Militar.
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