Las declaraciones del
comandante Guillermo Ostos, que el 23-F era el ayudante del general Aramburu
Topete, director general de la Guardia Civil, dieron un cierto interés a una
sesión carente de datos nuevos con la que se completaban los dos primeros meses
desde que se iniciara la vista contra los 33 procesados por la intentona
golpista. Ostos confirmó que en el Congreso, Tejero, pistola en mano, amenazó a
Aramburu con la frase "primero le pego un tiro y luego me mato", en
tanto que lo:s guardias civiles que les rodeaban apuntaban ccin. sus armas a su
jefe superior. Ostos dijo también que, en el hotel Palace, Armada les dijo que
iba a ofrecerse, a título personal, a los diputados como presidente de un
gobierno de transición, y que la segunda, tercera, cuarta y quinta capitanías
generales estaban dudosas o apoyaban a Milans. No asistieron a la sesión el
teniente coronel Tejero, los capitanes Dusmet y Alvarez Arenas, y el civil
García Carrés.
El ámbito físico del proceso
es un escenario en el que caben todas las improvisaciones e intoxicaciones. La
última, filtrada por un
general, reside en que el día 26 del presente mes esta historia se termina por
la vía del Sol y Sombra del que nos viene desde hace semanas escribiendo el
diario El Alcázar. A tenor de esta teoría contada subrepticiamente al calor de
las confidencias familiares, el Sol (que se eleva por el este) correspondería a
una Región Militar que pondría en breve pies en
pared; y la Sombra a otra
Capitanía (al oeste de la anterior) que la secundaría en la acción subversiva,
en una tenaza militar sobre Madrid. Nueva inyección de tonterías sobre
Campamento, y sobre esta sociedad, que no hay más remedio que estudiar en esta
película abstrusa en la que todo es posible.El día, que se pensaba duro en
función de un fin de semana terrorista que a todos nos tuvo con el alma en
vilo, transcurrió a este respecto sin pena ni gloria. Pasaron comandantes por
la mesita de los testigos hasta llegar al primero de los paisanos (las defensas
han renunciado a varios deponentes) el periodista Juan Plá. Adujo que Carrés
podía haber sabido de antemano las intenciones de Tejero, pero el caso es que
en la declaración de Tejero ya quedaba Plá como supuesto sablista y moroso y no
cabía esperar una declaración cariñosa desde este antiguo director de El
Imparcial. Mala representación la de la prensa en este juicio. Uno de los
periodistas que cubren esta causa se lamentaba hace unas fechas de la duración
de la misma, que se solaparía con las elecciones andaluzas -"donde se
puede ganar mucho dinero"-; acaso tanto como el que se puede estar repartiendo
para favorecer la imagen de los implicados. En cualquier caso, uno de los
importantes fracasos del periodismo investigativo español reside en este juicio
del 23 de febrero. Nadie está contando lo que existió detrás del espejo.
Por lo demás cabe un relato
detallado de la jornada de ayer de Campamento (que ustedes hallarán en páginas
posteriores) pero no un análisis de este día, fuera de la consideración de
estos justiciables como salvadores de una situación de la patria. En principio
sería necesario reflexionar sobre el escaso apego que tantos príncipes de la
milicia han demostrado por la institución monárquica a lo largo de nuestra
Historia. No hay Rey perdido que no haya escuchacio previamente el canto de las
sirenas de Ulises en forma de ruido de sables. En una visión retrospectiva de
la larga lista de asonadas que cargamos a las espaldas, son legión los
cuartelazos mero fruto de la vanidad personal, el egoísmo corporativo o la
simpleza política, que se han envuelto en la manta de la defensa de la Corona
para guarecerse de posteriores inclemencias.
Es un proceso, antes
psicológico que político, que arranca del desmoronamiento del Ejército y del
Estado tras la invasión napoleónica y el nacimiento de los caudillos populares.
A partir de ahí nace el "problema militar" español y no hay jefe de
partido o espadón de éxito que no aspire a salvar a la República o al Rey. Los
"espadones" y los "bonitos" se convierten así en el paisaje
disturbador de la política española. Y todo ello con una traslación mutua de
los peores defectos -del Ejército a la sociedad y de esta hacia las Fuerzas
Armadas- detectable en las aristas expeditivas de nuestra más reciente
historia: desde la barbarie de nuestras guerras civiles al elevado número de
generales que aquí se han pasado por las armas, pasando porque esta tierra ha
generado dos invenciones moralmente contestadas desde niveles superiores de
civilización: los campos de concentración (la isla de Cabrera, suplicio y
miseria de franceses derrotados en Bailén) y las "aldeas estratégicas"
inventadas por el general Weyler en Cuba para aislar a los rebeldes contra
España y cruelmente copiadas y mejoradas por el general Westmoreland en la
última guerra de Indochina. Una historia de crueldades, retiradas coloniales,
perdida del élan y hasta
del espíritu inspirador de Beau
Geste, y ulterior intervencionismo
interior en el supuesto inadmisible de que el fracaso militar es consecuencia
de la corrupción e ineficacia civil.
Nada nuevo aunque en esto
España fuera pionera. Por ese camino de Damasco han pasado los Ejércitos de
Francia- humillados sucesivamente por Hitler, Ho Chi Minh y Ben Bella-, de Gran
Bretaña -Mountbatten evitó una guerra de liberación india contra Londres
dejando la escabechina a manos de hindúes y musulmanes- y hasta de Estados
Unidos, curado en su retírada vietnamita por el precedente de un presidente
mediocre como Truman que para los pies a un Césarcomo
Mac Arthur, proclive a destruir la democracia americana.
Y un heredero de estos
Ejército, en busca de su identidad perdida se sienta inquieto en el banquillo
de terciopelo de Campamento: Jaime Milans, descendiente directo -precisamente-
de un caudillo popular del XIX. No cabe interpretar su pensamiento, pero puede
deducirse que no termina de creer que se encuentra encausado, sentado en
un banquillo y a la es pera de la sentencia sobre sus mal dades civiles. Ya ha
dado pruebas de ello; él y la mayoría de los jefes del Ejército que le
acompañan en el trance. Se aferran, además de a su soberbia, a dos escarpias
legales: obediencia debida a un superior y estado de necesidad. La su puesta obediencia golpista a un
mandato real cae por su peso ante el simple comportamiento del Rey en la tarde
y noche del 23 de febrero. Y lo del estado de necesidad es el mayor error de
apreciación mili tar desde la carga de la brigada ligera en Balaciava. Lo del
estado de necesidad no lo arguyeron ni los antifranquistas en su larga lucha
contra la dictadura, por cuanto esgrimían valores de más alta cota de moralidad
política. Pero no estaría de más, ahora que tan de moda está recordar los
balances negros de la democracia, tirar de viejos dagerrotipos: miseria y
hambre fisica, gasógeno y aislamiento internacional vergonzante, guerrilla
urbana y rural durante años y con bajas de la Guardia Civil típicas de guerra,
penicilina ob tenida de contrabando en los ba res de prostitución de Madrid,
atentados directos contra los aparatos de la seguridad del Estado, garrote y
fusil contra quienes disentían, tercermundismo, metílico, Redondela, Matesa,
Ribadelago, inundaciones mortíferas en el Vallés, Valencia y Sevilla, pobreza
cultural, desprecio exterior, sometimiento militar al Ejército estadounidense,
accidente nuclear en Palomares, derrota táctica ante Marruecos en lfni,
descolonización antiespañola en Guinea, salida del Sahara faltando a la pala
bra de Estado dada al Polisario y a las Naciones Unidas, etc...
Es verdad que el terrorismo
que ahora soportamos es intolerable; pero lo es esencialmente para unos
millones de españolas y españoles que nada tuvieron que ver con los errores
políticos que dieron pie a las barbaridades de hoy. Estos crímenes que ahora
padecemos son recusados por la ciudadanía, pero no pueden ser traídos a cuento
por los golpistas como estado
de necesidad. No se trata de
someter ahora a proceso a una determinada forma de régimen, sino a unos
soldados perdidos que han jugado sus cartas contra el viento de la Historia. Es
una tentación tan vieja como el hombre entregado al oficio de las armas y que
no tiene por qué mover a compasión o comprensión legal. Tampoco a desprecio:
nadie se solaza imaginando a estos soldados en pijama de rayas ni nadie
pretende arrebatarles sus dignidades noblemente ganadas. Pero ya está bien de
presentarles bajo esa luz artificiosa de mártires de los buenos deseos de la
comunidad. Si hubieran ganado ya estarían mandando sin contemplación . Ahora
han perdido y se ven sometidos a una ley clemente que les permite servirse de
las libertades que querían derogar.
Y si este juicio se termina
bien, con grandeza para todas las partes implicadas -sociedad civil, milicia,
encausados, defensores, fiscal, prensa- podríamos encontrarnos felizmente
abocados a la desaparición del problema
militar español, y a la
dedicación de nuestros soldados al desafío tecnológico que tienen por delante y
al olvido de la tentación interior como resultante de frustracciones
históricas. La última ofensiva de ETA nada tiene que ver con este asunto, por
más que la utilicen losjabalíes del
juicio. El pacto del capó -que acabará injurídica e
impolíticamente poniendo en la calle a los tenientes de la Guardia Civil-
tampoco tiene roces con esta historia. Aquí no hay otro estado de necesidad que la mala suerte de un país que,
ante sus problemas, ha de comprimirse en el escaso espacio que media entre la
primera silla de Milans y la última -vacía- de Carrés. Eso sí que es un estado de necesidad. Y ese es el chantaje vacuo del que hemos
de escapar.
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