El presidente Raúl Alfonsín
designó como nuevo ministro de Defensa a Germán López, hijo de emigrantes
gallegos, quien hasta ahora ocupaba el cargo de secretario de la presidencia
con rango ministerial. López sustituye al fallecido Roque Carranza, quien a su
vez ocupó el cargo del también fallecido Raúl Borrás. Todos, íntimos amigos y
estrechos colaboradores del presidente.Germán López, de 67 años, casado y con
cinco hijos, es hijo de emigrantes republicanos españoles de Sada (La Coruña).
Químico de profesión, durante 40 años la política ha ocupado la mayor parte de
su existencia. Al aceptar la cartera de Defensa ha dado, sin lugar a dudas, la
mayor prueba de amistad personal y política que Alfonsín pudiera recibir. Al
igual como Napoleón siempre quería tener la artillería a mano, como una
pistola, Alfonsín sólo descarga el Ministerio de Defensa sobre sus hombres más
próximos y de la máxima confianza, que, como ya parece norma, no sobreviven más
de un año en su despacho. Tan es así que podría asegurarse que, por primera vez
en Argentina, son contados los aspirantes a ministro de Defensa.
López, como secretario de la
presidencia, coordinaba y seguía el trabajo del Gobierno desde el despacho
lindante con el de Alfonsín, con quien compartía la misma sala de espera de las
visitas. Este nombramiento, una vez más, denota el lógico interés del
presidente de la República por mantener la política militar bajo su directo
control.
La etapa que afrontará
Germán López es aún más dificil que la que recorrieron Raúl Borrás (el arranque
de la democracia) y Roque Carranza (el proceso a las tres primeras juntas
militares de la dictadura). El Gobierno y la democracia ya no tienen la fresca
hermosura de los primeros meses y la dureza de las condiciones económicas
amargan los años de la transición. Aquí, el desencanto son los malabares que el
argentino medio ha de hacer para llegar a final de mes.
Un año de tensiones
En este contexto, rebajado
de entusiasmo democrático, López tiene por delante un año de tremendas
tensiones, de las que las más suaves serán el fallo definitivo sobre la
apelación del fiscal Strassera a la condena de las juntas y el embroncamiento
militar por los recortes a sus presupuestos. Lo peor es la segunda ronda de los
grandes procesos argentinos que se avecinan: el fallo por la pérdida de la
guerra en las Malvinas, las sentencias contra el segundo escalón de la guerra
sucia -Camps, Chamorro, Acosta, Astiz- y la posibilidad, abierta por la
sentencia de la Cámara Federal de Apelaciones sobre las juntas militares de la
dictadura, de que sean procesados individualmente los jefes, oficiales y
suboficiales involucrados en la barbarie de la represión.Las fuerzas armadas
argentinas están resignadas a entregar cabezas de turco para reparar sus
crímenes, pero no a entrar en una justicia pormenorizada, tal como reclaman las
ya divididas Madres de la Plaza de Mayo. La Armada ha sido particularmente
violenta en la defensa del teniente de navío Astiz, acusado del secuestro y
muerte por torturas de dos monjas francesas, y del homicidio de una adolescente
sueca.
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