Antes que estallara la
crisis de los mamotretos de cemento erizados de ferralla intenté con mi médica
cruzar turísticamente a Gibraltar. Al ver nuestros documentos el guardia civil
se puso jocoso:”Por nosotros, adelante, pero le apuesto lo que quiera a que la
chica no pasa”. Extrañados seguimos andando hasta la garita peñonera donde un
Bobby de guardarropía nos detuvo con cerrado acento andaluz:”La mujer no puede
entrar”. Como acostumbro, hice el ridículo intentando explicar lo obvio:”La
doctora es de nacionalidad española y lleva el pasaporte de la Unión
Europea”.”Da lo mismo; aquí pone que es nacida en la ciudad de La Banda,
provincia de Santiago del Estero, República Argentina. No tiene paso”. Hacía
años de la guerra por las Islas Malvinas y Londres con Buenos Aires habían
reestablecido relaciones diplomáticas plenas pero asistíamos a la flagrante
ilegalidad de que un policía gibraltareño vetara a una española por haber
nacido en el fin del mundo y como si estuviera en busca y captura
internacional. Mi médica se mustió disipados sus sueños de arrasar
“Mark&Spencer “, té inglés y” Harrod´s”; regresamos a Algeciras convencidos
por los hechos que aplicar la Ley del Peñón es tan frustrante como patrocinar
una pasarela de lencería en la Meca. El incidente fue mínimo, pero revelador de
lo atrabiliaria que puede ser una piedra.
Muchos años antes pasé una larga tarde en
casa de Fernando María Castiella, a la sazón Ministro de Asuntos Exteriores de
Franco, en la que en un interminable monólogo me explicó su teoría sobre la
recuperación de Gibraltar con tanta pasión que no me extrañó que sus propios
colegas le llamaran:”El Ministro del Asunto Exterior”. A Castiella, un
demócratacristiano sin democracia, no le faltaba razón en una cosa: que con
Gibraltar no teníamos ninguna frontera ni puesto aduanero, y que lo de la verja
era un paripé virtual, como diríamos hoy. Sostenía Castiella que mientras las
colonias del siglo XIX se quedaron en el mismo sitio durante la descolonización
del XX, salvo rectificaciones fronterizas en Estados artificiales, la colonia
gibraltareña es una cosa que se mueve y expande, avanza sobre el istmo,
establece aguas juridiccionales
(concepto inexsistente para el Tratado de Ütretch) y alarga su pista de
aterrizaje ampliando su espacio aéreo. Por aquella época de desarrollo
turístico se había creado en Santa Cruz de Tenerife una playa artificial con
arenas del Sahara español (Seguía el Hamra y Río de Oro ) cuando el proyecto
comenzó a moverse ominosamente al nacer de sus huevas millones de escorpiones
africanos. Hubo que embarcarlos con topadoras y arrojarlos a alta mar.
Castiella era el biólogo que intentaba detener los extraños movimientos
cortándoles el riego sanguíneo. Incluso se llegó a considerar la instalación de
aerostatos cautivos en la Línea de la Concepción para dificultar el tráfico
aéreo, pero se desistió so pena de una catástrofe. El Penón quedó semiaislado,
tuvo que optar por Tánger como puerto de referencia y captó mano de obra
marroquí. Falló Laureano López-Rodó, Ministro- Comisario del Plan de
Desarrollo, que no pudo acabar con el paro en el Campo de Gibraltar, ni dar
empleo a los miles de españoles que trabajaban para los llanitos. Tal como
ahora mismo, Castiella fue un hombre singular que como jovencísimo catedrático
de Derecho Internacional, se alistó como raso en la división250 de la Wermacht
luchando en el frente de Leningrado tras jurar lealtad al Fhürer. Sabía hasta
de la inutilidad militar del Peñón. En Crimea, la inexpugnable fortaleza de
Sebastopol, había sido tomada en dos días por el General von Manstein, lo que
le valió el mariscalato. En la entrevista Hitler-Franco en Hendaya se explicó la
logística de la toma de la Roca mediante
artillería pesada que cerrara sus bocas de fuego y comandos que asaltaran las
galerías excavadas. No se trataba de un sitio sino de un golpe de mano que
convertiría el Mediterráneo en un lago nazi. Hay que admitir que Franco tuvo
valor diciéndole que no al amo de Europa, con pretextos de gallego. El
intelectual falangista, Antonio Tovar, bilingüe en alemán e intérprete de
Franco, relató que Hitler, mirando al vacío, barbotó:” Ésta es la hora de
obedecer”. Winston Churchill trasmitió a nuestro Embajador que si no entrábamos
en guerra el Reino Unido devolvería
Gibraltar. El Duque de Alba emprendió el peligroso vuelo a Madrid, entre el
avispero de cazas alemanes e ingleses, para dar cuenta a Franco del recado, al
que áquel contestó:”Que se lo pongan por escrito”. El Dictador ya había
certificado que Gibraltar no valía una guerra, y hasta los más hostiles
historiadores reconocen que le hizo un gran favor al Reino Unido. Luego dejó
languidecer la doctrina Castiella( excepto para la propaganda) hasta que la
desolló Felipe González abriendo la verja y reconociendo tácitamente nuestra
tercera frontera propia del pensamiento mágico de Fernando Morán(un socialista
utópico) y Moratinos, un hedonista del Tercer Mundo. A cuenta de la Guerra por
Las Malvinas, Gibraltar fue el punto de encuentro y partida de la fuerzas de
tareas británicas, que habían requisado en el Mediterráneo hasta los cruceros
de placer. Un equipo de buceadores de combate argentinos nos metió por la
valija de “Aerolíneas Argentinas” su parafernalia y minas magnéticas para golpear desde
Algeciras cualquier cosa que flotara bajo la Unión Jack. Aún se ignora si
fueron detectados por la inteligencia británica o española, pero fueron
detenidos y re enviados a Buenos Aires para no crear problemas. Otro buen favor
rematado por el efímero Presidente Calvo Sotelo diciendo en Cortes que Las Malvinas
y Gibraltar eran conflictos distantes y distintos. Poco después me encontraba
en Buenos Aires con un Adolfo Suárez encolerizado por la actitud mansueta de su
delfín. Para Suárez no podíamos alinearnos con la dictadura del Teniente General Leopoldo Fortunato Galtieri (en Argentina son obligados dos nombres
porque solo tiene validez el apellido paterno)pero tampoco podíamos ser
completamente ajenos al destino de un archipiélago austral que perteneció al
Virreynato español del Río de la Plata. Más atenciones.
Inglaterra sabe que España nunca ha
tenido una política interpartidista sobre Gibraltar y que solo hacemos la rana,
de salto en salto, e incluso de régimen en régimen. Si se hubiera incluido en
la Transición la doctrina de Castiella hoy Gibraltar le saldría tan caro a
Londres como Las Malvinas, pero sin expectativas de gas y petróleo. Pero en el
PSOE gobernante se llegó a hablar que la entrega a Marruecos de Ceuta y
Melilla, y Olivenza a Portugal, crearían una inercia geopolítica que nos devolverán
Gibraltar. El recreo que quiere desmontar el Ministro García-Margallo será
efectivo si tiene continuidad más allá del PP, si se calla Trinidad Jimenéz,
gran experta internacional, si se cierra el chiringuito financiero y fiscal y
se acaba con el punto negro gaditano de paro europeo. Gibraltar puede ser una
base hispano-británica y hasta los monos de la Roca pueden tener el pasaporte
británico de la UE como el que rechazaban a mi médica. Picardo es un
picapleitos becado en Oxford y de abuela española. Podríamos darle nuestra
nacionalidad. Y la siembra de dados de concretos es como la playicie de
alacranes santacruceñas. Ya lo titulaba, precisamente Shakespeare:” Mucho ruido
y pocas nueces”
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