De haberse constituido
en 1.945 al finalizar la II guerra
mundial, el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo habría ordenado la
liberación inmediata de la jerarquía nazi y su indemnización por el encarcelamiento
discrecional a manos de tropas aliadas. Pesaban las evidencias de la Soah y el
exterminio programado de gitanos, homosexuales, republicanos españoles,
discapacitados o minorías étnicas no arias o caucásicas, pero los juicios de
Nüremberg fueron ilegales. Aunque con
gran inacción los jueces británicos advirtieron que aquello era una
representación de la latinidad “Vae víctis” (“! Hay de los vencidos! ”), y
hasta el poco intelectual Curtis le May,
alias “Pantalones de acero”, responsable del bombardeo estratégico sobre Europa
y Japón, admitió que de haber perdido la
guerra los Estados Unidos a él le habrían ahorcado el primero con toda
propiedad. Más que ilegal Nüremberg fue impecablemente alegal, antijurídico, porque
no existía jurisprudencia sobre delitos contra la Humanidad ni siquiera el concepto de derechos
humanos, lo que no fue óbice para que colgaran a la plana mayor nazi que no tuvo la inteligencia de suicidarse antes.
Ya se sabe que Dios escribe derecho sobre renglones torcidos.
El Tribunal de Estrasburgo
lo tomamos como si lo presidiera el Mahatma Gandhi o Bertrand Russel y sus
togados reencarnaciones de los padres de la patria europea como Schumann,
Monet, De Gásperi o Adenauer, y solo es otra institución unitaria integrada por
desconocidos leguleyos designados en terna por los Gobiernos para recompensar
conductas políticamente obsecuentes, como la del magistrado español Luis López
Guerra, herramienta del ex Presidente Zapatero. Cuando no se cumplen las resoluciones de las Naciones Unidas los de
Estrasburgo exigen inmediatez para sus sentencias y les satisfacemos con
premura. La idiocia de la “doctrina Inés del Río” confunde la lógica
irretroactividad de las leyes con la libre administración de beneficios penitenciarios en cada país. Con Estrasburgo
vigente Hermann Góering no hubiera tenido que masticar su cápsula de
cianuro. Estos funcionarios de la ciudad
francoalemana solo pueden ser absueltos por ignorancia invencible de lo que ha
supuesto el terrorismo en España. Colocando el catalejo al revés
contemplan los derechos humanos de los asesinos (que los tienen bien servidos
excepto cuando la izquierda opta por meterlos en cal viva) y necesitan microscopios de alta
definición para advertir la inhumanidad a que han sido sometidos los victimados.
Los asesinados por Inés del Río no pueden sonreir como ella ni aún saliendo de
sus cajones.
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