Volé a Córdoba, centro universitario, industrial y geográfico –
relativo de Argentina y completos mis cuadernos de notas carreteé hacia las
serranías circundantes, a Alta gracia, pueblo residencial de tuberculosos, para
visitar la tumba de Don Manuel de Falla. Cumplido el rito funeral acudí a la
casa del último Virrey del Rio de la Plata donde se subastaban sus muebles,
adquiriendo por miseria dos butacones que restaurados aun me duran. Santiago de
Liniers y Bremond fue un oficial naval Francés al servicio de España, arrojado,
competente, aventurero y, por supuesto, un mercenario, pero también un hombre
de honor. Después que el vasco Blas de Leza, cojo, manco y tuerto, hiciera huir
de Cartagena de indias a una flota varias veces superior en número a sus
escasas fuerzas, la flota inglesa intento por dos veces la invasión de Buenos Aires, siendo rechazada por el
marino francés. Habiéndose nombrado un nuevo Virrey que nunca llegaría a tomar
posesión dieron el interinato al marino francés por su pericia militar. Liniers
espada en mano y a la cabeza, saco a la chusma portuaria de la Boca, San Telmo,
El Riachuelo, y, cuerpo a cuerpo arrojo a la infantería inglesa al delta del
Paraná. Ya se estaban insurreccionando los criollos en el Cabildo de la ciudad,
no llegaba el Virrey y ofrecieron a Liniers unirse a la conjura
independentista. Prefirió ser fusilado antes que faltar a su palabra en al Rey
de España. Leza y Liniers, un vasco y un francés, son representativos de lo que sería un nacionalismo político
correcto.
El alcalde de Móstoles y los sublevados el dos de mayo sabían muy
poco, o nada, de la Revolución Francesa,
y aquella patriada la preño un nacionalismo de xenofobia por cuanto hasta 1812
no se reconoció que la soberanía residía en el pueblo y no en su monarca. Mejor
José I Bonaparte (“Pepe Botella” para el vulgo aunque era abstemio) que el absolutismo
de Fernando VII. Exiliado Napoleón,
tropas francesas, los cien mil hijos de San Luis, entraron en España y nadie
alzo un trabuco. Desde aquel españolismo
fallido nuestra Historia hace una elipsis hasta el franquismo. El98 fue una
llorera, una depresión nacional y el buen caldo de cultivo de un
regeneracionismo (escuela y despensa) que nadie puso nunca en práctica.
Cánovas: “Es español el que no puede ser otra cosa”. Antonio Machado:”La España
de charanga y pandereta…”y hasta el que inventen ellos de Miguel de Unamuno. El
largo transito franquista no podía ser
otra cosa que rehén de un nacionalismo desvirtuado (Franco y sus conmilitone4s
eran hijos de la guerras marruecas) y adosado a los triunfantes totalitarismos
de su época. “España es una unidad de destino en lo universal”. Quien
suscribiera hoy esta frase (algo lirica) seria tachado de fascista por
pertenecer al discurso fundacional de Falange por José Antonio Primo de Rivera,
y luego difundida “ad nauseam”. Sin embargo es una cita textual de José Ortega
y Gasset que ha quedado inservible. Y es que la suerte de hemiplejia mental
(también Ortega) entre derechas e izquierdas impera desde hace casi tres
siglos, y distribuyendo el nacionalismo a las primeras, hace desconfiar a las
segundas. Don Pelayo, que no fue nacionalista español, pasa a ser símbolo de la
construcción del país, y el conde Don Julián traidor por antonomasia por abrir
el Estrecho a Greb-al Takil (Gibraltar) y las hordas musulmanas de un
nacionalismo de cuando no existían los nacionalismos. El nacionalismo es
romántico y decimonónico, muy de Shelley y Lord Byron, y del “Frankestein” que
escribió la mujer del primero. Una
historia de retales humanos camino de la liberación griega de los otomanos. El
nacionalismo hizo del siglo XX el más cruel de la Historia, y hasta Stalin
prevaleció la madrecita Rusia sobre la URSS para enfrentarse a los caballeros
teutones. El nacionalismo heroico ya fue y no se recupero ni con la
descolonización de la postguerra mundial. No existe nacionalismo en los
dos Congo, aunque en Asia destacara
Vietnan por haber sido un pueblo imperialista en Indochina. Hoy el nacionalismo
se degrada hacia la formación de nuevas fronteras en el mundo de la
globalización y la internalización de la economía y la cultura, y sus patéticos
ejemplos corresponden a Kosovo y Sudan del Sur. Desde Alemania los politólogos
difundieron el concepto de “patriotismo constitucional” cuya razón suplía el
sentimentalismo nacional. Para nosotros el problema reside en que contamos con
fuerzas políticas que no aspiran a reformar la Carta Magna para adecuarla a
nuevas necesidades, sino que quieren otro texto, republicano y confederal, con
derecho independentista para Señoríos ( Vizcaya) y Condados (Cataluña) que
emula en desquicio el cantonalismo de la I Republica. El único nacionalismo
español es el de la sociedad conservadora, la mayoría silenciosa, gran colchón
protector de los ejercicios sobre el alambre de la clase política. El pueblo
soberano si es españolista pero con la
practicidad de la bandera. La bandera de España no viene de un acto heroico, ni
de una mala copia ni de un capricho dinástico. La Armada tenía problemas de
identificación nocturna y entre brumas, y sus ópticos dieron conque la
combinación de colores rojo y gualda
era la más visible en tiempos adversos para mantener unidas las flotillas.
Carlos III ordeno que se izara ese pabellón señalero en el torrotito de sus
naves, y, por las mismas razones lo convirtió en bandera nacional. Aborrecer la
enseña constitucional es como odiar el faro de la escollera.
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