Los reyes mueren rodeados de mirones, y los palaciegos contaron que expirando Alfonso
XII dijo a María Cristina Hausburgo-Lorena: “Ya sabes; de Cánovas a Sagasta y
de Sagasta a Cánovas. Y cuida el coño”. Gran parte de las turbulencias de
nuestro final del XIX fueron aliviadas
por el postrero consejo cuando ya manteníamos grescas con Alemania por
archipiélagos del Pacífico. Cuando en la
Transición reabrimos el registro de los partidos se anotaron tantos que
llamamos aquello “la sopa de siglas” y no cabían en los periódicos. Se
inscribieron las ideologías históricas, una pléyade de partidos comunistas, las
vindicaciones más curiosas y hasta
rencores de catálogo. El sentido común, el voto útil, estableció nuestro
bipartidismo porque UCD era una formación instrumental para el salto de una
dictadura a la democracia, y ya presumió el sardónico Pío Cabanillas que “…nos
van a dar por el centro”. Los españoles nos hemos acogido a ese macizo templado
del centrismo con sus correspondientes alas no extremistas. Hemos votado a una derecha refundada varias veces y a una
izquierda socialdemócrata que se busca a si misma desde la jubilación de Felipe
González. El reparto de poder no fue proporcional y el PSOE goberno más de 20
años y el PP 11, con lo que las
izquierdas no deben dolerse de la frustración de sus propósitos. Además el
bipartidismo fue imperfecto, precisando el apoyo de derechas nacionalistas y pedigüeñas. No
nos fue tan mal. Analistas avisados dan por muerta esta alternancia asimétrica
por una situación de tetrapartido o una capacidad decisoria del circo sin
carpa, el supermercado de las estanterías vacías de los guitarreros del trío
calaveras Iglesias-Errejón-Monedero, tres para el Panteón de Hombres Ilustres.
Líderes distintos y distantes como Rajoy y Felipe González diagnostican la
catástrofe en puertas. El bipartidismo Podemos-PP será el atávico
pluscuamperfecto de subjuntivo del español recién arrancado del latín. Como el
exquisito intelectual que preside Venezuela y habla con los pajaritos, nos
higienizaremos el orto con una piedra.
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