Acudí de oyente a una conferencia en Hannover, Baja Sajonia, ha cincuenta kilómetros de la onírica villa
medieval de Hamelín. En mi ignorancia, que es mucha, creía que lo de las ratas
y los niños eran una fabulación de los hermanos Grimm y no una variante de
leyendas datadas con exactitud en 1.284. El misterioso flautista limpió de
roedores el poblado ahogándolas en el río, y al no recibir pago arrastró con su
música a los niños hasta encerrarlos en el seno de una montaña. Pudo ser una
leva para trabajos infantiles, una emigración de adolescentes o alguna peste de
infantes. Pero en las fiestas de Hamelín la banda cesa de tocar cuando emboca
la calle mayor para que los críos no vuelvan a perderse tras un son. Nuestros
flautistas, hijos del Foro de Sao Paulo para salvar la memoria comunista del hundimiento
del socialismo real, dirigen esta marcha hacia la nada de un cuerpo de marea
electoral angustiado, bienintencionado y desinformado. Los soplaflautas no
consiguen armar un programa económico legible, pero dejan claro que consideran
un robo la propiedad privada y que las libertades informativas las garantiza el
Estado. Segunda vivienda pero con exacción impositiva, y “Granma” e “Izvestia”
para todos. Lo esencial es tomar el poder trepando por el garantísmo
democrático horadándolo por dentro según el agónico modelo chavista a
preservar. El llamado socialismo del siglo XXI es populismo de cahiporra,
prisión para opositores y asesinato de misses y estudiantes en manifestación.
Maduro por Monedero, el de las cuentas del Gran Capitán. España votará lo que
le pete, pero si Podemos y sus flecos
acaban desplazando al PSOE a una tercera posición el país resultará
ingobernable, y si abduce a la socialdemocracia se disparará el gasto público y
regresaremos a la casilla de salida del final de Zapatero con crujir de dientes
para todos. Merece la pena meditar esta larga jornada de reflexión. Tocan el
caramillo americano, no los conciertos de flauta de Mozart.
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