Desde que hace 33 años se constituyó en Autonomía, Andalucía es
gobernada por los socialistas, en solitario o con socorro testimonial. Pero
algo tendrá el agua cuando la bendicen. Esta campaña ha parecido de fin de
mileno, como si en ella se oficiara la muerte del bipartidismo. La única sorpresa que podrían
deparar estos comicios hubiera sido el triunfo del PP y de una alternancia,
pero seguimos en las mismas. El pleito de Susana con IU fué artificioso y no
tendrá ahora un gobierno más sólido que el precedente, y a la postre solo los que asan la manteca convocan elecciones
anticipadas sin garantías de triunfo arrollador. Esta votación se ha dado con
el trío estable (PP, PSOE, IU) ampliado al sexteto con Podemos, Ciudadanos y
UPyD, nuevos en esta plaza. Dos debutantes han robado sufragios a los clásicos
pero ninguno podrá alardear en esta capea de haber abierto brecha en el tan
repentinamente denostado bipartidismo imperfecto, tan mejorable, pero que ha
permitido que los españoles no juguemos a aprendices de brujos y hagamos los
experimentos con gaseosa. UPyD marra hasta en la cacofonía de sus siglas y la
vieja socialista Rosa Díez no es más que voluntarismo. Ciudadanos, por la
derecha, recuerda aquella “Operación Roca”, y sigue sonando en catalán. Y los
“podemitas” no han podido meter la cuña entre PSOE y PP, quedándose en una
tercera posición que no les augura enterrar el bipartidismo en noviembre. Se
les está votando como el que se pega un tiro en un pie. Constatando que Podemos
no puede, merecen atención los resultados del Partido Popular. No se debe
permanecer impávido cuando se pierden medio millón de votos en el segundo
territorio español. Pedro Arriola, “monje negro” del PP será un arúspice pero
nadie trabaja con una sola estrategia, y algunos dirigentes del partido parecen
tomarse con frivolidad ese decisivo año electoral. Nada es trasladable, salvo
los muebles, pero el PP ha de aprender algo de las urnas andaluzas.
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