A José Mújica le siluetean como extravagante siendo un hombre
corriente. Habitó su destartalada chacra prescindiendo de palacio y coche
oficial; como algunos Presidentes italianos, u Olof Palme a quien de todos
modos hubiera asesinado la policía sueca. Su “escarabajo” del año del cólera no
desentona del parque móvil más viejo del mundo donde los coches duran
generaciones. El 90% del sueldo lo destina a generosidades, pero basta la
aportación de su mujer senadora, y aunque le tildan de vegetariano es carnívoro
como rioplatense. La corbata se la prestan para ocasiones, pero en Nueva York
ya solo visten ahorcados los conserjes de los hoteles. Con grandes lagunas
(pasó de primaria a Tupamaros), su esposa, abogada, le desasna cada día con un
orden de lecturas, y se apoya en el sentido común, esa rareza de la casta, la
secta y la nomenklatura. Le metieron seis balazos y él dispararía más,
sobreviviendo a 30 años de cárcel, 11 ininterrumpidos en condiciones inhumanas.
Votada una amnistía para todos, cuando camina por la avenida 18 de julio saluda
a los sayones que le torturaron. No hizo funcionarios a los parados sino que
copió la Administración neozelandesa haciendo productiva una burocracia pequeña
y eficaz. Como no tuvo a mano muchos ricos prefirió dar confianza a la
inversión extranjera y mantener una red bancaria internacional más o menos
paradisíaca. Reducir la pobreza a la mitad es un plan a muy largo plazo porque
los exguerrilleros desconfían de Keynes. Aunque participe del Foro de Sao Paulo
nada tiene que ver con el comunismo de IKEA que arma el chavismo. Mantuvo la
gasolina a mitad de precio para los argentinos adinerados que ocupan Punta del
Este, y ni se le ocurrió cuestionar la deuda del paisito. El ciudadano Pepe no
pretendió voltear Uruguay como un calcetín abriendo abismos entre derechas e
izquierdas. En su mandato avanzó por
pasos zanjando problemas sin abrir otros. ¡¿Es que no hay más hombres
corrientes por ahí!?
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