Por razones de oportunidad ha sido postergada la
publicación por parte de la Junta Militar argentina del informe sobre la guerra
sucia y los desaparecidos, que se esperaba para esta misma semana. Los obispos
argentinos, que comenzaron el lunes su plenario anual, también han descartado
de su agenda el problema de la lucha antisubversiva y sus secuelas, y se han
negado a recibir las 200.000 firmas que reclaman por los desaparecidos y que ya
rehusó recibir el Gobierno. Nadie quiere ser el primero en pronunciarse sobre
este problema.
La
situación recuerda tanto al drama como al sainete. La Junta Militar se
aprestaba a dar el más cuidadoso de sus pasos: la publicación esta misma semana
de un "documento institucional" sobre la guerra antisubversiva, las
hipotéticas responsabilidades por sus excesos y la suerte de los desaparecidos.
El general Reston, ministro del Interior, había hecho pasar por su despacho a
dirigentes políticos, sindicalistas, obispos católicos, pastores evangélicos,
rabinos, para lograr que la exculpación de la Junta encontrara un consenso
político-moral. Políticos y sindicalistas callaron; la Iglesia católica,
aprovechando la Pascua, habló del olvido y en contra de actitudes revanchistas.
Se sabía del disenso entre los militares sobre su propio documento, por cuanto
muchos de ellos estimaban que una mera declaración de la Junta sobre este tema
no cerraba judicialmente el asunto ante el próximo Gobierno constitucional.
Ejército-Iglesia
Todos, a la
postre, miraban anhelantes hacia la 46ª asamblea episcopal argentina, reunida
desde el pasado lunes bajo la presidencia del cardenal Juan Carlos Aramburu, y
hacia su esperado documento pastoral sobre "moralidad". Pues bien:
Monseñor Galán, secretario de la Conferencia, se ha apresurado a declarar a la
Prensa que "ni de soslayo" van los obispos argentinos a ocuparse de
la subversión y los desaparecidos. Aclaró que las firmas recabadas por las
Madres de la Plaza de Mayo van dirigidas al Gobierno y no tiene por qué ser el
episcopado depositario de ellas, y que el documento sobre moralidad no se hará
público inmediatamente "por problemas de impresión". Rápida y
oficiosamente, la Junta hizo saber que retrasaba la publicación de su propio
documento, mientras aquí se estima con alarma que si, con 30.000 desaparecidos
sobre el tablero, los obispos se encierran para discutir sobre moralidad y
"ni de soslayo" se ocupan de este drama, es que se han reunido para
hablar de fútbol.La realidad es que los obispostienen el camino muy difícil.
Este es un país en el que penden de los retrovisores de los taxis rosarios
enroscados en cintas blanco-celeste (la bandera argentina), donde el presidente
no puede serlo constitucionalmente si no profesa la religión católica y donde
por ley no escrita los judíos no pueden acceder a la carrera de las armas. Si
durante la represión la Iglesia hubiera dicho "¡basta!", le hubiera
sido muy arriesgado a los militares continuar su bárbara limpieza.
Pero si la
Iglesia clama ahora por los desaparecidos pondría en evidencia las omisiones
anteriores. Tender la manta del olvido como pide monseñor Gurracino, obispo de
Avellaneda y presidente del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano), no es
posible. La amnistía podría acabar siendo deseable, pero ni un sector de los
militares la propicia ni nadie prepara al país para este pacto de
reconciliación nacional.
Los
políticos, siempre en el tercer plano que aquí les corresponde (bien detrás del
Ejército-sindicatos, bien detrás del Ejército-Iglesia, bien detrás, del
Ejército-oligarquía), esperan a ver si tienen que levantar la voz o reclamar la
paz del olvido en Cristo, a tenor de lo que digan los demás. Es la patata
caliente que nadie quiere tener primero en las manos. La Iglesia católica no
quiere formular una condena que dificultaría la entrega del poder por los
militares; los partidos y los sindicatos no piensan ser más papistas que el
Papa ni el más allá de la jerarquía en sus denuncias (hay que entender que
están recibiendo el poder de los militares); y los uniformados no se
entusiasman ante la perspectiva de que les reediten un Nuremberg por la única
guerra que no han perdido.
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