Claudio Sánchez Albornoz nació en Madrid en 1893.
Doctor en Filosofía y Letras por la universidad Complutense, ganó, cuando
contaba 25 años, la cátedra de Historia de España de la universidad de
Barcelona. En 1932 fue nombrado rector de la universidad Central (Madrid) y un
año más tarde formó parte del Gabinete de Martínez Barrios como ministro de
Asuntos Exteriores. Hoy cumple 90 años. Ayer recibió la felicitación de los
Reyes de España.
-¿Cómo dice
que se llama el director de EL PAIS?-Juan Luis Cebrián.
-Ese hombre
no me quiere nada.
-¡Por Dios,
don Claudio...
Se conserva
igual que hace siete años cuando le mostraba la redacción de EL PAIS en su
primer y único viaje al Madrid posfranquista; entonces, del brazo de su hijo
Nicolás, piropeaba a una jefa de sección y ya tenía la coquetería de los
achaques de su edad. Está sentado en su sillón, en el departamentito de la
calle Anchorena donde ya no caben los libros, junto al teléfono que atiende
personalmente como para no desperdiciar la menor posibilidad de comunicación,
cualquier fugaz fragmento de vida. El blanquecino bigote de morsa, los ojillos
pitarrosos, como dos rayitas entrecerradas tras sus gafas de carey, la piel
fina y sonrosada de un bebé, pulcrísimo, con la cabeza todavía clara, se queja
de sus años -"es que estoy muy viejo"-, presume de malhablado -dice
"carajo" y "puñeterías"- y pide disculpas por ello a las
señoras presentes.
-Ya no sé
si viviré un año más...
-Don
Claudio, que Andrés Segovia es mayor que usted y tiene un hijo de doce años.
-Pero, ¿será
suyo?
-¡Don
Claudio, por el amor de Dios!
Hoy cumple
noventa años y Luis Yáñez, presidente del Instituto de Cooperación
Iberoamericana, llega a Buenos Aires expresamente para saludarle y honrarle.
Mañana en la embajada española le impondrá la Gran Cruz de la Orden de Carlos
III, nuestra máxima condecoración civil. De Madrid y Avila han llegado sus dos
hijas; de Nueva York, su hijo Nicolás, profesor de Historia, ex forzado de la
construcción del Valle de los Caídos, de donde escapó en el coche de Norman
Mailer, conducido por la hispanista Bárbara Probost Solomon.
Pese a su
conservadurismo, reconoce que "si no es por los socialistas, no me hacen
ni caso. Estos hombres parecen sensatos y prudentes y, desde luego, agradezco
las atenciones que tienen conmigo". Está esperando un telegrama del Rey y,
pegado a su teléfono, algo del reconocimiento y el afecto, que España le ha
hurtado durante cuarenta años. Desde la serenidad de sus años se le advierte
dolorido:
-Me dejan
de lado para darle el "Cervantes" al uruguayo Onetti, y me quitan el
"Cajal" por culpa de Laín. En España ya me habrían jubilado hace
media vida, pero aquí con noventa años la universidad de Buenos Aires me
renueva cada año mi contrato como profesor en activo".
Está
justamente agradecido a la Argentina y receloso de los peronistas, aunque
siempre ha permanecido apartado de la política del país. "La primera vez
que vine a la Argentina fue en el 33 -¡hace cincuenta años!-; vine como rector
de la Universidad de Madrid, y aquí me enteré que me habían nombrado ministro
de Estado. Me recibieron con los brazos abiertos, y en el 40, cuando tuve que
escapar de Francia ante la ocupación alemana, me vine desde Casablanca en un
velero de carga que no tenía camarotes".
Encerrado en la catedral
Su memoria
es admirable, ha utilizado su cerebro y lo conserva; nos comenta su viaje de
novios con su primera mujer (la madre de sus tres hijos), trabajando en la ruta
de Santiago y cómo una noche le dejaron encerrado en una catedral mientras la
novia se desesperaba por la tardariza en el hotel ("ahora viene el
arzobispo de Santiago y se lo voy a contar"). Su segunda esposa,
argentina, psiquiatrizada, se separó de él y vive en un manicomio. La discípula
que le visita trae abrumadores rimeros de galeradas que "el doctor"
(la reverencia críolla por los títulos) corregirá. Don Claudio dirige la
publicación anual de un voluminoso tomo de estudios históricos. Este hombre ha
creado dos escuelas de medievalistas, en España y Argentina, y aquí
universitariamente y para meditación nuestra, se le venera. Con Meriéndez
Pelayo y Menéndez Pidal forma el tríptico de los grandes historiadores
españoles contemporáneos.Católico, liberal, demócrata y republicano ha pagado
el precio de su coherencia. Morirá en Buenos Aires. Hasta sus hijos, que le han
suplicado el regreso, lo admiten así. Vive solo, atendido por una mucama
(sirvienta) y con los cuidados filiales ("es como otra hija más") de
la historiadora Hilda Grassotti. Me comentaba una azafata española que le
visitó recientemente la preocupación de don Claudio por saber si Iberia se
haría cargo del traslado de su cadáver hasta España.
-Ahora sólo
escribo algo de tarde en tarde para la Agencia Efe. EL PAIS me publicó un
artículo y luego mandé otros por medio de Soledad Ortega y no los publicaron.
-Peor para
nosotros.
-"Me
da en la nariz, que huele a barraganía..." ¿De quien son estos versos, que
ya no recuerdo?
-No lo sé,
don Claudio.
-¿Cómo me
dijo que se llama el director de EL PAIS?
-Juan Luis
Cebrián.
-Ese hombre
no me quiere.
-¡Don
Claudio, por favor ...!
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