3/4/83

'No bombardeen Buenos Aires' (3-4-1983)



Las escasas oportunidades de votar que tienen los argentinos provocan que en cada comicio se acerquen a las urnas una o hasta dos generaciones cuyo voto siempre es imprevisible. Y no pocos de esos jóvenes y nuevos electores van a votar en octubre por Charly García, ídolo del rock, parejo en sus nobles intenciones a nuestro Miguel Ríos, exponente de una juventud desencantada que se siente mentida por sus dirigentes. Y los miles de muchachos y muchachas que le escuchan levantan en uve el índice y el anular cuando comienza a cantar No bombardeen Buenos Aires, pero no en el símbolo de la victoria sino en el de la paz; hagan la guerra si quieren, pero lejos de aquí.La frustración por la derrota militar de hace un año no ha originado exactamente una corriente de opinión pacifista sino que ha sumado un guarismo más a la desmoralización de una sociedad que se siente profundamente traicionada. La Junta Militar engañó al país hasta el mismo día de la rendición de Puerto Argentino, y los ciudadanos pasaron en 24 horas, sin transición, de creer que estaban ganando la guerra a ver la foto del general Menéndez rindiéndose a Jeremy Moore. Y posteriormente nuevos desaparecidos -los de la guerra- vinieron a engordar el clima espectral que por gracia de su administración militar padece este país: 30.000 personas desaparecieron con vida durante la guerra sucia antisubversiva, casi 400 muchachos desaparecieron en el hundimiento del General Belgrano, algo más de un millar no regresaron de las Malvinas y sólo 200 cadáveres reposan en un cementerio aparejado por los británicos ante la negativa del Ejército argentino a repatriar sus cuerpos.

Como en una ensoñación de Juan Rulfo en Pedro Páramo, aquí los muertos -o desaparecidos- adquieren una dimensión obsesiva y psicótica. Son miles las familias que desde el 76 acá, por una u otra razón, tienen deudos, amigos, novios, que... desaparecieron.

La derrota, al menos, sirvió para destruir políticamente a la Junta Militar, apear al país de sus ilusiones de gran potencia -los Estados Unidos de América del Sur- y descubrir el carácter intrínsecamente perverso, en una sociedad culta como ésta, de la escuela militar argentina, elaborada en el espíritu prusiano.

Incompetencia

Los "chicos de la guerra" licenciados y en el paro, muchos heridos y mutilados revelan ahora cómo en Malvinas se les sustrajeron alimentos y ropas y cómo sus superiores castigaban sus faltas estaqueándolos al terreno (la vieja venganza gaucha de atar a un hombre al suelo, a cuatro estacas, en la cruz de San Andrés; algunos murieron de frío amarrados sobre el fango helado de las islas). La incompetencia política y militar quedó también de manifiesto, y hasta Galtieri (que ayer rompió su silencio en declaraciones al diario Clarín) aduce ahora que también él se sorprendió ante la rendición de Menéndez -"aunque me daba cuenta de que cada día que pasaba se hundía cinco centímetros"-.
Galtieri recuerda que él era "el niño mimado de los americanos" y ha necesitado un año de reflexión para entender que Estados Unidos no iba a deteriorar su relación con Gran Bretaña para ayudar a Argentina, y descarga responsabilidades en su propio pueblo afirmando que el arreglo de Haig no fue posible -la solución de las tres banderas: británica, argentina y de Naciones Unidas- porque los argentinos, enfervorizados por la recuperación, no lo hubieran aceptado; cuando fue él y su corte quienes encendieron los ánimos.

Porque la realidad es que aunque el pueblo esté cansado y desengañado y no sea ésta exactamente una sociedad belicista, el argentino siente en su corazón la reivindicación de las lejanas Malvinas con una fuerza insospechada para el español que más lamente la presencia británica en Gibraltar. Es un sentimiento sincero y extendido que tiene mucho que ver con la necesidad imperiosa de identificarse como nación; a principios de siglo, Argentina triplicó su población en sólo 20 años: galeses, irlandeses, alemanes, italianos, judíos de la diáspora, turcos, sirios arribaron a esta tierra en forma masiva, huyendo de las guerras europeas y la descomposición balcánica. Y las Malvinas es el nexo que finalmente les une, en el instintivo entendimiento hegeliano -aunque no hayan leído a Hegel- de que un Estado lo es cuando los demás lo tienen por tal. Por eso la derrota fue doblemente dolorosa.
¿Cuál es el horizonte? La guerra ha alejado la recuperación de las islas y ha empeorado el panorama diplomático. Ahora existe en Malvinas una base militar potente que EE UU observa con codicia. No se van a repetir acciones de fuerza, pese a lo que estime la prensa británica sensacionalista, y aquí se empieza a pensar que si los dineros invertidos en tan estéril guerra se hubieran empleado en el desarrollo económico de la Patagonía, los kelpers (habitantes de Malvinas) ya estarían pensando en su asociación con Argentina.

Por lo demás, se cuestiona el sagrado presupuesto militar, y reclutas y padres de conscriptos recueridan ahora que en los cuarteles se inculcaba el odio a Chile y se entrenaba a la tropa para disolver manifestaciones. La diplomacia escora hacia el Tercer Mundo -del que antes abominaban los argentinos- y se cavila sobre el hecho de que la Unión Soviética es el primer cliente de Argentina -y un aliado en la guerra- y Estados Unidos el principal acreedor de la deuda externa (y el traidor de la película).

El aniversario -que se celebrará mañana para no hacerlo coincidir con el éxodo de Semana Santa- se adivina depresivo: actos castrenses, imposición de medallas, prohibición de actos a los "chicos de la guerra", ninguna manifestación, ningún gran discurso. La gente, joven o no, está por otra cosa: porque los militares regresen a sus cuarteles, porque se celebren las elecciones, porque se detenga el derrumbamiento de la economía y porque "no bombardeen Buenos Aires", como canta Charly García.

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