16/6/83

Dos muertos y numerosos heridos en la jornada de protesta contra el régimen militar chileno (16-6-1983)

Las calles de Santiago amanecieron ayer tranquilas, aunque todavía con la presencia en el centro y en las poblaciones del extrarradio de fuertes contingentes de carabineros con perros e indumentaria antidisturbios. A las diez de la noche del martes aún no se había disipado del centro urbano la nube de gas lacrimógeno formada por los carabineros en su intento de evitar la concentración de manifestantes en esta segunda jornada de protesta contra el régimen del general Pinochet, y que se ha saldado nuevamente conel asesinato de dos ciudadanos (no murieron en enfrentamientos), al menos cuatro heridos de bala, un número indeterminado de contusionadoss que precisaron asistencia médica y 180 detenidos en la capital y 350 en todo el país, aunque la policía sólo da cuenta de la detención de 58 ciudadanos en Santiago.

La extraña deterición de Rodolfo Seguel, presídente del Comando Nacional de Trabajadores (CNT) y de la Confederación de Trabajadores del Cobre, podría abocar en una huelga general.Que Pinochet decidiera ausentarse de Santiago para una gira de tres días por el norte del país, donde amenazó de nuevo con endurecer su gobierno, hacía presagiar que la segunda jornada de protesta sería reprimida mediante el terror. Los carabineroa actuaron con firmeza y sin contemplaciones, pero los dos muertos del martes fueron acribillados desde automóviles no identificados cuando permanecían ajenos a cualquier disturbio. Patricio Yañez, de 14 años, fue asesinado a pocos pasos de su domicilio en la quinta transversal con la Octava Avenida, de varios disparos en el tórax, y Leopoldo Segovia, de 20 años, de tiros en la cabeza en la población de San Genaro de Reica, en las afueras de Santiago. Los restantes heridos de bala lo fueron igualmente por disparos efectuados desde automóviles sin matrícula y contra concentraciones pasivas de ciudadanos.

Seguel declaró antes de su de tención que la exigencia mínima para poner final a las protestas pasaba por el restablecimiento de la democracia. Rechazó la actual o lítica económica con la afirmación de que "se ha pretendido descalificar la justicia de nuestra lucha, ya sea otorgando mejoras para los sectores postergados o culpándonos de estar dirigidos desde Moscú". Seguel puso en conocimiento de los periodistas la circulación de panfletos injurisoso y amenazan tes contra sil persona, de los que había inforrriado por carta al ministro del Interior.

La política de terror contra las movilizaciones callejeras no está dando resultado. La jornada de protesta del martes ha superado en respuesta a la del 11 de mayo. Esta vez se han sumado los elitistas estudiantes de la universidad católica de Santiago que han roto con el miedo y han saludado brazo en alto y con gritos de "Heil Hitler" a los piquetes de estudiantes progubernamentales que salieron al campus con pancartas alusivas a la dirección comunista de la protesta.

En el barrio de Oriente -clase media alta-, cuyos habitantes son escasamente sospechosos de comunistas, se encendían y apagaban las luces de los balcones en un ritmo sincopado con las bocinas de los automóviles de importación. En un guiño mutuo se indica que el dinero ya no es pinochetista y que los chilenos han perdido el miedo. Incluso han recuperado el sentido del humor y la alegría de vivir: Tres cerdos perfectamente vestidos de uniforme, quepis incluido, fueron soltados en la Avenida Bernardo O'Higgins. Los paseantes se cuadraban y saludaban militarmente al paso de los cochinos antes de que los carabineros pudieran, tras algunas caídas,detener a los horrorizados puercos y meterlos en un furgón, también con destino desconocido.

La respuesta popular ha sido indudablemente superior a la del 11 de mayo en las poblaciones -villas miseria de los cinturones urbanos-, pese a que después del 11 de mayo el régimen volvió a abrir los campos de fútbol como prisiones preventivas de sospechosos. Hasta en un 40% se estima oficialmente la ausencia de escolares a sus centros de estudio y, al menos en Santiago, fueron evidentes los numerosos comercios cerrados y las aglomeraciones de ciudadanos en las paradas de los autobuses, a medias colapsados por la huelga y a medias por los miguelitos (trípodes de púas de acero arrojados en las calzadas para reventar neumáticos) desperdigados por los manifestantes más activos.

Todo el centro de Santiago fue el martes un ir y venir a la carrera de manifestantes y carabineros en un vals de concentraciones y dispersiones en el que los más jóvenes devolvían las granadas lacrimógenas disparadas por los guardias. En la periferia de la ciudad se levantaban barricadas con neumátícos incendiados, aunque la represión no vino de los carabineros, que repartieron palos a discrección, sino de las fuerzas parapoliciales que desde autos emboscados dispararon contra los grupos de gente.

Lenin en la televisión

La dialéctica gubernamental está absolutamente centrada en la atribución al partido comunista de la autoría de la convocatoria de protesta. Intermitentemente los canales de televisión emiten una fotografía de Lenin que se va aproximando amenazadoramente al telespectador sobre un fondo de pasos siniestros, de película de miedo, mientras un locutor lee párrafos del libro ¿Qué hacer?, en los que Vladimir Ilich recaba el apoyo de los indecisos; a continuación se emiten unos planos de las torres del Kremlin y sobre un fondo de viento ululante otro locutor cita al dirigente comunista chileno Orlando Villas y a su discurso desde Moscú del pasado mayo atribuyendo a los comunistas chilenos el éxito de la primera protesta popular.

Asimismo se pone especial énfasis en resaltar los incidentes violentos en una jornada de protesta que sus organizadores convocaron pacífica. En las poblaciones santiagueñas se han detectado visitas de parapoliciales repartiendo cócteles molotov, y algún autobús urbano ha sido incendiado a punta de pistola y con sospechosa y tranquila seguridad.

Pinochet, desde la ciudad norteña de Copiaco, ha sido tremendamente sincero. Con una voz increíblemente franquista (los mismos gallos, idéntica imprecisión de lenguaje, análoga voz escasamente militar) afirmó respecto a los políticos que "ligerito los vamos a mandar a sus covachas para terminar con sus problemas. Por ello creo que va a llegar el momento en que habrá que decirles: Señores políticos, vayánse de aquí, no los queremos más. Este camino lo vamos a cumplir. Y si es necesario que tenga que cambiar en un momento determinado, que tenga que endurecer el gobierno, lo voy a endurecer, cueste lo que cueste. No quiero hacer empleo de la fuerza. Quiero que nos demos cuenta por la razón que estamos caminando por una senda. Deseo que por la razón se den cuenta de que tenemos hitos que cumplir".

Pinochet acaba de elevar en un 5% los salarios de los empleados públicos (incluidas las Fuerzas Armadas) y su ministro de Hacienda ha anunciado un programa de trabajos públicos por 60 millones de dólares para aliviar el 30% oficial de desempleo, y mejores condiciones hipotecarias que beneficiarán a numerosas personas, antaño pudientes, y que ahora no pueden pagar sus deudas. Pero Chile ya ha acumulado la rnayor deuda externa per cápita de entre los países en vías de desarrollo, y hasta se teme que haya utilizado sus reservas de oro más allá de lo autorizado por el Fondo Monetario Internacional. Desde hace meses es Pinochet quien está escuchando el sonido del batir de cacerolas vacías.

Para los analistas del pinochetismo, sin embargo, no parece fácil la caída de este hombre-plaga, ni si quiera su sustitución por otro militar menos imbuido de mesianismo. Pinochet no parece un hom bre dispuesto a reconocer sus errores y, se encuentra secuestrado por un círeulo familiar capitanea do por su hija -otra caracteriología franquista- que no quiere saber nada de divisiones. Por otra parte, el Ejercito chileno está mucho más jerarquizado vertical mente que sus homólogos del cono sur. La intervención militar en Chile es menos institucional y más personal que la de los ejércitos argentino o uruguayo, y, por debajo de Pinochet, todavía no emerge ningún uniformado con autoridad suficiente como para desplazar a quien aquí se tilda ad nauseam de "su excelencia el jefe del Estado y del Supremo Gobierno".

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