Rodeado de un aparatoso despliegue de seguridad,
el presidente Fernando Belaúnde Terry y su Gobierno presidieron el martes en
Lima la tradicional ceremonia de homenaje a la bandera en el aniversario de la
batalla de Arica, perdida contra Chile. La plaza de Bolognesi y las calles
adyacentes fueron cerradas al público, que por primera vez no pudo sumarse a la
conmemoración, a la que en esta ocasión se ha querido dar un carácter
estrictamente militar. Tiradores de la policía y de la Guardia Republicana
vigilaron el acto desde las azoteas y las cúpulas de las iglesias circundantes.
El ministro de la Guerra, general Óscar Brush, dedicó su discurso "... a
quienes en estos momentos de prueba dividen a los peruanos en bandos".
Belaúnde
continúa así su precipitada política de gestos tendentes a demostrar la
supuesta firmeza gubernamental, iniciada el pasado 17 de mayo tras un motin por
subalternos de la Guardia Civil y el ataque de Sendero Luminoso contra Lima.
Generales con reputación de expeditivos y con escasas simpatías por la
democracia están siendo llamados para remodelar las cúpulas, la Guardia Civil,
Guardia Republicana e inteligencia policial. Diputados del APRA (primer partido
de la oposición) estiman que Belaúnde ha aprendido mucho: "Como no quiere
que los militares le echen como en 1968, ahora se está dando el golpe a sí
mismo".
La política
de energía verbal y aparente se engarza con severas admoniciones a la Prensa
(que goza de plenas libertades), empeñada en denunciar los abusos que se están
cometiendo en la represión policial llevada a cabo en los departamentos
andinos. El diario conservador La Prensa publica un editorial
titutado "A los señores de EL PAÍS: ¡Basta de suficiencia!", en el que
se lee: "... si España desea asumir un papel en cierto modo rector en el
nuevo mundo -y tiene títulos históricos para intentarlo-, debería comenzar por
evitar el desdén que hacia nosotros manifiestan diarios como EL PAÍS, el cual
es una copia en castellano de Le Monde, y se caracteriza por
análoga protervia para juzgar a nuestros hombres y analizar nuestras
situaciones ( ... ). EL PAÍS, con una suficiencia absolutamente inaceptable, se
permite darnos lecciones de democracia, de respeto a los derechos humanos, como
si España fuese a estos efectos una especie de Atenas en el concierto de las
ciudades griegas. ( ... ) O, peor todavía, ataca a Perú porque nuestro
presidente constitucional entiende que con la ley en la mano debemos
defendernos del terrorismo y las guerrillas -fenómenos que España conoce
perfectamente, por ejemplo en el País Vasco-. No, señores de EL PAÍS: no
estamos dispuestos a dejar pasar sin protesta sus insolentes acrobacias de
aprendices o novatos de la libertad". El editorial responde a la amargura
de Belaúnde por la falta de comprensión internacional y se supone inspirado por
su propio hermano, el diputado limeño Francisco Belaúnde, quien ya ha escrito
otros artículos en La Prensa quejosos de Le Monde,
Cambio 16 y EL PAÍS.
Haciendo
abstracción de la crisis económica, de que la clase política está reducida a
Lima y no existe una base amplia sobre la que reedificar la democracia, la
realidad es que el Gobierno ha carecido de imaginación para afrontar el
fenómeno de Sendero Luminoso, que muy probablemente ya ha escapado a cualquier
posible control policial.
Tres Perús
El país no
está integrado; hay tres Perús: Lima (un tercio de la población), las selvas
marañonas de Loreto y Madre de Dios, y el Perú andino, donde arraiga Sendero.
No hay comunicaciones, no hay censos, y los mensajes políticos en castellano
poco pueden influir en la masa de indios quechuas y aymará que sólo hablan
quechua y aymará. La estructura verticalista de la sociedad inca fue
descabezada por los españoles, pero, aun acéfala, se mantuvo intacta y no fue
sustituida por ninguna otra. ton la independencia de la cabeza española pasó a
ser criolla, y ahora los fanáticos iluminados de Sendero están al borde de
apode rarse de la estructura índígena abandonada durante cinco siglos Además,
los senderistas carecen de prisa. El misterioso y brillante
profesor Abimael Guzmán, fundador de Sendero, mantuvo dormida la organización
durante la mayor parte de los 12 años de la dictadura militar, y ahora se ha
demostrado que ya puede operar eficazmente en Lima. La guerrilla no puede ser
combatida convencionalinente, ya que ni utiliza armas sofisticadas (la dinamita
lanzada con honda es su mayor potencia de fuego): están perfectamente
mimetizados con el paisaje; son campesinos que viven y trabajan en sus
poblados, o estudiantes que estudian en las ciudades, o trabajadores que
habitan los "poblados jóvenes", las villas miseria del cinturón de
Lima en las que jamás penetra la policía.La reacción del Gobierno de Belaúnde
fue tardía, en un fallo de la inteligencia militar, acaso intencionado y
equivocado. La Guardia Civil abandonó sus casas-cuarteles en las poblaciones de
Ayacucho, replegándose sobre las ciudades y operando en las zonas así liberadas
mediante destacamentos helitransportados de sus feroces contraguerrilleros sichis.
El resultado ha sido la vietnamización de las provincias andinas y el que en
Ayacucho haya habido más muertes en mayo y junio que en El Salvador en el mismo
período. Semanalmente, el Ejército, que dirige las operaciones sin intervenir,
da una lista de bajas, en la que nunca hay campesinos heridos y muy pocos
prisioneros. Se secuestra, se roba y se asesina en las aisladas estribaciones
andinas, indiscriminadamente y para mayor satisfacción de las huestes de
Abimael Guzmán. En las abominables cárceles -limeñas, donde se afinan hombres,
mujeres, los niños de estas, y en las que la lepra puede llegar a ser una
enfermedad común, hay 2.000 senderistas. Ninguno ha sido juzgado todavía.
Desde el 27
de mayo la creencia y el temor razonables consisten en que Sendero tenga
ultimada e intacta su infraestructura urbana y trate de hacer naufragar las
elecciones municipales de noviembre, prueba para las legislativas de 1985. Y ya
hasta el general Morales Bermúdez, ex dictador que sustituyó al general Velasco
Alvarado en 1975, sostiene que el senderismo hay que combatirlo
políticamente y no mediante la mera represión. Por lo demás, los militares
peruanos no parecen ansiosos de interrumpir el proceso democrático.
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