7/11/84

Chile, dos gorilas macho encerrados en una sola jaula (7-11-1984)

Cuando hace poco más de un año Sergio Onofre Jarpa fue designado ministro del Interior por el general Augusto Pinochet, la clase política santiaguina comentaba con divertido escepticismo: "Será un espectáculo fascinante; dos gorilas macho encerrados en la misma jaula. El gorila más macho acabará por arrancarle la cabeza al otro". Y, como no podía ser de otra manera, el gorila más macho ha resultado ser el general Pinochet. Aunque Jarpa siga en Interior, es evidente que ha perdido la batalla con Pinochet.En la estructura gubernamental chilena el ministro del Interior es mucho más que el responsable de la seguridad ciudadana; es, de hecho, el primer ministro y el responsable de desarrollar la política presidencial. Cuando la oposición chilena, dirigida entonces por la Democracia Cristiana, comenzó a desarrollar su estrategia de jornadas mensuales de protesta cívicas y pacíficas, Onofre Jarpa, embajador en Buenos Aires, elaboró un memorándum de trabajos para apuntalar el régimen 31 agrupó a la ultraderecha civil, temerosa de la iniciativa de la oposición democrática.

Por primera vez en 11 años de dictadura se producían manifestaciones en el centro urbano de Santiago, se insultaba a Pinochet o se soltaban cerdos en la avenida de O'Higgins perfecta y, trabajosamente uniformados hasta con la gorra de plato reglamentaria del Ejército de Tierra. Y en las poblaciones santiaguinas -las villasmiseria de la capital-, los pobres de la tierra rompían los toques de queda, como el 11 de septiembre de 1973, para enfrentarse a pedradas con las tanquetas de los carabineros.

El general Pinochet llamó a Jarpa a regañadientes, le invistió como ministro del Interior, y 48 horas después, cuando aún estaban frescas las declaraciones de éste llamando al diálogo político, decretó el toque de queda en Santiago desde las siete de la tarde, generando una de sus periódicas matanzas metropolitanas. El gorila menos macho había recibido el primer zarpazo.

Sergio Onofre Jarpa no es precisamente eso que se entiende por un político entreguista. Miembro del partido nazi chileno en su juventud, rico hacendado, senador ultraconservador, se distinguió durante el Gobierno de Salvador Allende por una intervención televisiva: en un debate mano a mano con un político comunista, en directo, sin que mediara ninguna alusión personal, tiró la mesa de un manotazo y se arrojó sobre el cuello de su discrepante político. Los chilenos le tildaron desde su nombramiento como Sergio Anafre Jarpa. Anafre es el nombre que en Chile se da a los infiernillos.

Jarpa no tenía otro programa que el de recomponer las cortesías con la Iglesia católica y abrir un calendario para informar de conversaciones con la oposición no marxista, tendente a ganar tiempo, a evitar o aminorar las jornadas de protesta y a dividir públicamente a la Democracia Cristiana, la primera fuerza políticamente unitaria del país. Su estrategia, nada trivial, residía en hacer concesiones formales desde el régimen para sustraer a la oposición activa segmentos de la derecha política. Pinochet le serruchó el piso -como se diría en estas latitudes- arrojándole unos cuantos cadáveres a los pies de su despacho y a los dos días de su toma de posesión.

El general Augusto Pinochet, sencillamente, carece de la menor intención de diálogo con la oposición, y no sólo por maldad e ignorancia intrínsecas, sino porque sabe que la concertación política en Chile pasa por su renuncia de la jefatura del Estado.

Incluso con el mantenimiento de Jarpa tras su dimisión supuestamente irrevocable termina algo más que un intento de consenso, por falso que resultara, para extraer al país de la trivialidad de la dictadura.

Puede ser el comienzo del fin de la hegemonía política de la Democracia Cristiana, algunos de cuyos dirigentes creyeron en el diálogo con el ministro ahora dimitido.

El siempre moderado y sensato Partido Comunista de Chile ha afirmado públicamente que no descarta la lucha armada para terminar con lacharada de Pinochet. Las elecciones universitarias acaban de demostrar que la izquierda unida puede derrotar a la derecha democrática unida.

La Multipartidaria permanece escindida por gala en dos la Alianza Democrática y el Movimiento Democrático Popular-, pero el Comando Nacional de Trabajadores, con inilitancia mayor¡tariamente democristiana, apoya las huelgas generales que convoca la pluripartidaria izquierdista, desoyendo la mesura de la Alianza Democrática, dirigida por la DC.

A corto plazo,y con el único objetivo de mantenerse en el poder cueste lo que cueste, la podredumbre de la política interna chilena beneficia al gran dictador.

El fraccionamiento de sus opositores, el repunte de las izquierdas y la radicalización armada -a más de que en la otra vertiente de la cordillera ya se encuentran tres ex presidentes militares en la cárcel: Videla, Viola y Galtieri- cohesionan a las fuerzas armadas con el pegamento del temor.

A largo plazo, y pese al excelentísimo comportamiento cívico y moral de la Iglesia católica chilena -tan distante de su homóloga argentina-, el gran dictador logrará que algún día, si se llegan a superar las divisiones socialistas, una nueva izquierda unida gane unas elecciones en Chile por el 51% de los votos. La teoría de la izquierda maximalista de "cuanto peor, mejor" acabará teniendo en Pinochet a uno de sus mejores valedores.

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