25/11/84

Un candidato y dos vicariatos (25-11-1984)

Hoy, desde el alba hasta el cierre de los colegios electorales, pararán las ruletas de los casinos de Montevideo y Punta del Este y quedará suspendida en todo Uruguay la venta de bebidas alcohólicas. Por primera vez desde 1971 y tras cerca de 12 años de dictadura militar, los uruguayos harán cola -el voto es obligatorio- ante sus urnas de metal, distribuidas por el Ejército, para elegir, en una libertad maltrecha y mutilada, al presidente de la República, diputados, senadores, intendentes (alcaldes) y ediles que habrán de gobernarles.

Sólo tres grandes formaciones políticas uruguayas tienen posibilidades de llegar a la presidencia de la República: colorados, blancos y lacoalición de izquierdas Frente Amplio. A su vez, son capitaneadas por las tres principales figuras políticas del país: Julio María Sanguinetti, Wilson Ferreira y el general Líber Seregni. De entre ellos, sólo el primero ha podido presentar su candidatura sin trabas; Wilson Ferreira se encuentra en una prisión militar desde su regreso a Uruguay, hace cinco meses; el general Seregni, tras ocho años de prisión, permanece proscrito políticamente e inhabilitado para votar y ser elegido. En nombre de cada uno de los proscritos postulan dos vicarios: Alberto Zumarán, un recién llegado a la política uruguaya, y el ginecólogo Juan José Crottogini, que ha ayudado a nacer a medio país.Sanguinetti, abogado, de 46 años, casado con una publicista, con hijos, representa el papel más desairado en estas elecciones repletas de prohibiciones y cautelas militares. Pero también es quien tiene mayores posibilidades de alzarse con el triunfo en los comicios de hoy. Propietario de unas desmesuradas y alborotadas cejas, campechano, con algo de camionero de ruta en su aspecto, es asesor de empresas y mantiene excelentes relaciones con la embajada estadounidense, de la que se sospecha lo patrocina. Buen conocedor de la pintura y el teatro, ha sido el paladín de la concertación con los militares para llegar a estas elecciones.

Fascinado por el papel de Adolfo Suárez en la transición española, Sanguinetti se vio obligado a dejar jirones de su identidad política a fuerza de contemporizar con los militares y hacerles concesiones. Sus antecedentes como ministro en los Gobiernos colorados previos al golpe de Estado de 1973 permiten ubicarle en la derecha de su propio partido, sin llegar al poujadismo del también colorado y ex presidente Jorge Pacheco Areco, un aficionado al boxeo y a las botellas con fuerte gradación alcohólica.

Sanguinetti, siendo ministro de Educación, tuvo una desafortunada intervención en la vida académica como propulsor de una ley severamente restrictiva de la autonomía universitaria; no obstante, el candidato colorado tampoco es la figura groseramente continuista que sus adversarios le reprochan. Fue un sincero debelador de la dictadura, y sus pecados consisten en un exceso de prudencia y pragmatismo y en haber hecho a los militares más concesiones de las que por su fuerza y crédito tenían derecho. Antiguo duelista a sable, su enfrentamiento con Wilson Ferreira trasciende la querella ideológica para penetrar en el choque personal con quien ya le ha arrebatado desde el exilio y la cárcel las banderas de centro-izquierda que históricamente le pertenecían.

Wilson Ferreira, hacendado, de 66 años, casado y con tres hijos, es sin lugar a dudas la figura más polémica de Uruguay. Buen orador populista, dotado de un desgarbado encanto personal, superior al de Sanguinetti o Seregni, con más del 80% del Partido Blanco en sus manos, no tiene para sus conciudadanos término medio: o se le idolatra o se le odia. Para sus partidarios es el símbolo de la dignidad civil, por su terco enfrentamiento a la dictadura y sus planteamientos rupturistas, y para sus adversarios es un aventurero político que dirige con charlatanería de izquierda un partido conservador. Su reputación de hombre físicamente cobarde es entre sus enemigos tal que hace pensar en la capacidad de Wilson Ferreira para generar aborrecimientos personales.

Nunca se batió, aduciendo su condición de católico (en Uruguay el duelo es legal), y al día siguiente del golpe de Estado escapó del país en una avioneta junto con su esposa. Carreteando el aparato por una pista vigilada por el Ejército, tirada la pareja en el piso, Wilson apretó la cabeza de su mujer: "No me dirás que te he dado una vida aburrida". En 1976, la dictadura envió sicarios a Buenos Aires para matarle; asesinaron al senador Michelini y al ex presidente de la asamblea Gutiérrez Ruiz; por tres veces en aquella misma noche los pistoleros llegaron 15 minutos tarde a locales que acababa de abandonar el líderblanco. Bestia negra de los militares uruguayos, aún más que el general Seregni, la dictadura se cuidó muy bien de que permaneciera en prisión hasta pasadas las elecciones de hoy.

Su vicario electoral es el abogado, de 44 años, Alberto Zumarán, casado, con cinco hijos, propietario de una hacienda, con escasa experiencia política, pero dotado de notable sentido común y dotes oratorias. El panza, por su leve obesidad abdominal, o el espíritu santo(porque habla en nombre del padre y del hijo, por Wilson y su vástago Juan Raúl), según la chismografía montevideana, no pretende engañar a nadie sobre su condición de postulante sustitutivo, o de futuro presidente interino, hasta que su jefe pueda concurrir libremente a unos comicios.

La 'bola negra'

El general Líber Seregni, casado, con dos hijas, próximo a unos cuidadísimos 70 años ("mi única autoconsigna en la cárcel fue la del Ejército francés: mantenerse"), es el paradigma de un sector de las fuerzas armadas uruguayas nada convencional. La Marina intentó resistir el golpe de 1973, y coroneles y generales del Ejército de Tierra -como Seregni y el general Licandro- pagaron con años de cárcel y servicias su defensa de la Constitución.

Seregni, el más dotado y brillante militar uruguayo de que se tiene memoria, fue siempre una bola negra en la apagada vida castrense del país. Interesado por numerosas facetas de la cultura, frecuentaba tertulias políticas, intelectuales y artísticas, y consolidó mucho antes de la creación del Frente Amplio, en 1969, una excelente reputación decomunista secreto que le acompaña desde entonces. Coprotagonista del último duelo a pistolas celebrado en Montevideo, siempre atildado, erguido, consciente de su dignidad personal, todavía muy militar, es adorado por la juventud uruguaya, a la que dirige con oratoria didáctica. Su pragmatismo y su carisma le permiten presidir una coalición electoral de cinco partidos, nueve agrupaciones menores y una catarata de independientes denominada maledicentemente colcha de retazos.

Su vicario es el doctor Juan José Crottogini, de 76 años, casado y con una hija, ginecólogo, ex decano de su facultad y ex rector de la universidad montevideana, introductor del Papanicolau en Uruguay y hombre conocidísimo en el país, no tanto por sus indiscutibles méritos científicos, como por haber ayudado a traer al mundo a media nación, incluido Juan Raúl Ferreira. Es un amable patriarca que ya acompañó a Seregni como candidato a la vicepresidencia en las últimas elecciones (1971) y que demostró su coraje y su capacidad dirigiendo el Frente Amplio durante la clandestinidad y la prisión del general Seregni.

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