Las dos grandes fuerzas
políticas uruguayas son el Partido Colorado y el Partido Nacional (Blanco).
Tienen su origen en las luchas decimonónicas rioplatenses entre unitarios y
federales, y deben su nombre al color de las escarapelas con que se distinguían
en las batallas. Diferenciarlos con esquemas europeos es una labor ardua, pero
cabría singularizarlos de la siguiente manera: los colorados son,
históricamente, el partido de la pequeña burguesía ilustrada montevideana,
suavemente progresistas, ligeramente estatalizadores, más vinculados a Brasil
que a Argentina y con fuerte influencia de la comunidad de origen italiano. Los
blancos son tradicionalmente influyentes en el interior rural del país,
conservadores sin llegar a ser oligárquicos, en buenas relaciones con los
estancieros de la otra orilla del río de la Plata y con buen arraigo entre la
comunidad de origen español. Ahora, tras 11 años de dictadura, la tradición
histórica está trastocada y, añadido ello a la presencia del Frente Amplio y a
una endiablada ley electoral, se comprende la ceremonia de la confusión a que
asiste el electorado.
Los dos grandes grupos se
han venido repartiendo más del 80% del electorado, con el Partido Colorado como
hegemónico. Éste gobernó el país 96 años consecutivos, hasta 1958, en que las
elecciones fueron ganadas por los blancos, reelectos en 1966. Pero, aun así,
durante aquellos dos períodos presidenciales blancos
el país estuvo dirigido por un Consejo Nacional de Gobierno en el que tenía
asiento proporcional la oposición. Así, los blancos
han gobernado poco y jamás en solitario. En una extrapolación forzada se puede
equiparar ablancos y colorados con republicanos y demócratas en
Estados Unidos o con conservadores y laboristas en el Reino Unido. Pero la
primera distorsión de la política uruguaya con la que tropezarán los electores
del domingo reside en que el Partido Blanco ha girado sobre su izquierda,
acorralando a los colorados contra su propia derecha.
Wilson, Ferreira Aldunate,
ahora proscrito y en prisión, líder de la mayoría blanca, perdió frente a los colorados las últimas elecciones democráticas
(1971) por 12.000 votos, y las impugnó por, fraude en el recuento. Tras el
golpe de 1973, se exilió en Buenos Aires; tres años después, agentes uruguayos,
con la complicidad de la dictadura argentina, asesinaban en la capital del
Plata al senador Zelmar Michelini y al ex presidente de la asamblea uruguaya
Héctor Gutiérrez Ruiz. Wilson salvó su vida milagrosamente -era el principal
objetivo de los asesinos- y se instaló en Europa. Se convirtió en el más
enérgico debelador de la dictadura y, testificando ante el Congreso
estadounidense, logró congelar créditos y armamento para el Ejército uruguayo.
Con su política no pactista,
de choque frontal con la dictadura, Wilson, que controla al menos el 80% del
Partido Nacional, corrió los esquemas partidarios blancos desde el centro-derecha hasta un
acusado centro-izquierda, entrando de lleno en la clientela electoral de los colorados y hasta en la del Frente Amplio, y
sembrando no poca confusión en sus propias filas. Ahora, desde una celda
militar, se erige en el símbolo de la intransigencia frente a la dictadura.
El Ejército, con los 'colorados'
El coloradismo sufrió una transformación inversa. Los
dos últimos Gobiernos colorados de la democracia uruguaya -Jorge
Pacheco Areco y Juan María Bordaberry- precipitaron al paisito en el golpe de Estado, y bajo la
dictadura, el líder de la mayoría partidaria Julio María Sanguinetti dirigió
una estrategia de pactos y concesiones hacia los militares para recuperar la
democracia. Logré al menos que su partido llegara a estas elecciones indemne y
sin proscritos, pero tuvo que sufrir una pérdida de clientela entre la juventud
y por su izquierda hacia el Frente Amplio y el Partido Nacional. En esta
campaña electoral, Sanguinetti, acusado de pactista y continuista, se ha
rendido a la evidencia de los hechos y se ha lanzado abiertamente a la captura
del voto conservador; el Partido Colorado, que de la mano de José Battlle
convirtió al país en la Suiza
de América a comienzos de
siglo, aparece ahora como un partido de la derecha tradicional con fuertes
ingredientes reaccionarios. Tiene asegurado el voto militar.
Pero no son sólo los
trastornos de identidad de los dos grandes partidos los que confunden al
electorado uruguayo. La aparición en 1971 de la coalición de izquierdas Frente
Amplio, liderada por, el general Líber Seregni (18% de los votos en aquella
elección), amenazaba seriamente con romper el esquema bipartidista, agotado por
la frustrante y monótona sucesión de Gobiernos colorados y oposición blanca. Ahora, con el evidente crecimiento del
Frente, aquella amenaza es una realidad.
El complejo sistema electoral
El Frente Amplio se cobija
legalmente en la infernal ley electoral uruguaya, bajo los lemas del Partido
Demócrata Cristiano (PDC), insólitos demócratacristianos que creyeron y aplican
las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Junto al PDC forman el frente el
Partido Comunista (prohibido; concurre a la elección con el nombre Democracia
Avanzada), el Partido Socialista, la Izquierda Democrática Independiente (a la
izquierda del PS), la Lista 99 (la escisión delcoloradismo que capitaneara el asesinado Zelmar
Michelini) y una galaxia de grupos, grupúsculos e independientes a título
individual: lo que en Uruguay llaman la
colcha de retazos.
La votación que reciba el
Frente Amplio según sus distintos sectores despierta tanto interés como la
elección nacional. En Uruguay rige el doble voto simultáneo, por el que los
electores votan no sólo por un partido, sino por cualquiera de las distintas
fracciones que lo integran. Los blancos presentan tres listas, la mayoritaria
encabezada por Alberto Zumarán, vicario de Wilson Ferreira; los colorados, la mayoritaria de Sanguinetti y la
ultraderechista del ex presidente Pacheco Areco; el Frente sólo presenta una
candidatura presidencial -el ginecólogo Juan Crottogini, independiente,
candidato a la vicepresidencia con Seregni en 1971 y ahora su vicario, al permanecer proscrito el general-,
pero se puede votar al candidato desde las listas de cualquiera de los partidos
del Frente. No se puede cruzar las listas; se comienza votando por un partido y
debe seguirse votando dentro de él al presidente, diputados, senadores,
intendentes y ediles. No cabe, por ejemplo, votar al candidato presidencial blanco y al candidato frenteamplista a la alcaldía de Montevideo, cruce
que, sin duda, daría la victoria nacional a los primeros. Además, la fracción
que dentro de cada partido recaba más votos suma los de las fracciones
minoritarias. Esto explica que en 1971 Ferreira fuera el candidato presidencial
más votado y, sin embargo, perdiera las elecciones.
Por ello es de vital
importancia para la vida partidaria la batalla dentro del Frente Amplio entre
los comunistas de Democracia Avanzada, el Partido Socialista -marxista, de cuyo
seno nacieron los tupamaros-
y laLista 99, las tres fuerzas mayoritarias. Si la fracción más votada es
Democracia Avanzada, el Partido Comunista uruguayo -el segundo, tras el
chileno, en América Latina, y dirigido por la cabeza más prestigiosa del
comunismo suramericano, Rodney Arismendi- orientará sin duda los destinos frenteamplistas y los de una minoría parlamentaria que le
permitirá decidir en la política nacional ante el seguro empate legislativo
entre colorados y blancos.
En una sociedad envejecida
como la uruguaya, poblada por funcionarios y clases pasivas, es imposible
pensar en un triunfo nacionalfrenteamplista, pero sí en su ascenso al papel de
minoría decisoria en las Cámaras y en su triunfo por la alcaldía montevideana
Finalmente, a las
proscripciones, a los 600.000 jóvenes que votarán por primera vez, al numeroso
exilio que no puede votar, a la endemoniada ley electoral de doble voto
simultáneo, al trastocamiento de los papeles tradicionales de los dos grandes
partidos, se suma la intención confesa del Partido Blanco de gobernar un provisoriato en caso de triunfo nacional. En ese
caso, arrojarían al excusado el pacto del Club Naval, suscrito entre los
militares y colorados, frenteamplistas y la diminuta Unión Cívica (democracia
cristiana conservadora), que establece la creación de un Consejo de Seguridad
Nacional permanente, en el que se sentarán los comandantes de las tres armas,
el estado de insurrección, y por el que los ascensos militares serán
exclusivamente administrados por los propios uniformados, a más de otras
garantías y cautelas. El provisoriato convocaría elecciones sin prescripción
alguna, a la mayor brevedad posible, para que Ferreira Aldunate y el general
Seregni pudieran encabezar abiertamente sus propias formaciones.
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