La dictadura militar
instaurada en Uruguay en 1973 dejará a sus espaldas una herencia envenenada y
un inmediato futuro político sumamente incierto, sea cual sea el resultado de
las elecciones de ayer. Y será así, no ya por la depauperación económica o las
quiebras auspiciadas por la manipulación gubernamental de la cotización del
dólar, sino por todo el fraude institucional con que los uniformados están
rodeando su abandono del poder.Viendo el ejemplo de sus camaradas argentinos,
los militares uruguayos podían, al menos, haber restituido la soberanía al
pueblo con la plena vigencia de la Constitución de 1967 y la convocatoria de
elecciones sin cortapisas. Por el contrario, el país sigue regido por una
Constitución profundamente adulterada, con el añadido de una catarata de
decretos militares, las actas institucionales. Las elecciones se han celebrado
con la proscripción del partido comunista bajo su propio nombre, la de jefes
partidarios indiscutibles, como el general Líber Seregni, presidente del Frente
Amplio, y Wilson Ferreira Aldunate, líder mayoritario del Partido Blanco, éste
todavía encarcelado.
Más de 600 presos políticos
permanecen en los penales, más de 3.000 ciudadanos no pueden regresar al país a
emitir su voto al estar reclamados por la justicia de la dictadura, y otros
miles de militantesfrenteamplistas tampoco
pueden votar ni ser elegidos. Finalmente, el último Gobierno militar, entre
otras cautelas, reserva el derecho de presentar temas al futuro presidente
democrático para el nombramiento de jefes de las tres armas y establece que los
actuales permanecerán en sus cargos después de la transmisión de poderes en
marzo de 1985.
Las Fuerzas Armadas, acaso
por deformación profesional, parecen incapaces de retirarse sin practicar una
política de tierra quemada sobre los espacios que abandonan a sus
adversarios. Así -y máxime si, como se presume, las diferencias electorales
entre los grandes partidos son mínimas los blancos podrán aducir en caso de derrota la no
concurrencia de Wilson Ferreira, la victoria colorada se erigiría sobre un adversario blanco maniatado; los frenteamplistas siempre podrán aducir que sus votos
han sido menos de los que les corresponderían sin proscripciones y sin exilio.
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