4/5/85

El juicio contra las dictaduras argentinas, en "la hora del fiscal" (4-5-1985)

El juicio contra las tres primeras dictaduras argentinas ha entrado en "la hora del fiscal", como bien señala la Prensa porteña. Los testigos cuentan sus propios casos y experiencias. Los letrados defensores escuchan sin preguntar, mientras la catarata de horrores anega la sala, en absoluto silencio. Ayer, Ramón Miralles, ex ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires durante el último Gobierno constitucional peronista, relató su odisea ante la Cámara Federal de Apelaciones.

En mayo de 1977 se disponía a viajar a Brasil, junto a su esposa, cuando desaparecieron sus dos hijos y su nuera. La esposa viajó a La Plata -ciudad bonaerense y residencia de los hijos- y desapareció también. Comprendió que su mujer había sido chupada en calidad de rehén y se entregó en una comisaría de policía de una de las ciudades del gran Buenos Aires.De forma oficial y ostentosa, fue entregado al Ejército, que lo trasladó encapuchado a un pozo o chupadero, en el que tropezó con el periodista Jacobo Timerman, director de La Opinión,caído en el suelo y muy lastimado, que musitaba: "Me quieren matar, me quieren matar". "Me llevaron a un lugar que parecía una cocina, donde me aplicaron la picana en los ojos, las orejas, el ano y los genitales. Luego me dijeron que me iban a dar una sorpresa y me mostraron a mis hijos y a mi nuera".

Del ex ministro provincial querían los militares información sobre hipotéticos negocios ¡lícitos cometidos por el Gobierno peronista. Cuando, tras meses de desaparición, le dejaron en libertad se le informó de que todo había sido un error y que la patria exigía sacrificios en los que la vida humana carecía de valor. Su hijo, Julio César Miralles, testificó sobre el clima de terror reinante en su pozo, donde se torturaba "segundo a segundo", mientras eran perceptibles los llantos de las criaturas que presenciaban el tormento de sus padres. Desnudos, maniatados y encapuchados, los chupados formaban largas filas esperando para ser flagelados.

El entonces coronel Ramón Camps, jefe de la policía de Buenos Aires, fue identificado plenamente como el director de aquella orquesta enloquecedora en la que, cuando ordenaba interrogar, el sujeto pasaba directamente a la cámara de los tormentos. Testimonios extraprocesales abundan en la declaración de Julio César Miralles sobre la tortura de los padres en presencia de los hijos, insistiendo en el caso de una muchachita que se suicidó ante el tormento de su madre: obligada a presenciarlo, tomó el revólver abandonado por un torturador sobre una mesa y se disparó.

Resulta difícil la elección periodística entre las diferentes torturas para relatar alguna ilustrativa, y el catálogo de los espantos corre ya el peligro de hacérsenos a todos excesivamente familiar.

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