El juicio contra las tres
primeras dictaduras argentinas ha entrado en "la hora del fiscal",
como bien señala la Prensa porteña. Los testigos cuentan sus propios casos y
experiencias. Los letrados defensores escuchan sin preguntar, mientras la
catarata de horrores anega la sala, en absoluto silencio. Ayer, Ramón Miralles,
ex ministro de Economía de la provincia de Buenos Aires durante el último
Gobierno constitucional peronista, relató su odisea ante la Cámara Federal de
Apelaciones.
En mayo de 1977 se disponía
a viajar a Brasil, junto a su esposa, cuando desaparecieron sus dos hijos y su
nuera. La esposa viajó a La Plata -ciudad bonaerense y residencia de los hijos-
y desapareció también. Comprendió que su mujer había sido chupada en calidad de rehén y se entregó en
una comisaría de policía de una de las ciudades del gran Buenos Aires.De forma
oficial y ostentosa, fue entregado al Ejército, que lo trasladó encapuchado a
un pozo o chupadero, en el que tropezó con el periodista
Jacobo Timerman, director de La
Opinión,caído en el suelo y muy lastimado, que musitaba: "Me quieren
matar, me quieren matar". "Me llevaron a un lugar que parecía una
cocina, donde me aplicaron la picana en los ojos, las orejas, el ano y los genitales.
Luego me dijeron que me iban a dar una sorpresa y me mostraron a mis hijos y a
mi nuera".
Del ex ministro provincial
querían los militares información sobre hipotéticos negocios ¡lícitos cometidos
por el Gobierno peronista. Cuando, tras meses de desaparición, le dejaron en
libertad se le informó de que todo había sido un error y que la patria exigía
sacrificios en los que la vida humana carecía de valor. Su hijo, Julio César
Miralles, testificó sobre el clima de terror reinante en su pozo, donde se torturaba
"segundo a segundo", mientras eran perceptibles los llantos de las
criaturas que presenciaban el tormento de sus padres. Desnudos, maniatados y
encapuchados, los chupados formaban largas filas esperando para
ser flagelados.
El entonces coronel Ramón
Camps, jefe de la policía de Buenos Aires, fue identificado plenamente como el
director de aquella orquesta enloquecedora en la que, cuando ordenaba
interrogar, el sujeto pasaba directamente a la cámara de los tormentos. Testimonios
extraprocesales abundan en la declaración de Julio César Miralles sobre la
tortura de los padres en presencia de los hijos, insistiendo en el caso de una
muchachita que se suicidó ante el tormento de su madre: obligada a
presenciarlo, tomó el revólver abandonado por un torturador sobre una mesa y se
disparó.
Resulta difícil la elección
periodística entre las diferentes torturas para relatar alguna ilustrativa, y
el catálogo de los espantos corre ya el peligro de hacérsenos a todos
excesivamente familiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario