Los cadáveres de 30 personas aparecieron dinamitados el 22 de
agosto de 1976 en la localidad de Fátima, próxima a Buenos Aires, como
resultado de una venganza de la policía por la bomba terrorista que el 2 de
julio de ese año, tres meses después del golpe de Estado que derrocó a Isabel
Perón, voló el comedor de Coordinación Federal -central policial- en Buenos
Aires y mató a 22 guardias.Gregorio Joaquín Ferrá, ex médico de la policía
bonaerense, declaró en el juicio contra las juntas militares argentinas cómo
sus jefes le conminaron a realizar una inspección rápida y somera "porque
las cosas apremiaban".
Sobre la matanza
de Fátima declaró también el ex cabo de la policía federal Armando Luchina,
quien insistió en los actos inmorales y aberrantes cometidos por la policía con
los detenidos. "Un interrogatorio normal", dijo a la Cámara, "es
lo que ustedes hacen conmigo. Allí -por Coordinación Federal- se vivía la
aberración total; se cometían los actos más innobles, se buscaba destruir a las
personas. Me repugna recordar los casos de torturas mediante colgaduras, el
submarino, golpes de cadenas, las violaciones. Se violaba a las mujeres y se
llegaba al extremo de hacerlo con los hombres".
El general Albano
Harguindegui, ex ministro del Interior de la primera Junta Militar, obeso,
lúdico, vitalista, aficionado a la caza mayor, un trasunto porteño de Herman
Goering, edificó un monumento al cinismo en su declaración ante el tribunal.
Tranquilo y relajado -la víspera había asistido al juicio como espectador para
ambientarse- negó que durante su mandato ministerial -lo más duro de la
represión- se hubiera producido en Argentina la menor violación de los derechos
humanos y aseguró desconocer la existencia de un solo caso de desaparición de
personas en manos de las autoridades. "La justicia estaba intacta",
afirmó, "y todos los detenidos lo eran legalmente, pasando a dependencias
penitenciarias". Admitió haber recibido reclamos múltiples por
desaparecidos, que a todos atendió en las medidas de sus fuerzas sin haber
podido encontrar responsabilidad en las Fuerzas de Seguridad del Estado.
Ante algunas
repreguntas optó por no contestar para no incriminarse a sí mismo y ante las
evidencias se escudó en repetidos fallos de su memoria. Hasta los asépticos
locutores de la televisión argentina no pudieron evitar el comentario, al
narrar esta sesión oral, de que la desmemoria del general Harguindegui era tal
que pasaría inevitablemente a formar parte de la historia del país.
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