Don Manuel
Azaña discurseaba en
campaña desde un
tren. Tras un mitin
apoteósico se retiró
a su departamento
mientras la muchedumbre
le vivava y
rugía mueras a
la burguesía. Azaña
era físicamente muy
cobarde, pero tuvo
un rapto, bajó
la ventanilla y
gritó a sus
correligionarios: “¡
Imbéciles; yo soy
un burgués ¡”. En
ésta campaña del
gran bostezo, todos
los partidos debutan
razonablemente comedidos y
hasta los oradores
de Izquierda Unida
parecen masajistas thailandesas,
pero los socialistas
han sacado el
mantra de la
derecha confundiendo el
rezo circular con la
matraca. Les falta
el dóberman, que
no es más que
una mexicaneada, pero
no cambian el
discurso de la
derecha que se
aproxima con una
motosierra, de la
derecha extrema que
han acuñado porque
no se atreven
al ridículo de
tildar a Mariano
Rajoy como
líder de la
extrema derecha española.
Si se siguen
jaleando a sí mismos
situaran a Rosa
Díez en la
ultraderecha, por renegada,
dado que es
obvio, aún en
las circunstancias actuales,
que fuera de
la ignota tercera
vía de Zapatero
no hay salvación,
y quién no lo quiera
reconocer que se
afilie ya a las SS.
Como no saben
si concurren a
autonómicas, municipales, primarias
o generales, éstos
maniqueos de Ormuz y
Ariman sacan al
teatrillo el monigote
de la derecha para
darle estacazos mientras ríe el personal.
Un día se
levantara alguien y
elevara la voz: “¡ Estúpidos; yo
soy un demócrata
honrado y soy de
derechas!”. No caló
aquello de Ortega que ser de
derechas o izquierdas es
una hemiplejía moral.
Aznar es el
culpable y viva la
madre que me parió
(ovación).
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