He asistido a campañas
electorales centro y sudamericanas en las que saldada la jornada con media
docena de muertes violentas, pese a la ley seca, los comunicados oficiales se
felicitaban por la normalidad de la votación. Espero que no sea nuestro caso tras
la turbulenta entrada en escena de los jóvenes indignados, agobiados y
cabreados que han desviado la escasa atención sobre una campaña poco
participativa y signada por la moderación del Partido Popular y la sustitución
socialista del viejo doberman por la cansina definición del PP como derecha
extrema, extrema derecha, ultraderecha o derecha demoniaca, que tanto da. Los
indignados que han protagonizado la recta electoral parecen el Movimiento
Nacional franquista: rechazan la democracia formal, los partidos políticos y la
libertad de información. Se reclaman de espontáneos pero han sido movilizados
por las redes sociales de Internet y los SMS, teledirigidos por plataformas
reivindicativas radicales situadas ideológicamente en la izquierda inmoderada,
con la cariñosa comprensión de PSOE e Izquierda Unida. Se bautizan de pacíficos
pero son coercitivos, y la paz no consiste solo en no darle un botellazo a un
cristiano o dejar indemne una vidriera o un contenedor, sino también en acatar
a las Juntas Electorales, no cortar las vías públicas ni amenazar con
manifestarse durante la jornada de Reflexión. Eso es trágala. Agit-prop y
Bakunian afeitado y en bambas. En España son legión los agraviados por las
torpezas socialistas pero que unos miles hayan despertado precisamente ahora,
cuatro días antes de las elecciones de hoy, mueve a sospecha al más ingenuo.
Tenían motivos para bramar cuando Zapatero les dijo que la crisis financiera
internacional solo era una leve desaceleración económica, cuando tildó de
antipatriotas y catastrofistas a quienes advertían sobre el crack, cuando
aseguró que avanzábamos hacia el pleno empleo, cuando nos situaba en la
superación de Alemania, Francia e Italia, que nos miraban con envidia, y hasta
cuando nos deseó enigmáticamente buenas noches y buena suerte, sacado de una
película estadounidense de periodistas. En política la mentira es moneda común,
como en la vida, pero nadie nos había mentido tanto como Zapatero desde al
menos Fernando VII, el rey felón. Que los indignados hayan esperado hasta estos
días recuerda la jornada de reflexión de marzo de 1984, incivilizado desprecio
socialista por la etiqueta y el decoro de unas elecciones. Hoy los concentrados
son el 7º de caballería en socorro de un PSOE sin municiones. La crispación le
sienta bien a este socialismo que ni se plantea el giro del gozne hacia un
cambio político. Los indignados no proponen alternativas pero llevan en la
mochila un mensaje subnormal: la postración la origina una carcundia de
instituciones conservadoras que hay que demoler votando a las izquierdas, como
si pretendieran la caricatura del fracasado mayo del 68. Hasta Felipe González
se ha tirado a la piscina equiparando a nuestros cabreados con los movimientos
de masas en el Mediterráneo árabe, escandalosa suma de peras con manzanas y
desprecio doloso de nuestra Constitución democrática, formal, real o virtual.
También podría semejar al Rey con Mohamed VI.
El Movimiento Nacional
tiene razones, pero no la razón, aunque ha venido para quedarse y con el tiempo
sabremos si pretenden subvenciones o asaltar el Palacio de Invierno. Una
sociedad sustancialmente distinta queda para los nietos de la Puerta del Sol.
La partitocracia está blindad por todos
los poderes y llevará bastantes años reconstitucionalizarnos. La única posibilidad
inmediata de que las cosas mejoren para todos, incluidos los indignados, es la alternancia y un
Gobierno popular de mayoría absoluta. Es saludable tener que pactar pero están
tan enquistados los problemas aplazados que más vale un diputado de más. Voten
lo que les pete; pero voten.
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