Mi médica y yo fuimos a
recogerle a su hotel porteño en un enero bochornoso del verano austral en que
el Río de la Plata escupía vaharadas de humedad sobre Buenos Aires y subía la
sensación térmica de 30ª centígrados. La familia Polanco es cardiópata y a Don
Jesús le habían quitado el tabaco y, alejado de cualquier deporte, le habían
impelido a andar enérgicamente. Le acompañaba el mayor, Ignacio Polanco, y otro
de sus hijos varones. Eligió un restaurante distante y, prohibiendo el “
tacho “ ( taxi ), arreamos todos tras él
sudando hasta perder el resuello. Acomodados pidió una sola carta y eligió el
menú para todos sin darnos opción. A Ignacio, hoy Presidente de PRISA, viéndole
con apetito, le espetó: “ ¡ Come, come, que para lo único que vales es para
comer ¡“, con la consiguiente vergüenza
ajena de dos extraños como la médica y yo. Derivó a la filosofía empresarial: “Los hijos tienen que heredar los negocios pero
no han de ser quienes los administren.
La mejor gerencia es externa a la familia “. Todos hundimos la cabeza en el
plato. La cuenta la repasó demoradamente hasta los decimales de los pesos, encontrando
un despreciable error que le perjudicaba, exigiendo su corrección. Guardó la
factura.
Comentaba a menudo que cuando se
perdiera le buscáramos en Buenos Aires, no por los misterios de la gran ciudad austral
sino porque junto a su socio de toda la vida, Pancho González, allí vendían en sus inicios enciclopedias
parando en infectas pensiones para gastar el dinero en agasajar por lo grande a
los editores que compraban al por mayor. Los días de invierno particularmente
fríos los pasaban en un cineclub de sesión continua, sólo para calentarse. Le encantaba recordar aquellos duros
primeros pasos con los que realzaba su falso origen humilde y su cierta
condición de hombre hecho a sí mismo. Tras una cena de dos en Madrid y no
teniendo yo automóvil se empeñó en dejarme en casa aunque había despedido a su
chófer. Al volante de un “Mercedes-Benz “, negro, acaso proveniente de los garajes de
Adolf Hitler, me alababa aquel trasto de colección. Me atreví a decirle: “Por
qué no te compras un “Mercedes “nuevo?”. Me respondió “Porque no tengo dinero “.Y
guardé prudente silencio. Aunque en las reuniones informales siempre nos daba la tabarra sexual de que él era capaz de echar
cinco sin sacarla, no era bueno para el
hedonismo o la modernidad. Solo a él, en la cima de su poder y fortuna, se le
ocurre instalarse en una finca de Valdemorillo,
en lugar de dirigir su imperio por
videoconferencia desde espectaculares “penthouse“
en Nueva York, Paris y Londres. Quizá la
falta de idiomas o la mentalidad rural de sus ancestros cántabros. No le
molestaba la austeridad y trabajaba despachando, a veces innecesariamente, con
sus ejecutivos. Temía que le escamotearan información, pero no es una leyenda
que “El País “ lo leyera por la
mañana. Por deferencia se le
telefoneaban las noticias importantes, y, de tarde en tarde, se le hacía llegar
las copias de algún artículo especial. Los editoriales se acababan tarde y no
tengo noticias que haya leído alguno antes de su publicación. La crítica, a
veces indecorosa, la hacía al día siguiente.
El doctor Enrique González Duro es uno de nuestros más eminentes
psiquiatras y ha escrito perfiles psicológicos de personajes como Franco o Juan
Ramón Jiménez. Su última obra (“Polanco. El señor de El País”) es
tridimensional: una breve biografía del hombre que parece psiquiátricamente
temerosa, el avatar del primer periódico del postfranquismo, del que tiene buena información intestina, y una
ordenada crónica de la Transición desde Arias Navarro a José María Aznar. El
primero le hizo un gran favor al diario no autorizándolo hasta la muerte del
General. De haber salido el diario antes
de 1975 y no en 1976, no hubiera podido pedir democracia y partidos políticos
desde su primer número, y el posterior “Diario
16“ habría alzado antorcha. Trabajamos
como forzados para que “ El País “
saliera a la calle el 25 de Abril de 1976, en el aniversario de “La revolución de los claveles “; casi una
provocación , pero desajustes técnicos postergaron el alumbramiento a Mayo de 1976. Su promotor fue José Ortega
Spottorno, que no era poco inteligente como sugiere el autor, aunque su
bonhomía empañara su carácter. Quién no estuvo a la altura de su fama fue Manuel
Fraga Iribarne quién creyó que al periódico le sostendría su hombre de
confianza, el periodista Carlos Mendo como director. Juan Luis Cebrián urdió una entrevista para “Gentleman“ con el
entonces Embajador en Londres vendiéndose como mejor responsable del periódico
y dándole garantías eternas de fidelidad política. Mendo salió por la ventana,
Con “El País “ estabilizado Fraga cenaba en el comedor de respeto y sus gritos
bajaban por las escaleras hasta la
redacción. “ Usted me ha engañado. Usted me ha traicionado “le vociferaba a
Cebrián. Y señalando a Darío Valcárcel:
“Y Usted es un agente del Conde de Motrico “. Todo era cierto. Polanco
sólo estaba en primer plano como avalista financiero pero había entendido que aquel
papel suponía mucho más que todo el gastado en sus libros.
“PRISA“ sufrió una guerra civil con
contraventa de acciones por debajo de la mesa entre quienes querían un diario
liberal con Polanco de contable y los que veían inevitable y conveniente que el editor controlara el
periódico con la condición de defender
la monarquía y ni mentar la nacionalización de la Banca. Ganó Polanco porque tenía más liquidez que el ilustre
notario republicano Antonio García Trevijano, bestia negra del PSOE. Enrique
Múgica levaba a la redacción las
intoxicaciones contra el granadino. A más de dinero y olfato, Polanco tuvo
suerte. Salvó a Ortega Spottorno de un
desliz en “Alianza Editorial “ y, a
cambio, le catapultó a la Presidencia Honoraria de la empresa, pasando él de
Consejero-Delegado a Presidente ejecutivo. Recorrió triunfante nuestros
despachos: “Hoy he cambiado de mujer, de
trabajo y de casa “. Se había divorciado
generosamente ( o justamente ) de “
Chispa “, compañera de primeras penurias y madre de sus hijos para unirse a
Mari Luz Barreiros, hija del patrón automovilístico del franquismo. “ De ésta
mujer estoy seguro porque tiene más dinero que yo “. Siempre rebajaba su patrimonio.
Tanteando el holding Cebrían fracasó con la revista “El Globo “ y “ Radio El País “, ambos
tontamente elitistas, pero Polanco miraba mucho más lejos: negociar un imperio
mediático con el Gobierno socialista aun
al precio de que el diario dejara de ser independiente hasta en su mancheta
disparando granadas de humo sobre las trapacerías socialistas.
Don Jesús del Gran Poder (para mí que
fue Alfonso Guerra quién lo bautizó) había tenido terminales en los ministerios
de Educación de Franco y contaba en su nómina
con Ministros iberoamericanos, hasta con
el de Defensa chileno, y no iba a ser menos en la democracia española. Seguí la campaña electoral de
Felipe González en el 82 y llegué a escribir que su mensaje era cristiano.
También Felipe decía que iba a reponer los cristales de los colegios
religiosos. Ni lo uno ni lo otro. En un receso de mi periplo me cogió en la
redacción: “¿ No estaremos apoyando demasiado a Felipe ? ”. No
me dejó contestar: “Tú sigue así porque
éste va a ganar “. Felipe le vendió en tramos y a precio de amigo las acciones
del Estado en la SER, sin concurso y a dedo. La televisión le daba miedo y el
tiempo le dio la razón post -morten. “La televisión en España es una fábrica de
perder dinero “. Alguien lo convenció que un canal de pago sería rentable y
cuando se abrió la puja por las privadas Felipe retorció sus propias
normas para darle un canal cerrado, un
club de socios, a quién había advertido que “no hay cojones para negarme a mí una
televisión “. Siempre hacía frases como titulares.
El autor sabe mejor que yo que a veces las enfermedades se manifiestan
antes de conocer su etiología. Polanco se quedó muy solo cuando lo abandonó
Mari Luz que no estaba hecha para vivir en una finca como la mujer de un
torrero a cincuenta kilómetros de Madrid. A su chófer con quién solo hablaba
para darle las direcciones le llegó a preguntar que si entendía a las mujeres, confianza insólita en él. La
expansión por Portugal y América era más de escaparate que un proyecto empresarial
y financiero sólido. El conglomerado televisivo fue un nudo gordiano con
compras extravagantes de fútbol y películas.
Polanco pre enfermo delegó desganadamente en quienes lograron para “ PRISA “ una deuda de 5.000 millones de
euros, el presupuesto de algún país pequeño, acabando con la venta del Grupo a
una sociedad estadounidense de capital-riesgo y la caída en picado del valor de
sus acciones con el consiguiente detrimento
del patrimonio de la familia propietaria. Aunque los rumores no son noticias
circula la especie de que la Universidad
de Harward va a abrir el aula “Juan Luis
Cebrían para la investigación avanzada
de gestión empresarial. Pedro J.Ramírez me comentaba: “Como soy un periodista
arrogante jamás se me ocurriría llevar esa arrogancia a la empresa”. Mirar atrás es melancólico pero el desastre y
la desnacionalización de PRISA hubieran corrido otros rumbos menos traumáticos
de haber estado al timón Javier Díaz de Polanco, sobrino, huérfano de padre y
criado como un hijo por el patrón. Le
fogueó por Iberoamérica en los años de la hiperinflación y estaba a altos
cometidos. Finalmente chocó con Cebrían y ahora juega al golf. Cebrían logró
hasta dividir a la familia. Días antes
de morir el editor reconoció que ya no tenía ganas de leer “El País “, el
gigante con los pies de papel. Ávido de
estima ni siquiera recibió el marquesado de Santillana al que aspiraba alimentando las Fundaciones de la Reina. Con
el Conde de Godó y el Marques de Luca de
Tena, es suficiente.
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