Disolver el Parlamento y
anticipar las elecciones es un recurso usual
para cuando las cosas van excelentemente
o están emponzoñados. La señora Thatcher
adelantó comicios tras la guerra de las Malvinas para capitalizar el patrioterismo, y en nuestra
democracia Felipe González y Leopoldo Calvo Sotelo hicieron lo mismo, sabiendo
que las perdían, para deshacer nudos gordianos
demostrando sentido de Estado. Es tan incomprensible el sostenella y no
enmendalla de la cúpula socialista que habrá que suponer con Ortega y Gasset
que lo que les pasa es que no saben lo que les pasa, y eso es lo que les pasa.
En los próximos meses no va a repuntar el empleo según nos pronostican, y en
todo caso unas décimas menos de paro no nos van a sacar el susto del cuerpo. Si
el Gobierno termina de cerrar su paquete de reformas no será para subir las pensiones o el sueldo de los
funcionarios y nos proporcionará más duelos y quebrantos que no excitarán el voto socialista. Quién patrocina la muerte digna no la quiere para
sí y prolonga irresponsablemente su agonía. Zapatero tiene el prurito de agotar
la legislatura como si cumplir el calendario le aportará alguna clemencia en
los libros de la pequeña Historia. O a
lo mejor está consumiendo tiempo para que le terminen la casa de León donde
leerá a destiempo las meditaciones de Marco Aurelio y se hará, al fin, el
estadista que no fue. Él no es
candidato, su partido no puede recuperarse ni en septiembre ni en marzo, y
hasta Sonsoles y las niñas se quieren ir de La Moncloa. En nueve meses se hace
un hombre pero no se invierte una tendencia
social. Éste ateo casado por la Iglesia cree en los milagros.
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