Nuestros constituyentes (incluidos socialistas y su izquierda)
pusieron énfasis en que la moción de censura al gobierno fuera “constructiva”,
aunque el adjetivo no aparezca en el texto de 1.978. Al menos ha de proponerla
un decimo de diputados, incluir un candidato a la presidencia (y por tanto un
programa de Gobierno y no solo la reconvención de un problema puntal), ganarse
por mayoría absoluta de la Cámara y no
volver a presentarse en el mismo periodo de sesiones. Se trataba de evitar un
circo abusivo político-mediático y la transmutación del Presidente legitimidado
en las urnas o los pactos en un recurrente pin-pan-pum de Polichinela. Cuando a
la gobernante Unión de Centro Democrático comenzaron a crujirle las cuadernas
Felipe González y Alfonso Guerra decidieron una moción de censura “destructiva”
contra Adolfo Suárez porque les urgieron prisas por gobernar y necesitaban agigantar
se debilidad. Luego González desaprueba la posterior dimisión de Suárez pero en
su desánimo también influyó aquella moción, como puñalada de pícaro, que no
mataba pero hería. La ulterior moción de Hernández Mancha contra un PSOE
exultante no llegó ni a fuego de artificio: el fugaz y exótico líder de Alianza
Popular se presentaba en actos políticos de blanco nuclear, canotier y bastón
de bambú, solo pretendía darse conocer porque ni siquiera era diputado y creyó
que la censura era un mitin en el Congreso. Hoy Pérez Rubalcaba para construir
algo no puede ceñirse a Bárcenas o a los ERE de Andalucía sino que tiene que
explicarnos que pretende hacer detalladamente el PSOE, y sus abanderados
palmeros de las monarquías cubana y norcoreana, con este país y en estos
momentos. Es comprensible que el Presidente Rajoy no quiera estornudos en la
legislatura, pero resultaría divertido y pícaro que a las ínfulas de Rubalcaba
replicara con una moción de confianza ante el Congreso. Rajoy se encuentra como
la violada a la que la policía exige dar explicaciones públicas sobre su
vejación.
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