Amo a Baltasar Garzón por lo bien que se explica, desde los días
que se presentaba sin avisar en mi casa para malhablar del Rey y reafirmarme
que Felipe González era la X de los GAL, hasta la plataforma cívica que funda
hoy sin pretender ser candidato y en comandita con el inteligente fariseo
Federico Mayor Zaragoza. Baltasar es un pescador desde que salió de Jaén y si antes
encontraba cestos para colocar su ingente provisión de huevos, desde que
descubrió a Pinochet acopia cebos para toda la fauna piscícola. Como los
sicalípticos persigue a todo lo que se mueve y lleva tiempo tirando el sedal
sobre el malestar cívico en España y América.
Aquí se ha creado una peana de Saint-Just porque ha engordado demasiado
para Robespierre, pero en vez de comprometerse deja que le ensalcen desde los
comunistas a los extraparlamentarios; los antisistema aupando a un profesor
pródigo del sistema. Hasta se le ha untado algo de la tonada argentina, aunque
la Presidenta Kirchner está a la baja en su bolsa de valores y hacerse
peronista a su edad movería a risa. Quiero a este pescador en ríos revueltos
porque alimenta mi neurosis y sus erráticos actos me permiten ser el doctor
Jeckyll y Mister Hyde cada vez que lanza la caña para hacerse con alguna
pillería. Su fuerte y su obsesión son la imagen y la publicidad y sabe
aprovechar hasta la inquina que le profesa la extrema derecha que se equivoca erigiéndole
en mártir de nada. Asegura que no duerme y los narcoelípticos le adoran
ignorando que vela maquinando sus relaciones públicas. No sabe pergeñar una
instrucción y muchos traficantes se le han escapado por esta debilidad, pero
con sus mareantes idas y venidas ha logrado que hasta los socialistas le
excusen sus traiciones. Este es un país en
el que los condenados por el Supremo piden silla de pista. Para
salvapatrias a este pescador furtivo le faltan uñas de guitarrero.
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