El doble plano de la actualidad argentina
transcurre por las reacciones del peronismo ante su derrota electoral, más su
hecatombe psicológica, y las perspectivas inmediatas del nuevo gobierno
radical. Las fuerzas armadas, lógicamente, procuran hacerse invisibles y están
facilitando una acelerada entrega del poder que ya podría fijarse
extraoficialmente para el 12 de diciembre.
Después de algunas dudas, Lorenzo Miguel ha
decidido no renunciar como vicepresidente del Justicialismo "porque nadie
me lo ha pedido", Miguel no supo hacer uso de la palabra en un solo acto
peronista durante la campaña electoral, antes los abucheos, silbidos rechiflas
y menciones a su madre de que era objeto por parte de sus seguidores.Herminio
Iglesias declaró igualmente que no tiene por qué dimitir y que Alfonsín ha
triunfado por el voto femenino que contempla mucho la televisión; llega en su
audacia a prometer otra masiva con centración peronista junto al obelisco de
Buenos Aires en cuatro o cinco meses. El Consejo Nacional Justicialista emitió
al fin un documento político sobre las elecciones, en el que achaca la derrota
al voto extrapartidario recibido por Alfonsín (lo que es un mérito para el
radicalismo), a la traición del voto comunista, aliado del peronismo (lo que
sería un error de la conducción justicialista) y sin una sola palabra
reconociendo los dislates cometidos; solo prometen un replanteamiento de la
estrategia peronista.
Probablemente,
el lunes podrá conocerse la composición del próximo Gobierno radical; todavía
bailan los nombres y hasta las cifras del recuento final de los votos que
podrían terminar dando mayoría a los radicales en el Senado; en muchas
circunscripciones la victoria radical o peronista es por cinco votos y se pelea
desaforadamente por las mesas impugnadas.
Raúl
Alfonsín pretende formar un equipo de notables que represente antes al Estado
que al Gobierno (Ernesto Sábato y Jorge, Luis Borges, el ex presidente Arturo
Frondizi, el cardiocirujano Favaloro y hasta el peronista moderado y de notable
talento Federico Robledo -a quien una enfermedad degenerativa le impedirá
reconstruir el peronismo-) para reinstaurar a Argentina en el concierto de las
naciones respetables y respetadas.
Es seguro
el cercenamiento de los gastos militares para 1984 (las fuerzas armadas
argentinas, previsoras, ya procuraron atiborrar sus arsenales antes de las
elecciones) y la desescalada psicológica del doble frente bélico en el que se
metieron los militares: Chile y Gran Bretaña. Los radicales utilizarán la
fuerza inicial de la democratización argentina pata establecer mejores, lazos
con los países latinoamencanos, pero menos énfasis que el peronismo en la
inserción de la República en el Tercer Mundo y depositarán su mejor interés en
estrechar lazos con la socialdemocracia europea.
No serán
mejores las relaciones de los radicales con los Estados Unidos que las de los
peronistas, acostumbrados a un nacionalismo de muchas voces y gestos tras los
que Perán nacionalizaba empresas extranjeras obsoletas pagándolas puntualmente
a precios sobrevalorados. El radicalismo discute en voz baja pero, como ya
hicieron bajo la presidencia de Illía, son capaces hasta de cometer el error de
suspender ventajosísimos contratos internacionales como los petrolíferos por no
hacer dudar de la soberanía nacional.
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