Las Fuerzas Armadas argentinas, aún en el poder a
través de la Junta Militar, no han emitido la menor opinión sobre los
resultados electorales de los comicios. Pero para cualquier observador es
visible su incomodidad-satisfacción por el triunfo radical, previsto, pero no
confirmado, por los servicios de inteligencia militar.Su incomodidad viene de
que los radicales, históricamente hacen honor a su palabra y todas las promesas
de Raúl Alfonsín sobre procesamientos por responsabilidades castrenses en la guerra
sucia contra la subversión se espera que sean cumplidas. Alfonsín, por
otra arte, ha sido más explícito que Ítalo Argentino Lúder en la insistencia de
que la comandancia de las Fuerzas Armadas sólo corresponderá institucionalmente
al presidente de la nación, quien disolverá las comandancias específicas de
cada arma.
Sin
embargo, nada de esto sorprende a los militares argentinos, que esperan, desde
que convocaron las elecciones, un inevitable chaparrón de inconvenientes
jurídicos y administrativos. Más les preocupa la segura reducción que de los
gastos militares harán los radicales, drenando fondos hacia la alimentación, la
sanidad y la educación.
La
satisfacción viene a cuento de que encontrarán entre numerosos dirigentes
peronistas, abatidos por la derrota electoral, interlocutores para alguna
conspiración dispuesta a aportar una base civil a cualquier asonada. De entre
las tres armas, la más proclive al populismo peronista está resultando la
Fuerza Aérea, vanidosa de su papel en la guerra de las Malvinas, ahora
descubridora de un nacionalismo casitercermundista, desde el que inspira
prácticamente el impago de la deuda externa.
El Ejército
y la Armada han estado cuchicheando descaradamente con el ala derecha peronista
para encumbrar a sus hombres en la, futura dirección de las Fuerzas Armadas, y
todos sus tejidos políticos han quedado ahora al descubierto.
Las
noticias provenientes del exterior sobre un compló militar para asesinar a Raúl
Alfonsín no son un truco electoralista, sino una realidad que, por atender a la
verdad, hay que decir que no comparte la mayoría castrense, bastante curada ya
de aventurerismo. Las Fuerzas Armadas, en su conjunto, habrían deseado una
sucesión peronista, en la que tienen amigos e intereses ideológicos y personales
en común. A los radicales siempre los despreciaron por tibios, por su rara
devoción por el derecho y la democracia y por su notoria incapacidad para
imponer sus ideas a trompadas.
Raúl
Alfonsín, así, afronta lo peor de su futuro mandato; ha de escoger entre las
listas ya elaboradas por esta Junta Militar los futuros ascensos al generalato
y, para ponerlo todo peor, la tradición indica que el presidente se limita a
firmar los ascensos que propone cada jefe de arma. Es el primer ladrillo
caliente que pisará Alfonsín como presidente.
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