Al día siguiente del golpe de Estado militar de 1973, Wilson
Ferreira Aldunate, líder del Partido Blanco uruguayo y jefe de la oposición al
Gobierno colorado, esperaba junto a su mujer, Susana, el despegue de un avión
privado. El aparato tenía permiso de despegue, pero la pequeña pista, dado el
estado de sitio, se encontraba vigilada por las tropas. El pequeño aeroplano
comenzó a rodar por la pista. Wilson y Susana salieron de los matorrales en los
que estaban escondidos y corrieron hacia él. Una portezuela se abrió y el
matrimonio se tumbó en el suelo de la carlinga esperando los disparos. Ferreira
susurró a Susana al oído: "No me dirás que te he dado una vida
aburrida". Once años después, a las diez de la noche del pasado viernes,
zarpaba del puerto de Buenos Aires el Ciudad de Mar del Plata, vapor de línea
entre la capital argentina, y Montevideo, para desembarcar en Uruguay a Wilson
Ferreira, ya candidato presidencial a las elecciones previstas para noviembre
por la dictadura militar Nuestro corresponsal en el Cono Sur entrevistó a
Ferreira poco antes de que embarcase.
Wilson Ferreira tiene 65
años y tres hijos de su matrimonio. Le falta una asignatura para terminar
Derecho, y dedicó toda su vida adulta a la política uruguaya dentro del Partido
Nacional -o Blanco-, que sólo durante ocho años alcanzó a gobernar el país, dada
la hegemonía electoral (siempre por unos escasos miles de votos) del Partido
Colorado. Blancos y colorados,
en una traslación siempre peligrosa, podrían equipararse, a los conservadores y
laboristas británicos, o a los republicanos y demócratas estadounidenses. Los blancos, representantes del campo y los ganaderos, siempre en buenos contactos
con Argentina; los colorados, representantes de la pequeña burguesía
urbana de Montevideo, siempre en buenos términos con el gigante brasileño.
Ferreira escapó de Buenos
Aires tras el asesinato, en el que colaboraron los servicios de inteligencia
militar argentina y de Uruguay, de Zelmar Michelini, senador, y de Héctor
Gutiérrez, ex presidente de la Cámara de Diputados. Fueron secuestrados y ase
sinados en la capital argentina en un operativo que incluía la muerte de
Ferreira, a quien no pudieron encontrar.
Tras denunciar ante el
Senado estadounidense las atrocidades de la dictadura castrense uruguaya,
Wilson Ferreira se convirtió en la bestia
negra de los militares.
Más de 500 personas le acompañan en el Ciudad
del Mar del Plata, de
bandera argentina, en su regreso al país tras 11 años de exilio.
El Gobierno de Montevideo,
que preside nominalmente el general Gregorio (Goyo) Álvarez, ha prohibido a la
Prensa cualquier mención directa o indirecta del regreso del líder blanco. No parece que vuelva al país un líder
político acompañado de 190 periodisas y correligionarios; parece que regresara
una división armada con capacidad operativa de desembarco. Desde la caída del
sol el viernes se cerró la ciudad vieja de Montevideo, y el puerto está
patrullado por tanquetas militares. Helicópteros artillados sobrevuelan la
ciudad, y las emisoras de radio emiten comunicados periódicos, enmarcados entre
marchas militares, informando del presunto acceso al país de comandos
terroristas, e intentando disuadir a la población de acudir a los aledaños del
puerto para recibir al exiliado que vuelve.
No se alberga la menor de
las dudas sobre que Ferreira y su hijo serán detenidos en cuanto atraque el
vapor, y, a tenor de informes llegados desde Montevideo, serán trasladados
directamente al siniestro penal de la ciudad de Libertad.
Sin ningún miramiento, a
Ferreira se le reputa en Montevideo de físicamente cobarde; es posible que lo
sea, como en el mismo sentido lo fue Manuel Azaña. El jueves se encontraba
traspuesto en la cama, en un hotel de Buenos Aires, quizá somatizando su futuro
personal. Pero el caso es que vuelve, y que lo hace en una apuesta de a todo o nada,para
colocar a la nerviosa dictadura uruguaya ante sus propias contradicciones.
Pregunta. ¿No tiene miedo de ser asesinado a su regreso?
Respuesta. No. No se dan las condiciones objetivas para
un regreso a la filipina. Podría tener temor en Buenos Aires, y
ya se han encargado allí de protegerme en lo posible. Una vez en manos de los
militares uruguayos sé que nada podrá pasarme. No tengo ninguna veleidad por
ser un mártir y ya he repetido que harán conmigo lo que los uruguayos quieran
que hagan. No pienso someterme a la jurisdicción uruguaya actual por cuanto
rechazo su legitimidad, pero debo regresar a mi país.
P.Usted ha sido muy duro con las Fuerzas
Armadas, pueden temer de usted una actitud revanchista.
R. No soy candidato a juez ni a fiscal. Soy
candidato a presidente de la República. Los problemas acumulados se resolverán
y a la satisfacción de todos, cuanto menos se crispe la gente. El Ejército
uruaguyo está muy equivocado respecto a mí y a mi partido. Lo quiere todo
firmado, como en las ordenanzas españolas, y en política las cosas no siempre
son así. Acaso sea una herencia de esas ordenanzas en las que un centinela -la
centinela, en el mejor castellano- lo tiene todo organizado y programado, hasta
tal punto que puede morir antes de conocer quién le asalta.
Yo no voy a destruir al
Ejército uruguayo, sino que lo voy a dignificar, pero no terminan de
comprenderlo.
P. ¿No es un precio excesivamente alto su
candidatura a ultranza para la celebración de elecciones en Uruguay?
R. Mi partido no acepta que se lleven a cabo
elecciones con proscripción de candidaturas a personas. Yo no sé qué pensarán
en la Europa democrática de nuestra postura, que a mí me parece elemental.
Ustedes deben entender que son los propios militares uruguayos los que repiten
constantemente que sin acuerdo previo no puede haber elecciones. Saben
perfectamente que no se puede llamar a votar sin la anuencia del Partido
Blanco. Y yo me ofrezco como ofrenda de paz, como afirmé recientemente en
Argentina: si el Gobierno uruguayo convoca elecciones con el pleno
restablecimiento de libertades que fija la Constitución, retiro mí candidatura,
y aun así me resultará escaso el presunto sacrificio.
P. ¿Su regreso podrá entorpe. cer el calendario
electoral?
R. Yo no tengo alma de mártir pero vuelvo con el
signo de la alegría y de la reunificación, del reencuentro y de la venida
tranquila. No vuelvo para la guerra ni para el enfrentamiento. Mis
simpatizantes tienen consignas de recibirme en la más absoluta paz, con
esperanza y bajo el signo de la reconciliación nacional para todos. Quiero unas
elecciones realmente libres y tranquilas para mi país, sin el menor ánimo de
revanchas históricas. Los problemas continuarían en el futuro si se mantienen
las exclusiones y las proscripciones.
P. ¿Algo más?
R. Que regreso en son de alegría y paz. Que creo
tener todo mi derecho a volver, que de nada se me puede acusar y que sólo
aspiro a las elecciones libres y democráticas de noviembre sin el menor rencor
ni remisionismo. Que confío en que las democracias europeas -y particularmente
la española- entiendan la postura de mi partido y la arbitrariedad de mí
inmediato encarcelamiento.
El viernes, Montevideo era
un hervidero de rumores. Las emisoras de radio transmitían constantemente
comunicados mientras los helicópteros sobrevolaban la ciudad. Lo dicho, no
parecía que regresara un hombre con 11 años de exilio a sus espaldas, sino todo
un ejército de desembarco. La realidad es que el personaje está cansado,
fatigado en extremo por una gripe y sin la menor de las ganas de ser apresado
por sus rencorosos, enemigos políticos. Pero se apresta a volver en esta noche
del viernes para que nunca más, al menos, le reprochen sus detractores que
siempre aduzca su condición de católico para no batirse en duelo, una práctica
legal en Uruguay.
Sea como fuere, es un hombre
que regresa para entregarse a quienes no le pueden soportar. La vuelta al todo o al nada del vapor de línea entre Buenos
Aires-Montevideo que habrá hecho el Ciudad
del Mar del Plata.
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