17/6/84

El "desembarco" de Wilson Ferreira en Montevideo (17-6-1984)

Al día siguiente del golpe de Estado militar de 1973, Wilson Ferreira Aldunate, líder del Partido Blanco uruguayo y jefe de la oposición al Gobierno colorado, esperaba junto a su mujer, Susana, el despegue de un avión privado. El aparato tenía permiso de despegue, pero la pequeña pista, dado el estado de sitio, se encontraba vigilada por las tropas. El pequeño aeroplano comenzó a rodar por la pista. Wilson y Susana salieron de los matorrales en los que estaban escondidos y corrieron hacia él. Una portezuela se abrió y el matrimonio se tumbó en el suelo de la carlinga esperando los disparos. Ferreira susurró a Susana al oído: "No me dirás que te he dado una vida aburrida". Once años después, a las diez de la noche del pasado viernes, zarpaba del puerto de Buenos Aires el Ciudad de Mar del Plata, vapor de línea entre la capital argentina, y Montevideo, para desembarcar en Uruguay a Wilson Ferreira, ya candidato presidencial a las elecciones previstas para noviembre por la dictadura militar Nuestro corresponsal en el Cono Sur entrevistó a Ferreira poco antes de que embarcase.

Wilson Ferreira tiene 65 años y tres hijos de su matrimonio. Le falta una asignatura para terminar Derecho, y dedicó toda su vida adulta a la política uruguaya dentro del Partido Nacional -o Blanco-, que sólo durante ocho años alcanzó a gobernar el país, dada la hegemonía electoral (siempre por unos escasos miles de votos) del Partido Colorado. Blancos y colorados, en una traslación siempre peligrosa, podrían equipararse, a los conservadores y laboristas británicos, o a los republicanos y demócratas estadounidenses. Los blancos, representantes del campo y los ganaderos, siempre en buenos contactos con Argentina; los colorados, representantes de la pequeña burguesía urbana de Montevideo, siempre en buenos términos con el gigante brasileño.

Ferreira escapó de Buenos Aires tras el asesinato, en el que colaboraron los servicios de inteligencia militar argentina y de Uruguay, de Zelmar Michelini, senador, y de Héctor Gutiérrez, ex presidente de la Cámara de Diputados. Fueron secuestrados y ase sinados en la capital argentina en un operativo que incluía la muerte de Ferreira, a quien no pudieron encontrar.

Tras denunciar ante el Senado estadounidense las atrocidades de la dictadura castrense uruguaya, Wilson Ferreira se convirtió en la bestia negra de los militares. Más de 500 personas le acompañan en el Ciudad del Mar del Plata, de bandera argentina, en su regreso al país tras 11 años de exilio.

El Gobierno de Montevideo, que preside nominalmente el general Gregorio (Goyo) Álvarez, ha prohibido a la Prensa cualquier mención directa o indirecta del regreso del líder blanco. No parece que vuelva al país un líder político acompañado de 190 periodisas y correligionarios; parece que regresara una división armada con capacidad operativa de desembarco. Desde la caída del sol el viernes se cerró la ciudad vieja de Montevideo, y el puerto está patrullado por tanquetas militares. Helicópteros artillados sobrevuelan la ciudad, y las emisoras de radio emiten comunicados periódicos, enmarcados entre marchas militares, informando del presunto acceso al país de comandos terroristas, e intentando disuadir a la población de acudir a los aledaños del puerto para recibir al exiliado que vuelve.

No se alberga la menor de las dudas sobre que Ferreira y su hijo serán detenidos en cuanto atraque el vapor, y, a tenor de informes llegados desde Montevideo, serán trasladados directamente al siniestro penal de la ciudad de Libertad.

Sin ningún miramiento, a Ferreira se le reputa en Montevideo de físicamente cobarde; es posible que lo sea, como en el mismo sentido lo fue Manuel Azaña. El jueves se encontraba traspuesto en la cama, en un hotel de Buenos Aires, quizá somatizando su futuro personal. Pero el caso es que vuelve, y que lo hace en una apuesta de a todo o nada,para colocar a la nerviosa dictadura uruguaya ante sus propias contradicciones.

Pregunta. ¿No tiene miedo de ser asesinado a su regreso?

Respuesta. No. No se dan las condiciones objetivas para un regreso a la filipina. Podría tener temor en Buenos Aires, y ya se han encargado allí de protegerme en lo posible. Una vez en manos de los militares uruguayos sé que nada podrá pasarme. No tengo ninguna veleidad por ser un mártir y ya he repetido que harán conmigo lo que los uruguayos quieran que hagan. No pienso someterme a la jurisdicción uruguaya actual por cuanto rechazo su legitimidad, pero debo regresar a mi país.

P.Usted ha sido muy duro con las Fuerzas Armadas, pueden temer de usted una actitud revanchista.
R. No soy candidato a juez ni a fiscal. Soy candidato a presidente de la República. Los problemas acumulados se resolverán y a la satisfacción de todos, cuanto menos se crispe la gente. El Ejército uruaguyo está muy equivocado respecto a mí y a mi partido. Lo quiere todo firmado, como en las ordenanzas españolas, y en política las cosas no siempre son así. Acaso sea una herencia de esas ordenanzas en las que un centinela -la centinela, en el mejor castellano- lo tiene todo organizado y programado, hasta tal punto que puede morir antes de conocer quién le asalta.

Yo no voy a destruir al Ejército uruguayo, sino que lo voy a dignificar, pero no terminan de comprenderlo.

P. ¿No es un precio excesivamente alto su candidatura a ultranza para la celebración de elecciones en Uruguay?

R. Mi partido no acepta que se lleven a cabo elecciones con proscripción de candidaturas a personas. Yo no sé qué pensarán en la Europa democrática de nuestra postura, que a mí me parece elemental. Ustedes deben entender que son los propios militares uruguayos los que repiten constantemente que sin acuerdo previo no puede haber elecciones. Saben perfectamente que no se puede llamar a votar sin la anuencia del Partido Blanco. Y yo me ofrezco como ofrenda de paz, como afirmé recientemente en Argentina: si el Gobierno uruguayo convoca elecciones con el pleno restablecimiento de libertades que fija la Constitución, retiro mí candidatura, y aun así me resultará escaso el presunto sacrificio.

P. ¿Su regreso podrá entorpe. cer el calendario electoral?

R. Yo no tengo alma de mártir pero vuelvo con el signo de la alegría y de la reunificación, del reencuentro y de la venida tranquila. No vuelvo para la guerra ni para el enfrentamiento. Mis simpatizantes tienen consignas de recibirme en la más absoluta paz, con esperanza y bajo el signo de la reconciliación nacional para todos. Quiero unas elecciones realmente libres y tranquilas para mi país, sin el menor ánimo de revanchas históricas. Los problemas continuarían en el futuro si se mantienen las exclusiones y las proscripciones.

P. ¿Algo más?

R. Que regreso en son de alegría y paz. Que creo tener todo mi derecho a volver, que de nada se me puede acusar y que sólo aspiro a las elecciones libres y democráticas de noviembre sin el menor rencor ni remisionismo. Que confío en que las democracias europeas -y particularmente la española- entiendan la postura de mi partido y la arbitrariedad de mí inmediato encarcelamiento.

El viernes, Montevideo era un hervidero de rumores. Las emisoras de radio transmitían constantemente comunicados mientras los helicópteros sobrevolaban la ciudad. Lo dicho, no parecía que regresara un hombre con 11 años de exilio a sus espaldas, sino todo un ejército de desembarco. La realidad es que el personaje está cansado, fatigado en extremo por una gripe y sin la menor de las ganas de ser apresado por sus rencorosos, enemigos políticos. Pero se apresta a volver en esta noche del viernes para que nunca más, al menos, le reprochen sus detractores que siempre aduzca su condición de católico para no batirse en duelo, una práctica legal en Uruguay.

Sea como fuere, es un hombre que regresa para entregarse a quienes no le pueden soportar. La vuelta al todo o al nada del vapor de línea entre Buenos Aires-Montevideo que habrá hecho el Ciudad del Mar del Plata.

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