Seis meses después de la
toma de posesión de Raúl Alfonsín como presidente de Argentina -cuyo fracaso
como nación es uno de los grandes misterios del siglo XX, según la cita ya
clásica- no -sólo debe enderezarse una herencia política y económica podridas, sino
que deben rectificarse los cimientos mismos del Estado, tras la gestión de los
militares que derrocaron a María Estela Martínez de Perón. No obstante, los
pasos dados hasta ahora han sido, de gigante, comenzando por el hecho de que el
presidente que dio posesión a Alfonsín, Reynaldo Bignone, habita hoy una cárcel
militar. El presidente argentino inicia mañana una visita oficial a España.
Hace sólo nueve meses, en
las postrimerías de la última Junta Militar que gobernó este país, la
posibilidad de que quedara destruido el Estado argentino era algo más que una
hipótesis de trabajo intelectual.En aquellas recientes fechas, el grueso, calvo
y torpón ministro de Economía, Jorge Whebe, objeto de todo tipo de chanzas por
sus continuas equivocaciones verba les, se negaba a regresar de Washington,
donde renegociaba parte de la deuda externa argentina aduciendo una falsa
crisis cardiaca. Veinticuatro horas antes, Julio García del Solar, presidente
del Banco Central -de hecho, el ministro de Hacienda argentino había sido
detenido en el aeropuerto internacional de Ezeiza por la policía federal, a
requerimiento de un juez patagónico (mero agente de la Fuerza Aérea) que le
acusaba de oficio de incumplir sus deberes públicos al negociar
desventajosamente las deudas de la compañía nacional Aerolíneas Argentinas.El
entonces presidente, Reynaldo Benito Bignone, general de división retirado,
hombre de paja del teniente general Nicolaides, jefe del Ejército de Tierra, no
pudo hacer otra cosa que ofrecer al director del banco emisor argentino elTango, el avión presidencial, para que volara
desde Buenos Aires hasta el confin del mundo austral, donde prestó declaración
y pernoctó en la cárcel. El ministro Whebe no regresó de Washington hasta
recibir seguridades de que la policía federal no le esperaba en el aeropuerto
de Buenos Aires.Un mes antes, el todopoderoso almirante Massera, triunviro de
la Junta Militar que derrocó a Isabelita Perón, ingresaba en prisión
preventiva, acusado de ocultación de pruebas en la causa abierta por la
desaparición del marido de su amante. En aquellos extraños días, en los que
hasta se ponía públicamente en duda la viabilidad de las elecciones de octubre,
otra noticia descendió sobre las mesas de los periodistas: los ladrones habían
desvalijado la quinta personal del presidente Bignone, llevándose hasta los
televisores.
La cita, ya clásica, de que
uno de los grandes misterios del siglo XX es el fracaso de Argentina como
nación adquiría entonces dimensiones inquietantemente palpables. Nueve meses
después, apenas a seis meses de la toma de posesión del presidente Alfonsín, el
retrato del país es diferente; los esfuerzos por institucionalizar el régimen
democrático han sido ímprobos, y tan encomiables como inútiles los intentos de
restituir la moralidad perdida a una sociedad profundamente engañada y, por
consiguiente, descreída.
No obstante, los pasos dados
han sido de gigante. Ahora el ex presidente Bignone, quien intercambió con
Alfonsín la banda blanquiazul presidencial, habita una cárcel militar por sus
supuestas responsabilidades en la desaparición de dos reclutas; las tres
primeras Juntas Militares, presididas por los generales Videla, Viola y
Galtieri, se encuentran procesadas ante la justicia castrense por orden del
Gobierno y por presunta violación de los derechos humanos. Un juez acaba de
prohibir la salida del país a los integrantes de la primera Junta, implicados
en la desaparición de un ciudadano. Massera sigue en el apostadero naval de El
Tigre. El contralmirante Chamorro, siniestro director de la Escuela de Mecánica
de la Armada, amante de una de sus víctimas -una militante montonera-, fue
reclamado a Suráfrica y aguarda su destino en un hospital naval, recuperándose
de un infarto, bajo vigilancia militar.
Procesos contra militares
El general Ramón Camps, ex.
jefe de la policía bonaerense, el carnicero de Buenos Aires, continúa preso,
por orden directa de Alfonsín, esperando su juicio. El teniente general Suárez
Mason, ex jefe del primer cuerpo de ejército y ex jefe directo de Camps, ha
huido y, por ser prófugo de la justicia, ha sido separado del Ejército. Todos
los integrantes de la penúltima Junta Militar han sido procesados por sus
propios camaradas y permanecen en prisión militar preventiva -con petición
fiscal de pena de muerte- por su comportamiento durante la guerra de las
Malvinas, y hasta otros 200 jefes y oficiales serán juzgados en el futuro por
su participación en la guerra sucia contra la subversión.
-El jefe operativo de la
Triple A, Aníbal Gordon, y gran parte de sus más directos sicarios están
también en la cárcel esperando su proceso. La guerra sucia de la economía -en
la que los militares demostraron su virtuosismo- es investigada desde el
Congreso con algunos escasos pero espectaciulares resultados: el brigadier
Cacciatore, ex intendente de Buenos Aires, ha dado con sus huesos en prisión
sin fianza hasta que en su juicio pueda justificar la pequeña falta de 200
millones de dólares.
En el Congreso y en el
Senado los legisladores trabajan sobre proyectos de ley que modificarán los
códigos, equiparando la tortura al asesinato cualificado y estableciendo la
legitimidad de la rebelión contra quien subvierta el orden constitucional; el Ejército
de Tierra ha pasado de tener 60 generales a contar con 16; se adelanta el
licenciamiento de las quintas; se prepara la disolución de un cuerpo de
ejército, y el presupuesto de defensa se ha rebajado en un 33%
Pese a las legítimas
protestas de las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo, que todos los miércoles,
a las cuatro de la tarde, continúan dando vueltas al obelisco frontero a la
Casa Rosada para reclamar a sus hijos y sus nietos, mucho se ha logrado en seis
meses para institucionalizar la democracia y restaurar la confianza en el
derecho y en la vida. Lo que ocurre es que el Gobierno radical afronta
problemas ingentes, algunos de los cuales, sencillamente, carecen de solución.
No sólo debe enderezarse una herencia política y económica podrida, sino que
deben rectificarse los mismos cimientos de un Estado sobre el que los militares
practicaron eficaces ejercicios profesionales de tierra quemada.
Finalmente, la desesperanza
que provoca la contemplación del horror ha afectado profundamente a una sociedad
que siempre se consideró entre las mejores de la tierra. Los argentinos se
acercan cada día al corazón de las tinieblas, y hasta el propio Gobierno
comienza a temer los efectos de la publicación del informe final de la comisión
sobre desaparición de personas. Ya los testimonios de algún torturador de la
Escuela de Mecánica de la Armada reducen al marqués de Sade al papel de un mero
juguetón erotómano. Y el horror pasó por Argentina cuando la mayoría de esta
sociedad disfrutaba del monetarismo de los Chicago boys, viajaba a Europa
beneficiándose de un cambio ficticio del dólar y comentaba "por algo
será" cada vez que algún conocido desaparecía en los chupaderos de los grupos de tareas del Ejército o la
Armada. Pesó la filosofía porteña del "no te metás", que ahora corroe
las conciencias argentinas.
Hace dos semanas sopló el
pampero sobre Buenos Aires durante toda una noche, desenraizando gruesos
árboles que se derrumbaban sobre las fachadas de las casas. Vientos
violentísimos del noreste hicieron descender dos metros el nivel del río de la
Plata en pocas horas.
En el final de este otoño
porteño se hacía realidad uno de los cuentos del recientemente fallecido Manuel
Múgica Lainez en su MisteriosaBuenos Aires: el día en que los vientos se llevaron
el río de la Plata perdiéndolo en la mar. Desde uno de los barrios costaneros
podía observarse en la lejanía del lecho de barro al descubierto varios
automóviles semienterrados en la arcilla achocolatada. Con los prismáticos -la
anchura del río es superior a la curva del horizonte-, los compañeros de
Fernández Pondal, director de última Clave, y de Jullán Delgado, redactor de Mercado, -intentaron infructuosamente observar algún
detalle en aquella chatarra reaparecida: ambos habían desaparecido durante la
dictadura militar con sus autos.
Cesó el pampero, recuperó su
nivel el Plata, volvieron a desaparecer los automóviles del lecho del río, y
esta sociedad, o al menos esta ciudad, se reafirmó en su acuerdo tácito de que
habrá que dejar enterrados en el légamo algunos recuerdos para terminar de
exorcizar otros y abandonar definitivamente el territorio de la reciente
pesadilla argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario