A las 10 horas del sábado, siete unidades navales uruguayas
interceptaban en el río de la Plata a la motonave Ciudad de Mar del Plata, que,
bajo pabellón argentino, trasladaba a Montevideo a Wilson Ferreira Aldunate,
líder del Partido Blanco y candidato presidencial a las elecciones de
noviembre; a su hijo Juan Raúl, ex presidente de Convergencia Democrática
-agrupación de exiliados de todos los partidos-, y a 524 personas más, entre
ellas 190 periodistas internacionales.
Fue una aparatosa demostración que retrata todo el desasosiego de
esta dictadura militar. El Ciudad de Mar del Plata fue
obligado a parar máquinas y echar el ancla al traspasar las aguas
jurisdiccionales uruguayas. Una patrullera costera, con su ametralladora de
popa desmontada, una Zodiac sobre cubierta, un sillín de transbordo naval de
personas y dos hombres ranas, además de su dotación correspondiente, abarloó el
vapor de la carrera Buenos Aires-Montevideo abordándolo por la popa. Dos oficiales,
uno de ellos médico, subieron a bordo mientras los uruguayos que acompañaban a
Wilson Ferreira entonaban a voz en cuello desde los puentes el himno nacional
("...tiranos, ¡temblad! ¡Libertad, libertad, libertad...!").La bruma
fluvial era deshilachada por cañoneras, guardacostas, un destructor... Una
patrulla de tres aviones sobrevolaba a mediana altura el punto de intercepción.
Wílson Ferreira y su hijo fueron convocados al puente de mando, donde se les
instó a abandonar la motonave y transbordar a la patrullera. Ferreira Aldunate
ya había anticipado su negativa a una propuesta de este tenor ("y es muy
difícil obligar a un hombre a transbordar"). Otros seis oficiales, entre
ellos el prefecto naval de Montevideo, abordaron armados el Ciudad de Mar del Plata, tomaron
el mando del buque e impidieron al pasaje el uso de la radio, por más que Radio
Belgrano, de Buenos Aires, y una emisora montevideana, que grabó la emisión sin
emitirla, radiaban sus crónicas a las dos orillas del Plata pirateando las
antenas del barco.
Dos horas después del abordaje, tras dudar Montevideo entre desviar
el buque a Colonia -frente a Buenos Aires y atrás de su derrota- o a Punta del
Este, más allá de la capital uruguaya, se decidió esta última opción. Wilson y
su hijo pudieron hablar con los periodistas en uno de los puentes, anunciando
su detención e incomunicación y el nuevo rumbo del vapor. En el ambiente de a
bordo -tranquilo, pese a la guerra de juguete celebrada en su alrededor- el
comentario era generalizado: "Miren lo que hace la dictadura cuando una
familia pretende pacíficamente regresar".
El buque, ya con gobierno naval uruguayo, tiró tres cuadrantes,
rompió el cerco y puso rumbo a Punta del Este escoltado por tres cañoneras a
estribor Muchos montevideanos, entera dos por las radios argentinas de la
interceptación y cambio de rumbo, tomaron sus coches y se dirigieron a la
ciudad-balneario de la gran burguesía de los dos países. En el comedor del
buque se reunía en una mesa todavía con los manteles sucios el directorio del Partido
Blanco, que viajaba a bordo. Los oficiales uruguayos en el gobierno de la nave
no hicieron notar su presencia.
El día anterior, a las nueve de la noche, el Ciudad de Mar del Platazarpaba de
la dársena sur del puerto de Buenos Aires, entre extraordinarias medidas de
seguridad que incluían una última prueba con detector de metales en la misma
plancha de la embarcación. Wilson Ferreira, absolutamente afónico, apenas pudo
hacer escuchar a la multitud en el muelle otra cosa que "...éste es el
único camino...".
Fuera de la bocana del puerto la nave siguió una derrota a la
derecha de la demarcación binacional del Plata, procurando no penetrar en aguas
uruguayas. El exiliado en retorno y su familia presidieron la cena entre
vítores y aplausos, y hastá la madrugada el bar del buque fue un improvisado
escenario en el que se cantaron las canciones prohibidas y se tocó suavemente Candombe, supliendo
la percusión con el gol petear de las manos sobre las mesas. Cerca de la media
noche la cañonera argentina de escolta se aproximó protectoramente para
desaparecer enseguida en la noche cerrada.
Tras la interceptación y cambio, de rumbo, el ambiente a bordo
continúa siendo tranquilo y mucho más emotivo que indignado. El buque, siempre
escoltado hasta Montevideo. La ciudad parece destellear entre la bruma. Con
espejos y los faros de los automóviles se hacen se fiales a barco. El pasaje,
acodado en la amuras de babor, contesta reflejando el escaso sol con espejitos
de bolso y polveras de señora.
Viraje en redondo
A la 13.30 horas, repasado, Montevideo, un calambre recorre el
barco: se levanta la incomunicación por radio con Montevideo. A los pocos
minutos bajan de los camarotes superiores Wilson Ferreira y su hijo para
almorzar en el comedor, convertido en plaza de la República. La motonave reduce
sus revoluciones y comienza un viraje en redondo. La explosión: "¡Los
milicos se acabaron, se acabaron volvemos a Montevideo!". Juan Raúl
Ferreira confirma que el barco regresa a la capital y que él y su padre volverán
a quedar incomunicados en 15 minutos más; que sólo se les ha autorizado a
despedirse de sus correligionarios. Wilson aprecia que esto es el triunfo del
buen sentido, que siempre será una victoria popular y que pronto todos volverán
a estar juntos. Entre abrazos, se retiran a sus camarotes.Nadie almuerza. A las
14.15 horas el Ciudad de
Mar del Plata enfila el canal del puerto
montevideano precedido por dos remolcadores, seguido por tres lanchas Zodiac
con buceadores de combate y sobrevolado por dos helicópteros. El silencio se
hace estruendoso al sobrepasar la escollera. El puerto está tomado
espectacularmente con tropas navales con casco y bayoneta calada, formadas en
los malecones. Se vuelve a cantar el himno y las consignas sobre Wilson. Susana
Ferreira y muchos uruguayos Horan mansamente en el puente alto, recobrando su
ciudad tras 11 años de exilio.
Tras una larga espera, Wilson desciende la plancha del barco
seguido por su hijo. Viste una zamarra con capucha juvenil, de gabardina, y,
entre los oficiales que le custodian, da rápidamente media vuelta en el muelle
y saluda al barco con los brazos en uve. Son introducidos en una oficina de
sanidad marítima y en media hora abandonan el puerto militarizado en dos
helicópteros con destino a cuarteles no identificados de las proximidades de
Montevideo.
A las seis de la tarde del sábado, horas después del arribo, el
resto del pasaje del Ciudad de
Mar del Plata fue introducido en
autocares que, siguiendo a camionetas y motociclistas militares,. recorrieron
el puerto, desperdigándoles por diferentes salidas. La dársena en la que atracó
el vapor de la carrera era una ciudadela: acumulando contenedores se habían
formado murallas de 50 metros de largo, compartimentando el puerto, y otros
parapetos de dos pisos cerraban los accesos. El despliegue militar era tal que
movía a la broma de los inofensivos, hambrientos y derrengados ocupantes de los
autocares ("si vosotros nos tenéis tanto miedo, no os preocupéis; más
miedo os tenemos a vosotros").
Una hora más tarde, en el Ministerio del Interior, su titular, el
general Rapela, recibía a los periodistas para una rueda de prensa sobre un
retorno del que en Uruguay prácticamente no se puede escribir una palabra. Un
corresponsal anglosajón, algo cansado por toda la molesta guerra de papel
padecida, le espetó: "¿No cree, señor ministro, que el recibimiento que
ustedes han dispensado a Wilson Ferreira es propio de 1984?"
Rapela dudó y terminó por contestar con absoluta ingenuidad:
"Perdóneme, pero no comprendo su pregunta."
Obviamente, los militares uruguayos parecen no haber leído a
Orwell, pero el sábado le hicieron el honor de llevar a la práctica sus
predicciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario