18/6/84

La larga travesía de un ilustre exiliado (18-6-1984)

A las 10 horas del sábado, siete unidades navales uruguayas interceptaban en el río de la Plata a la motonave Ciudad de Mar del Plata, que, bajo pabellón argentino, trasladaba a Montevideo a Wilson Ferreira Aldunate, líder del Partido Blanco y candidato presidencial a las elecciones de noviembre; a su hijo Juan Raúl, ex presidente de Convergencia Democrática -agrupación de exiliados de todos los partidos-, y a 524 personas más, entre ellas 190 periodistas internacionales.

Fue una aparatosa demostración que retrata todo el desasosiego de esta dictadura militar. El Ciudad de Mar del Plata fue obligado a parar máquinas y echar el ancla al traspasar las aguas jurisdiccionales uruguayas. Una patrullera costera, con su ametralladora de popa desmontada, una Zodiac sobre cubierta, un sillín de transbordo naval de personas y dos hombres ranas, además de su dotación correspondiente, abarloó el vapor de la carrera Buenos Aires-Montevideo abordándolo por la popa. Dos oficiales, uno de ellos médico, subieron a bordo mientras los uruguayos que acompañaban a Wilson Ferreira entonaban a voz en cuello desde los puentes el himno nacional ("...tiranos, ¡temblad! ¡Libertad, libertad, libertad...!").La bruma fluvial era deshilachada por cañoneras, guardacostas, un destructor... Una patrulla de tres aviones sobrevolaba a mediana altura el punto de intercepción. Wílson Ferreira y su hijo fueron convocados al puente de mando, donde se les instó a abandonar la motonave y transbordar a la patrullera. Ferreira Aldunate ya había anticipado su negativa a una propuesta de este tenor ("y es muy difícil obligar a un hombre a transbordar"). Otros seis oficiales, entre ellos el prefecto naval de Montevideo, abordaron armados el Ciudad de Mar del Plata, tomaron el mando del buque e impidieron al pasaje el uso de la radio, por más que Radio Belgrano, de Buenos Aires, y una emisora montevideana, que grabó la emisión sin emitirla, radiaban sus crónicas a las dos orillas del Plata pirateando las antenas del barco.

Dos horas después del abordaje, tras dudar Montevideo entre desviar el buque a Colonia -frente a Buenos Aires y atrás de su derrota- o a Punta del Este, más allá de la capital uruguaya, se decidió esta última opción. Wilson y su hijo pudieron hablar con los periodistas en uno de los puentes, anunciando su detención e incomunicación y el nuevo rumbo del vapor. En el ambiente de a bordo -tranquilo, pese a la guerra de juguete celebrada en su alrededor- el comentario era generalizado: "Miren lo que hace la dictadura cuando una familia pretende pacíficamente regresar".

El buque, ya con gobierno naval uruguayo, tiró tres cuadrantes, rompió el cerco y puso rumbo a Punta del Este escoltado por tres cañoneras a estribor Muchos montevideanos, entera dos por las radios argentinas de la interceptación y cambio de rumbo, tomaron sus coches y se dirigieron a la ciudad-balneario de la gran burguesía de los dos países. En el comedor del buque se reunía en una mesa todavía con los manteles sucios el directorio del Partido Blanco, que viajaba a bordo. Los oficiales uruguayos en el gobierno de la nave no hicieron notar su presencia.

El día anterior, a las nueve de la noche, el Ciudad de Mar del Platazarpaba de la dársena sur del puerto de Buenos Aires, entre extraordinarias medidas de seguridad que incluían una última prueba con detector de metales en la misma plancha de la embarcación. Wilson Ferreira, absolutamente afónico, apenas pudo hacer escuchar a la multitud en el muelle otra cosa que "...éste es el único camino...".

Fuera de la bocana del puerto la nave siguió una derrota a la derecha de la demarcación binacional del Plata, procurando no penetrar en aguas uruguayas. El exiliado en retorno y su familia presidieron la cena entre vítores y aplausos, y hastá la madrugada el bar del buque fue un improvisado escenario en el que se cantaron las canciones prohibidas y se tocó suavemente Candombe, supliendo la percusión con el gol petear de las manos sobre las mesas. Cerca de la media noche la cañonera argentina de escolta se aproximó protectoramente para desaparecer enseguida en la noche cerrada.

Tras la interceptación y cambio, de rumbo, el ambiente a bordo continúa siendo tranquilo y mucho más emotivo que indignado. El buque, siempre escoltado hasta Montevideo. La ciudad parece destellear entre la bruma. Con espejos y los faros de los automóviles se hacen se fiales a barco. El pasaje, acodado en la amuras de babor, contesta reflejando el escaso sol con espejitos de bolso y polveras de señora.

Viraje en redondo

A la 13.30 horas, repasado, Montevideo, un calambre recorre el barco: se levanta la incomunicación por radio con Montevideo. A los pocos minutos bajan de los camarotes superiores Wilson Ferreira y su hijo para almorzar en el comedor, convertido en plaza de la República. La motonave reduce sus revoluciones y comienza un viraje en redondo. La explosión: "¡Los milicos se acabaron, se acabaron volvemos a Montevideo!". Juan Raúl Ferreira confirma que el barco regresa a la capital y que él y su padre volverán a quedar incomunicados en 15 minutos más; que sólo se les ha autorizado a despedirse de sus correligionarios. Wilson aprecia que esto es el triunfo del buen sentido, que siempre será una victoria popular y que pronto todos volverán a estar juntos. Entre abrazos, se retiran a sus camarotes.Nadie almuerza. A las 14.15 horas el Ciudad de Mar del Plata enfila el canal del puerto montevideano precedido por dos remolcadores, seguido por tres lanchas Zodiac con buceadores de combate y sobrevolado por dos helicópteros. El silencio se hace estruendoso al sobrepasar la escollera. El puerto está tomado espectacularmente con tropas navales con casco y bayoneta calada, formadas en los malecones. Se vuelve a cantar el himno y las consignas sobre Wilson. Susana Ferreira y muchos uruguayos Horan mansamente en el puente alto, recobrando su ciudad tras 11 años de exilio.

Tras una larga espera, Wilson desciende la plancha del barco seguido por su hijo. Viste una zamarra con capucha juvenil, de gabardina, y, entre los oficiales que le custodian, da rápidamente media vuelta en el muelle y saluda al barco con los brazos en uve. Son introducidos en una oficina de sanidad marítima y en media hora abandonan el puerto militarizado en dos helicópteros con destino a cuarteles no identificados de las proximidades de Montevideo.

A las seis de la tarde del sábado, horas después del arribo, el resto del pasaje del Ciudad de Mar del Plata fue introducido en autocares que, siguiendo a camionetas y motociclistas militares,. recorrieron el puerto, desperdigándoles por diferentes salidas. La dársena en la que atracó el vapor de la carrera era una ciudadela: acumulando contenedores se habían formado murallas de 50 metros de largo, compartimentando el puerto, y otros parapetos de dos pisos cerraban los accesos. El despliegue militar era tal que movía a la broma de los inofensivos, hambrientos y derrengados ocupantes de los autocares ("si vosotros nos tenéis tanto miedo, no os preocupéis; más miedo os tenemos a vosotros").
Una hora más tarde, en el Ministerio del Interior, su titular, el general Rapela, recibía a los periodistas para una rueda de prensa sobre un retorno del que en Uruguay prácticamente no se puede escribir una palabra. Un corresponsal anglosajón, algo cansado por toda la molesta guerra de papel padecida, le espetó: "¿No cree, señor ministro, que el recibimiento que ustedes han dispensado a Wilson Ferreira es propio de 1984?"

Rapela dudó y terminó por contestar con absoluta ingenuidad: "Perdóneme, pero no comprendo su pregunta."

Obviamente, los militares uruguayos parecen no haber leído a Orwell, pero el sábado le hicieron el honor de llevar a la práctica sus predicciones.

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