Hoy comienza en la Cámara Federal de Apelaciones de Buenos Aires el
juicio contra las tres primeras juntas militares argentinas que gobernaron el
país entre 1976 y 1982. Sus nueve integrantes formaron los tres triunviratos
que acabaron con la subversión de izquierdas haciendo desaparecer a 30.000
ciudadanos; arruinaron la economía del país y lanzaron a Argentina a la guerra
con el Reino Unido por la posesión de las islas Malvinas. Acusados por el
Gobierno democrático de detención ilegal, aplicación de torturas y robos, por
primera vez en la historia, tres ex presidentes de una nación se sientan en el
banquillo de los acusados para responder de sus crímenes.
En la Escuela de Mecánica de
la Armada (ESMA), junto al campo de fútbol del River Plate, un médico naval
apodado -razonablemente- Mengele había soldado una larga y estrecha espátula de
quirófano a la picana; introduciéndola por la matriz podía así aplicar
corriente eléctrica a los fetos de las embarazadas que atormentaba. En otras
ocasiones, fatigados por la monotonía de picanear anos, encías, pezones,
vaginas, clítoris, escrotos y glandes, los atormentadores argentinos hacían
ingerir a sus víctimas rosarios de electrodos para hacerles llegar la corriente
a la tráquea, al esófago y al estómago.Suboficiales de la ESMA han relatado
cómo en el despacho del contralmirante Chamorro -que viviría un apasionado
romance, correspondido, con una de las militantes montoneras desaparecidas y
torturadas- se violaba a las detenidas con cápsulas de munición naval, y en los
altillos donde se hacinaban en literas los presos ilegales algunos amanecían
con sus testículos rodados por el colchón: encapuchados y maniatados
permanentemente, se los ceñían con una goma hasta que se desprendían podridos
por la falta de riego sanguíneo.
Fue un trabajo de Estado
Mayor, por lo demás impecablemente realizado. Lo que ahora en Argentina se
denomina eufemística o prudentemente excesos
de la represión no fue otra cosa
que una norma general de acción acordada por la cúpula militar del país para
cumplir, a su manera, con la orden dictada por la presidenta Isabelita Perón de
aniquilar la subversión.
Cuando el 24 de marzo de
1976 el general Jorge Rafael Videla, el almirante Eduardo Emilio Massera y el
brigadier Orlando Agosti formaron la primera junta militar de lo que
calificaron de "proceso de reorganización nacional" y secuestraron el
helicóptero que trasladaba a Isabelita desde la Casa Rosada a la residencia
presidencial de Olivos, la desaparición de personas ya estaba diseñada como eje
sistemático de la contrainsurgencia. Para nada les exculpa, pero es
imprescindible recordar "cómo venía la mano" durante aquellos años y
cuál era el papel de la guerrilla argentina.
Jóvenes universitarios
procedentes de la alta clase media y el ultraderechismo y el nacionalismo
católico argentino convertidos al marxismo-militarismo y fanáticos del
voluntarismo foquista
aventado en América Latina por Regis Debray plantearon un reto revolucionario y
militar al Estado. Mario Eduardo Firmenich, ahora en prisión esperando su
juicio, practicó una política de infiltración en el movimiento peronista
creando los Montoneros y organizando una activísima guerrilla urbana; Roberto Santucho,
a quien el Ejército no pudo capturar vivo, fundó el Ejército Revolucionario del
Pueblo (ERP), de inspiración trotskista y voluntad de guerrilla rural. Ya antes
del golpe de 1976 el Ejército exterminó a la guerrilla del ERP en las selvas
azucareras de Tucumán, comenzando las atrocidades con el arrojo de prisioneros
a las parrillas de los asados. El ERP copaba destacamentos militares y ocupaba
poblaciones haciendo desfilar sus tropas uniformadas con ponchos rojos. Los montos ya habían asesinado al
ex presidente y teniente general Aramburu; los militares ya fusilaban en las
cárceles como en el penal de Trelew, y Perón, desde Puerta de Hierro, en
Madrid, jugueteaba con los guerrilleros para poder volver como pacificador.
Guerra civil peronista
El pío Cámpora, elegido
presidente en nombre de Perón, abrió las cárceles a sus sobrinos y la guerra civil peronista quedó cerrada
por la matanza del aeropuerto internacional de Ezeiza en el mismo momento de la
llegada del general al país. Los montos desfilaban disciplinadamente por las
calles a los oles de "¡Duro, duro, duro; aquí están los montoneros que
mataron a Aramburu!". José López Rega, El
Brujo, les echó encima desde
el Gobierno a la Triple A y dio comienzo la desaparición de personas; los
montoneros asesinaron a José Ignacio Rucci, secretario de la Confederación
General. del Trabajo (CGT), y Perón, amargado aprendiz de brujo, terminó
arrojándolos de la plaza de Mayo insultándolos desde el balcón de la Casa
Rosada. ¡Jóvenes imberbes..."! Los montos desfilaron en retirada: "¡Somos
unos boludos; votamos a una muerta, a una puta y a un cornudo!".
La guerrilla, nuevamente en
la clandestinidad, llevó a cabo secuestros -cobrados- de hasta 60 millones de
dólares (más de 10.000 millones de pesetas); altos mandos militares volaron con
sus casas o en sus lanchas de recreo en un frenesí provocador parejo al de ETA
y GRAPO en los primeros años de la democracia española; la extrema derecha
peronista asesinó por su izquierda con no menos furor. Con Perón ya muerto, los
militares, acaso por primera vez en la historia argentina, prefirieron
resistirse a los civiles que golpeaban las puertas de los cuarteles pidiendo
orden y esperar a que la situación se pudriera un poco más.
Las fuerzas armadas se
repartieron Argentina, como una tarta, al 33%: desde las provincias hasta los
canales estatales de televisión, desde los ministerios hasta las embajadas.
Ganar la guerra a la subversión armada fue, obviamente, el objetivo prioritario
a corto plazo. La Marina, liderada por el carismático almirante Massera,
aspirante frustrado a jefe político populista y celoso en nombre de su arma de
la tradicional preponderancia, de los infantes, compitió con el Ejército de
Tierra en méritos antisubversivos, erigiendo la Escuela de Mecánica de la Armada
como el símbolo de la represión. Videla, ultracatólico, daba como presidente la
imagen de moderación ante la presión de los halcones de su arma, como el
general Menéndez (tío del rendidor de las Malvinas), Albano Harguindegui
(ministro del Interior), Camps (jefe de la policía bonaerense) y todos los que
como el contralmirante Mayorga estimaban que había que fusilar en la cancha del
River, con Coca-Cola gratis y television en directo. Agosti y sus sucesores en
la fuerza aérea no pudieron hacer demasiado físicamente por la falta de
infraestructura y persona.
La Armada y los infantes,
con la policía federal militarizada, comenzaron a hacer desaparecer
sospechosos. Tras ellos desaparecían sus familiares, amigos, conocidos, quien
figurara en su agenda de teléfonos. En el Gran Buenos Aires, en Córdoba, en La
Plata, en Rosario, todas las noches durante el período álgido de la represión
la policía recibía orden de despejar determinadas zonas ciudadanas, que
eran cercadas por efectivos militares. Manzanas enteras eran registradas, y sus
habitantes, detenidos desaparecidos.
Sembrar el terror
Los desaparecidos, esposados
y encapuchados permanentemente, eran picaneados sin interrogatorio previo.
Luego se les preguntaba según un esquema teórico que incluía temas como la
opinión sobre las diferentes soluciones políticas de la última guerra mundial.
La desaparición podía durar
meses y hasta años antes de que la duda absoluta se cerniera sobre las familias
y los allegados. No sólo se trataba de sembrar el terror inherente al
esfumamiento de los seres, sino a la necesidad de contrastar la información; en
numerosos casos, el desaparecido era sacado a la calle para su seguimiento y
paramarcar a nuevos
candidatos a la desaparición.
El síndrome de Estocolmo debería perder su nombre por el de la
capital del Plata: Chamorro se amancebó con una montonera que se refugió con él
en Suráfrica tras entregar a su propia familia; se han dado matrimonios, horas
felices, entre oficiales torturadores y sus víctimas; Astiz pasaba en las tardes
por la ESMA y sacaba a cenar y bailar a una muchacha desaparecida, que tras la
fiesta era regresada a las mazmorras. Algunos desaparecidos obtuvieron una
nueva identidad y pasajes para el extranjero. No se trató de colaboracionismo
interesado, sino de un lento recorrido hasta el corazón de las tinieblas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario