En la Cámara Federal de
Apelaciones de Buenos Aires comenzó ayer el juicio contra los generales Jorge
Videla, Roberto Viola y Leopoldo Galtieri -presidentes de las tres juntas
militares que gobernaron Argentina entre 1976 y 1982- y contra los otros seis
integrantes de las mismas. El histórico proceso, que durará por lo menos cuatro
meses, potencia las tensiones de la transición política argentina. El
presidente constitucional, Raúl Alfonsín, en una alocución radiotelevisada el
domingo por la noche, denunció que hay "insensatos" que han tentado a
oficiales de las fuerzas armadas con propuestas "que van desde Gabinetes
de coalición hasta la posibilidad de golpe de Estado".
Durante la guerra civil no declarada entre las fuerzas
armadas argentinas la subversión de izquierdas que cautivó a lo más generoso de
la juventud del país proliferaron como setas los campos clandestinos de
detención, y el Ejército se: hartó de enterrar cadáveres NN (Ningún Nombre),
mientras la aviación naval arrojaba sus
muertos en el río de la Plata, y en el Atlántico sur
cuando empezaron a quejarse los habitantes de las playas uruguayas.
Se acabó, por ejemplo, con
los psicólogos, por disolventes sociales; se desterró la teoría de conjuntos de
la enseñanza matemática, por subversiva, y se prohibió la palabra vector por
perteneciente a la terminología marxista; por el decreto 604 de su Gobierno, el
presidente teniente general Viola -otro enfermo alcohólico, como su sucesor el
teniente general Galtieri- ordenó el exterminio de la bibliografía de izquierdas. En
dos años y medio, 84 periodistas desaparecieron en la que puede reputarse de la
mayor matanza profesional de la historia. El terror germinó con tal pujanza que
los militantes montoneros fueron provistos de cápsulas de cianuro para
suicidarse en caso de detención: se ingirieron por centenares.
Una numerosa partida de Ford
Falcon de color verde destinada a la Policía Federal fue requisada por los
grupos de tareas destinados al chupamientocallejero
de personas (chupar:secuestrar);
el Falcon, un coche grande, robusto, vulgar, verde, sin matrículas, con dos
antenas y tres tipos dentro sembró el terror en las áreas urbanas. Familias
enteras desaparecieron en los chupaderos: los hijos, los padres, los abuelos,
los hijos de los hijos... La desaparición de niños secuestrados junto con sus
padres, o nacidos en prisión, es otro de los dramas añadidos de las posguerras
argentinas. El Gobierno democrático ha tenido que ordenar la revisión
pormenorizada de todas las adopciones realizadas entre 1976 y 1982 para
socorrer en sus legítimas pesquisas a las Abuelas de la Plaza de Mayo;
genetistas estadounidenses fueron llamados a consulta, y se han dado casos
deplorables, como el de una niña de nueve años adoptada por el torturador y
asesino de sus padres, que ha tenido que conocer la verdad al ser encontrada
por las abuelas, y que ya es un caso psiquiátrico de
libro.
Sometidos a tratamiento
psiquiátrico se encuentran también no pocos jefes y oficiales que participiaron
en la represión o conocieron sus horrores y que, en el mejor de los casos,
pidieron su retiro. Porque el diseño represor basado en la desaparición de
personas, sin siquiera la más burda o hipócrita garantía jurídica, conllevó
inevitablemente la aparición de las más abyectas características de la
condición humana y la fascinación del espanto por el espanto mismo. Como
reconoce elInforme Sábato sobre
las atrocidades en Argentina, se llegaron a aplicar tormentos inéditos en la
historia de la barbarie humana.
¿Sabía la sociedad argentina
lo que estaba ocurriendo? Mayoritaria y generalizadamente, sí. Es perceptible
en esta sociedad un extendido y justificado complejo de culpabilidad. Primero
debe recordarse: que el golpe militar de Videla, Massera y Agosti fue recibido
por la mayoría de la población conun suspiro de alivio y que personalidades de
la cultura, la política, el periodismo -algunas de ellas posteriormente
víctimas de la brutalidad castrense- alentaron y jalearon aquel cuartelazo.
Vaya en su descargo que por más de 50 años la clase intelectual y política
argentina se ha pasado la vida golpeando irresponsablemente la puerta de los
cuarteles.
Después, un equipo económico
dirigido por el ahora procesado José Alfredo Martínez de Hoz, monetarista de la
escuela de Chicago, profesor de Economía en la Escuela Militar de la, Nación,
subvaluó artificialmente el dólar norteamericano frente al peso argentino,
practicando un liberalismo económico salvaje que expandió la corrupción
financiera y la alegría económica como una metástasis: la era
de la plata dulce. Muchos argentinos se encontraron sin
libertades públicas, pero con dinero fácil en el bolsillo y se acostumbraron a
recitar "por algo será" cada vez que en sus cercanías desaparecía un
familiar, un amigo, un compañero de trabajo. "Por algo será",
"algo habrá hecho", se justificaban mientras marchaban a Miami para
un fin de semana de compras.
En las noches de luna llena
-esa gigantesca y luminosa luna austral-, algunos porteños acomodados e
ilustrados y civilizados salían a las terrazas de sus pisos altos para ver en
el contraluz lunar aquellos extraños aviones nocturnos que bombardeaban el río
de la Plata con puntitos negros. Por eso este juicio a las juntas militares es
doblemente necesario: además de cumplir con la justicia, hay que proceder a una
grande y dolorosa ablución nacional.
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