He leído dos veces “Mein
Kampf“ ( Mi lucha ) de Adolfo Hitler, en años distintos y no por placer; la
primera, con ánimo apocalíptico, por si tenía alguna relación esotérica con uno de los tres Anticristos de
Nostradamus, quedando con los pies fríos y la cabeza caliente. La
última me confirmó que era el modesto pasquín de un perro rabioso, y aún me sigue
sorprendiendo que fuera aceptado sin rubor por un pueblo tan culto como el alemán, que tuviera una versión francesa, que inspirara el
nacionalismo árabe y turco (y hoy acaso persa), y que siga vendiéndose en todo
el mundo mientras las leyes democráticas le persiguen como si fuera un
retrovirus tendente a la pandemia. El periodista y documentalista francés
Antoine Vitkini nos ofrece en “Anagrama”, “Mein Kampf” (Historia de un libro) en
una biografía editorial tan interesante como la aventura del guión de la
peripecia política de Hitler, porque nunca podrá decirse que el caudillo alemán
no avisó de sus pretensiones.
No puedo captar la textura
de la obra en alemán, pero en español la prosa es pedestre y ni siquiera
vibrante, dada su naturaleza, y fue escrita en prisión, mitad por Hitler, mitad
dictada por a Rudolf Hess, que llegó a ser su segundo antes de volar a Escocia,
con facultades mentales perturbadas, y del que se sospecha metió la pluma en el libro, siendo más antisemita que su
Fhurer. La mayor extensión la ocupa el antijudaísmo. Antes que los árabes
tomaran la antorcha, fue por siglos el deporte europeo por excelencia. Nuestra
Isabel, la Católica, expulsó a los safardies y los falsos conversos fueron
administrados por la Inquisición. Pogrom es una palabra rusa que bautizó la
caza indiscriminada del judío, y en toda centroeuropa se les ha perseguido,
vejado y linchado mucho antes de la Shoa, del Holocausto. Hitler no fue
original haciendo del judaísmo el chivo expiatorio de la fracasada, para
Alemania, Gran Guerra, el disparatado Tratato de Versalles que sembraba el
huevo de la serpiente y los desastres de la Republica de Wiemar. Pero como
alegato son mas entretenidos los “Protocolos de los Sabios de Sión”,
compilación de leyendas por los Servicios zaristas, o “El judío internacional”
reunión de tópicos de Henry Ford, que pensaba en cadena como hacía sus
automóviles.
Pero la segunda causa
hitleriana no es el estalinismo soviético, ni la plutocracia internacional y
menos Inglaterra o la necesidad alemana de espacio vital: es Francia, “el
enemigo mortal, el enemigo despiadado del pueblo alemán es y sigue siendo
Francia”. El cabo bohemio desprecia la Ilustración, el chauvinismo galo y su
mezcla con la negritud colonial. Resulta increíble el pacifismo francés de
entreguerras o que una gloria africanista como el mariscal Lyautey recomendara
el panfleto. “Mein Kampf” vendió millones de ejemplares e hizo rico a su autor,
aunque hay que descontar que buena parte los compraba el III Reich que los
entregaba hasta como regalo de bodas o texto escolar. Hay un pobre hombre en
Barcelona que regenta la librería “Europa” y, de vez en cuando, no teniendo los
Mossos de Esquadra nada que hacer, le allanan requisando la maléfica obrita.
Aduce el propagandista nazi que “Mein Kampf” está en las bibliotecas del
Congreso y el Senado, en la Biblioteca Nacional y en los anaqueles de las
Reales Academias. Para vencer al enemigo antes hay que conocerle, y no hay mejor
vacuna antinazi que la pedregosa lectura de Hitler, que forma parte de la
comprensión de los terribles sucesos que envilecieron Europa durante la mitad
del siglo pasado. El neonazismo internacional es analfabeto y ni siquiera
comprende la simbología hinduista de la esvástica.
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