24/4/11

LA GUERRA CLONADA (24-4-2011)

El conde László Almásy, de la nobleza magiar, fue piloto de caza del Imperio Austrohúngaro. Formado en Inglaterra fue corredor automovilístico, vendedor de coches, organizador de rallies y safaris, geógrafo y explorador. Experto en los desiertos del noreste africano descubrió el oasis egipcio de Zerzura en cuyas cavernas pinturas rupestres de nadadores denotan la existencia de un mar prehistórico en las arenas. Oficial nazi durante la segunda Guerra Mundial, el mariscal Rommel le cooptó para su servicio de inteligencia. Rommel estaba llegando a la estación ferrocarrilera de El Alameín y necesitaba un paso a su derecha para no atacar frontalmente Alejandría: la ignota depresión de Quattara, como un redondo cañón del Colorado. En Cairo los ingleses comenzaban a quemar sus documentos. Almásy se hundió en Quattara con un auto de mando cargado de gasolina y estuvo a punto de morir de sed antes de descubrir que el terreno apenas era transitable en camello pero no pudo informar a su jefe. Escribió partes de su vida y el resto se literaturizó en novela y cine, aunque su condición homosexual hace improbable que fuera un paciente inglés pilotando un avión descubierto con el cadáver de una hermosa amante como pasajera. Regresando a las líneas alemanas fue capturado por los ingleses que le torturaron. De un campo de prisioneros británico pasó a una prisión soviética en Hungría y su estela se pierde.

En socorro de los italianos vapuleados por ingleses, australianos, neozelandeses e indios, en 1941 desembarcó en Túnez el Afrika Korps. Rommel era un genio táctico y entendió que en Libia había que combatir como si los carros fueran navíos, dándose a maniobras de flanqueo, copamiento y ataques por la retaguardia. Durante dos años, entre Trípoli y Bengasi, y Tobruk y la frontera egipcia, avanzó y retrocedió varias veces por la misma carretera que hoy es escenario de dos ejércitos de Pancho Villa en camionetas, con la dudosa intervención de misiles americanos y cazabombarderos de la OTAN. Basicamente la guerra es clónica de la de hace 70 años. El desierto de Fezzan es inabordable y la célebre carretera costera en la que cientos de miles de hombres se arrojaban desnudos al mar tras combates a 60 grados (más dentro de un tanque) cuando caía el Sol en una especie de tregua de Dios, actúa como un émbolo de presión- descompresión. Si desde Tripolitania empujas hacia Cirenaica alargas tu logística hasta la extenuación, y el enemigo comprimido ve acortadas sus líneas de aprovisionamiento y, como un resorte, puede impelerse hacia adelante. Así la guerra en este escenario filiforme se convierte en un correr arriba y abajo del único camino, en una partida de ping-pong de pared a pared. En El Alamein a Rommel le llegaba el fuel-oil en submarino y solo tenía 17 carros en orden de marcha, y ahí se terminó el juego.

La misión humanitaria de la que participamos en esta reedición de la partida ya ha beneficiado a 10.000 cadáveres libios de toda condición más un tendal de heridos sin asistencia adecuada. Estos socialistas instrumentalizan el lenguaje y modifican la realidad suprimiendo palabras como guerra. Después de las matanzas de los grandes lagos africanos Naciones Unidas carece de crédito para avalar ninguna intervención y lo inteligente hubiera sido no participar de este conflicto empatado, como ha hecho Alemania sin que se le reproche nada. Pero el síndrome de la retirada de Irak obligaba a Zapatero a involucrarse en este desatino. De no ser por la sangre cabría la humorada de pedir perdón a Gadafi y volver a recibirle de la manita, porque el de la camella es capaz de ganar su guerra civil. Será por eso que cita a Franco. España es un importante fabricante de armas para guerras convencionales, pero los hipócritas de la paz a toda costa se ruborizan por haber vendido a Libia bombas de racimo. ¿Y contra quien pensaban que las iba a usar Gadafi?. Para una guerra en la que no teníamos que estar, nos meten. Somos el paciente español.

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