El conde László Almásy, de
la nobleza magiar, fue piloto de caza del Imperio Austrohúngaro. Formado en
Inglaterra fue corredor automovilístico, vendedor de coches, organizador de
rallies y safaris, geógrafo y explorador. Experto en los desiertos del noreste
africano descubrió el oasis egipcio de Zerzura en cuyas cavernas pinturas
rupestres de nadadores denotan la existencia de un mar prehistórico en las
arenas. Oficial nazi durante la segunda Guerra Mundial, el mariscal Rommel le
cooptó para su servicio de inteligencia. Rommel estaba llegando a la estación
ferrocarrilera de El Alameín y necesitaba un paso a su derecha para no atacar
frontalmente Alejandría: la ignota depresión de Quattara, como un redondo cañón
del Colorado. En Cairo los ingleses comenzaban a quemar sus documentos. Almásy
se hundió en Quattara con un auto de mando cargado de gasolina y estuvo a punto
de morir de sed antes de descubrir que el terreno apenas era transitable en
camello pero no pudo informar a su jefe. Escribió partes de su vida y el resto
se literaturizó en novela y cine, aunque su condición homosexual hace
improbable que fuera un paciente inglés pilotando un avión descubierto con el
cadáver de una hermosa amante como pasajera. Regresando a las líneas alemanas
fue capturado por los ingleses que le torturaron. De un campo de prisioneros
británico pasó a una prisión soviética en Hungría y su estela se pierde.
En socorro de los italianos
vapuleados por ingleses, australianos, neozelandeses e indios, en 1941
desembarcó en Túnez el Afrika Korps. Rommel era un genio táctico y entendió que
en Libia había que combatir como si los carros fueran navíos, dándose a
maniobras de flanqueo, copamiento y ataques por la retaguardia. Durante dos
años, entre Trípoli y Bengasi, y Tobruk y la frontera egipcia, avanzó y retrocedió
varias veces por la misma carretera que hoy es escenario de dos ejércitos de
Pancho Villa en camionetas, con la dudosa intervención de misiles americanos y
cazabombarderos de la OTAN. Basicamente la guerra es clónica de la de hace 70
años. El desierto de Fezzan es inabordable y la célebre carretera costera en la
que cientos de miles de hombres se arrojaban desnudos al mar tras combates a 60
grados (más dentro de un tanque) cuando caía el Sol en una especie de tregua de
Dios, actúa como un émbolo de presión- descompresión. Si desde Tripolitania
empujas hacia Cirenaica alargas tu logística hasta la extenuación, y el enemigo
comprimido ve acortadas sus líneas de aprovisionamiento y, como un resorte,
puede impelerse hacia adelante. Así la guerra en este escenario filiforme se
convierte en un correr arriba y abajo del único camino, en una partida de
ping-pong de pared a pared. En El Alamein a Rommel le llegaba el fuel-oil en
submarino y solo tenía 17 carros en orden de marcha, y ahí se terminó el juego.
La misión humanitaria de la
que participamos en esta reedición de la partida ya ha beneficiado a 10.000
cadáveres libios de toda condición más un tendal de heridos sin asistencia
adecuada. Estos socialistas instrumentalizan el lenguaje y modifican la realidad
suprimiendo palabras como guerra. Después de las matanzas de los grandes lagos
africanos Naciones Unidas carece de crédito para avalar ninguna intervención y
lo inteligente hubiera sido no participar de este conflicto empatado, como ha
hecho Alemania sin que se le reproche nada. Pero el síndrome de la retirada de
Irak obligaba a Zapatero a involucrarse en este desatino. De no ser por la
sangre cabría la humorada de pedir perdón a Gadafi y volver a recibirle de la
manita, porque el de la camella es capaz de ganar su guerra civil. Será por eso
que cita a Franco. España es un importante fabricante de armas para guerras
convencionales, pero los hipócritas de la paz a toda costa se ruborizan por
haber vendido a Libia bombas de racimo. ¿Y contra quien pensaban que las iba a
usar Gadafi?. Para una guerra en la que no teníamos que estar, nos meten. Somos
el paciente español.
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