Pedro Solbes es un
engañador impertérrito, funcionario apartidista, que ha servido a dos
Presidentes socialistas diciéndoles lo que querían escuchar, antes de ponerse a
salvo con su colección de jubilaciones de cinco estrellas. La ingeniera Elena
Salgado, más frágil que el loto y practicante del budismo caliente, charlaba de
nuestros impuestos con Isabel Preysler y Miguel Boyer, y ahora estará en su
casa de Niza, Ayuntamiento tan civilizado que hasta te subvenciona la tenencia
de un perro. Hay errores, equivocaciones monstruosas y cosas que hacen Solbes y
Salgado. La doña se ha distinguido por tener que corregir cada dato que emitía
y ha errado en más de dos puntos (miles de millones de euros) la previsión de
crecimiento del año pasado, a más de dejar en números rojos la Seguridad
Social, cosa inédita desde la agonía de Felipe González. Los responsables del
naufragio tildan de mentiroso a Rajoy y su equipo por propinarnos una sacudida
impositiva a vida o muerte que o la hacemos nosotros o la hará Bruselas, el
BCE, el FMI o el espíritu malo de Angela Merkel. Gracias a la ceguera suicida
socialista somos un país tutelado. Por estas cosas el ex primer ministro
islandés Geir H. Haarde está acusado civilmente de dejación de funciones con
una petición fiscal de dos años. Ejemplo deseable pero imposible porque los
islandeses están fuera del sistema. Según la curva de Laffer bajar los
impuestos es de derechas porque a más tributos menos recaudación (Reagan), y
subirlos es de izquierdas para socializar ganancias. Todo lo ha confundido la
crisis y lo único seguro es que elevar el IRPF es cosa de la impericia o el
engaño de Elena Salgado. El Presidente sabrá que hay que ser caballero en los
salones pero pistolero en O.K Corral.
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