Entre las dos guerras
mundiales Argentina era una potencia y hoy una cuadra abandonada en la que
impera un movimiento que ha destruido la política. No invitaré a seguir sus
ejemplos. Además como estiman que con la comida no se juega si la Policía
Caminera sorprende una tienta van presos hasta los espectadores. Pero de mis
años australes añoro la naturalidad con la que una republica federal interviene
las provincias. Estas están muy sujetas por el embozado centralismo del Puerto,
de Buenos Aires, y cuando una de ellas entra en lo que llaman “default”,
quilombo, merienda de negros cimarrones como el de Castilla- La Mancha o
Andalucía, la mayoría parlamentaria la interviene, destituye al Gobernador
elegido democráticamente y hasta al jefe de la policía, y un interventor
federal gobierna para sanear la contabilidad y reponer la vajilla. Ni los
periódicos titulan a cinco columnas un tutelaje provincial. Ya digo que no vamos
a imitar esa práctica, ni podemos, pero las propuestas del ministro Montoro son
de salud pública aunque la izquierda amante de la desprolijidad las tilde de
impropias. La gestión política no puede seguir siendo irresponsable y ha de
tener sus correctivos administrativos, civiles y penales. Aprobar una ley de
Dependencia, jalearla, y no dotarla económicamente, es una burla cruel a los
más angustiados. No pido cárcel para Zapatero, pero sí que el PSOE cante la
palinodia. Lo importante es la costumbre austral de que si una provincia se
desfonda por dolo pierda temporalmente su autonomía y aboque a otras
elecciones. Montoro tiene razón.
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