En 1953 el Pacto de Madrid
entre Estados Unidos y España sacó al régimen franquista de su aislamiento. La
negociación fue ardua porque Franco cedía territorialidad a unos americanos que
nunca le gustaron nada pero que necesitaba para salir del lazareto. Tampoco
debió ser grato para el Presidente Eisenhower, el liberador de Europa, abrazar
en Barajas al teniente general Muñoz Grandes con la Cruz de hierro de primera
clase colgada al cuello. Pero entre las estupefacciones mutuas primaron las
españolas. No entendíamos que los americanos trataran la “Coca Cola” con el
mismo ahínco que la base nuclear de Rota. Por supuesto se les dieron todas las
facilidades para su refresco, pero tenían otra tabarra colateral: la
distribución de la edición castellana de “Selecciones del Reader´s Digest”,
compendio infantiloide de la manera americana de vivir. Los estadounidenses
primero venden y luego hacen amigos. Nosotros tenemos ahora “embajaditas” que
son lobbies comerciales en Bruselas, y altavoces nacionalistas, las catalanas y
vascas. Las Embajadas de verdad relegaron la Economía a los técnicos
comerciales del Estado que ayudaron lo que pudieron según su disposición
personal. Como dice el nuevo ministro García Margallo, Exteriores está
retrasado 35 años. Nos costó Dios y ayuda conseguir que una pata de jamón
ingresara legalmente en Estados Unidos. Deberíamos tomar como modelo la
agresividad silenciosa de las Embajadas chinas.
Las “legacioncitas” son onerosas e inútiles. De lo que se trata es de
vender “Coca Cola” contra viento y marea.
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