Desde la sumeria, primera cultura que ha podido ser historiada,
hasta el hervor islamista de nuestros días, las civilizaciones han entrado en
colisión y nunca se ha dado una alianza entre ellas. Se ha llegado al
sincretismo religioso o a una convivencia más o menos tolerante bajo una
prevalencia, pero no a dos civilizaciones monoteístas fusionadas o aliadas.
Tras los sucesos de París en Londres cantaron “La Marsellesa” y acertaron,
mientras que los que alzan lápices y rotuladores yerran porque este no ha sido
un ataque a la libertad de expresión occidental que se les da una higa a los
fundamentalistas islámicos. La Yidha (esfuerzo), la franquicia Al Qaeda, el salazísmo, el
Califato o Estado Islámico suponen la lectura literal del Corán y la
destrucción de la civilización judeo-cristiana (“Allá de donde os hayan echado,
volved y matadlos a todos”). El lirismo sobre la convivencia de las tres
culturas en el Califato de Córdoba (que reclaman) es una falacia del buenísmo.
Los grandes filósofos y médicos como Averroes o Maimónides murieron en el
destierro por salvar la vida y su obra fue prohibida por la intolerancia
almohade hasta perderse la que fue escrita en árabe. Nunca judíos, moros y
cristianos (los tres grandes teísmos) se aliaron en modelos de convivencia. El Corán es una religión que se
remite al Libro, a la Biblia, pero también un magisterio de costumbres, un
sistema sanitario y un Código Civil
incompatible con la dignidad de la mujer judeo-cristiana (o atea) o la libre
expresión del pensamiento. Y el Islam es la única fé que condena a muerte la
apostasía. El islamismo, tras una postración ante la civilización occidental,
atraviesa su propia Edad Media chapoteando entre sangre y tinieblas. En esta
parte del mundo al menos una vez en la vida habría de leerse el Viejo y el
Nuevo Testamento, siendo esencial le relectura de las suras del Corán para
entender esta guerra santa (las Cruzadas también lo fueron) sin Saladino y con
expansivos objetivos teocráticos.
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