Erasmo de Rotterdam murió en el catolicismo aunque abonó la Reforma
protestante con su popularísimo “Elogio de la locura” que debe traducirse del
latín como elogio de la necedad. El todavía honorable Artur Mas y su ejército
de Pancho Villa merecen otro opúsculo del mismo tenor en alabanza a la mayor
pérdida de tiempo de la Historia de España. Cuan felices son los hombres cuando
viven arropados por la necedad, situación de la que no escapan ni siquiera los
reyes o los príncipes. La locura se presenta ante un auditorio donde desarrolla
un elogio de sí misma, logrando que su sola presencia desarrugue entrecejos y
produzca cálidas sonrisas. Enumera una por una sus cualidades vanagloriándose de
que sus muchos beneficios se reparten entre todo tipo de personas, desde el
vulgo que se contenta con pláticas de viejas hasta los reyes y eclesiásticos
que se embriagan con toda clase de diversiones.
La “locura” que caricaturiza Erasmo, retrata a Mas y las puntas de
lanza del secesionismo que han de acudir a la bulla porque su imagen no aparece
en los espejos. El de Rotterdam resume estos trastornos del comportamiento en
ignorancia, narcisismo (del que Mas está sobrado), adulación (hacia lo que consideran plebe),
olvido, pereza (otra cualidad de Mas), hedonismo (todas las secesiones son
onanistas), intemperancia y autohipnósis. La locura del nordeste español se
pierde en un carrusel electoral o en listas identitarias juntas o por separado.
Es fatiga mental: dos tercios, o una
mágica unanimidad, del Parlamento catalán no suman ninguna independencia,
sujetos todos a un cíngulo constitucional que solo rompen los golpes de Estado,
la sedición y la traición. Josep Plá me explicó que cuando en el Ampurdán sopla
la tramontana los payeses amigos dejan de hablarse y se dan asesinatos
doblemente irracionales. El viento obsesivo frota el suelo `pizarroso y
electriza el aire perturbando las conductas. No siendo factible la secesión, lo
único posible y deseable es que Cataluña sea independiente de si misma.
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