La jefa del socialismo andaluz (¿solo?) acredita que más vale caer
en gracia que ser gracioso, porque en
poco tiempo y teniendo tantos elementos en contra se ha alzado en el
PSOE con el santo y la limosna. Pertenece al tópico funcionariado partidista,
padre de la partitocracia, versión degenerada de la democracia, y sin haber
comparecido nunca ante las urnas gobierna la Junta de Andalucía como la
heredera de Chaves y Griñán, dos egregios aspirantes a terminar imputados. Hay
padrinos mejores. El sistema o régimen inextinguible que impera en Andalucía
(excepto en las capitales) se basa en la subvención, que frena el crecimiento
económico, y, llegado el caso, en el robo de fondos de desarrollo. Con los ERE
y los infames despropósitos de UGT-A, a Susana Díaz no le favorecían las
apuestas, pero en el ajedrez que está jugando ha hecho una salida de gambito de
Dama que la blinda, sin siquiera perder el peón. Ha conseguido que la vergüenza
pública andaluza parezca que no va con ella, Eva sin serpiente ni manzana, sus
mentores no la contaminan, y entre Rubalcaba y Pedro Sánchez se ha elegido a sí
misma en la silenciosa ceremonia de una socialdemocracia sin referentes.
Adelantar las elecciones andaluzas tiene muchos
premios: tomar a Podemos con el paso cambiado (genial lo de la Semana
Santa), prescindir de IU antes de su conversión
en arabesco lateral, y, especialmente, dotarse la propia Susana de la
votación que no tiene. Ya administra el mayor caudal de votos cautivos del
socialismo, lo que la da derecho a puentear a Pedro Sánchez con Rajoy y a
decidir al margen de una Ejecutiva desconocida y tan débil como el líder. Pero este agresivo gambito de Dama
solo tiene explicación estratégica si el objetivo de Díaz es la Secretaría
General por aclamación si Sánchez cosecha en las legislativas el peor resultado
del PSOE. Esta Dama no ha hecho gran cosa por los andaluces, pero está
resultando una política muy peligrosa.
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