Hace unos días galardonaron a Luis del Olmo con uno de sus enésimos
premios, circunstancia paradojal en un hombre que ha premiado a más compañeros
que ellos a él. Preocupado solo lo justo por el dinero, que al final le
robaron, en una ocasión rentó el tren “Al Andalus” para llevar a sus
profesionales al Bierzo, dando órdenes al maquinista para moderar la velocidad
cuando las parejas salieron a bailar al salón, y él, Tip y yo apostábamos a los chinos
acodados en el piano de cola. Cuando Cataluña era otra cosa tuvo la osadía de
transferirse de Ponferrada a Barcelona,
pasando por Madrid. Fue un adelantado de la radio que llegaba, pero la
pública no entendió aquel magazine matinal de cuatro horas y de costa a costa,
teniéndose que acogerse a las privadas para emitir un “Protagonistas” que ha
quedado para la memoria sentimental de generaciones de españoles. Aún subo a un
taxi y el conductor, asociando mi voz a la del Olmo, me pregunta por su suerte.
Le contesto que siempre le aconsejé que se deshiciera de empresarios y diera
una demorada vuelta al mundo, pero temo que nunca me hizo caso y seguirá
gestionando radios y coleccionándolas. Es un hombre de la hoy vapuleada y
negada “Transición”, que, junto a millones anónimos creyó ingenuamente que
España saldaba la intolerancia, la secta y la cachiporra. Trató a los políticos
con equidad, hoy inusual, e intercedió ante alguno por otro periodista sujeto a
exclusión. Tuvo falsa fama de rigorista aunque sus broncas duraban un minuto
olvidable, y antes creo que como perfeccionista sabía que el directo no admite
rectificaciones. En lo que es presto es en ayudar al más modesto de sus
colaboradores. Competía con el puente aéreo y nunca Barcelona y Madrid
estuvieron más cerca. Como no podía ser de otro modo un empecinado etarra
intentó infructuosamente asesinarle en ocho ocasiones. No le premio nada pero
tengo epitafio: “Trabajó con Luis del Olmo”.
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