Los argentinos descienden de los barcos, principalmente los
provenientes de España, Italia, Centroeuropa y sirio-libaneses (llamados
“turcos”), musulmanes escapados de la descomposición del Imperio otomano en
1.918. Los judíos llegaron antes al Río de la Plata escapando de la Inquisición
o de progromos rusos y nazis. Durante la II GM Argentina congeló los visados a
judíos por anticristianos, y acabado el conflicto abrió sus puertas a la emigración nazi. No obstante la comunidad
israelí en el país austral es la sexta del mundo tras el propio Israel, y la
segunda extranjera más influyente después de la estadounidense. El judaísmo
argentino nutre todas las especialidades
de la intelectualidad del país; excepto
la política. Hasta el siglo pasado no se podía ser Presidente de la
República sin profesar el catolicísmo, ni acceder a la Escuela Militar
de la Nación. El Presidente Raúl Ricardo
Alfonsín (radical, restaurador de la
democracia) hubo de promulgar una ley contra toda discriminación étnica o religiosa. No es de extrañar que
la teocracia iraní con su servomando
Hezbollah esten tras los sangrientos
atentados porteños contra la Embajada israelí y la Mutual judía que aún
esperan ser judicializados. Si la muerte
del fiscal Alberto Nisman quiere tapar la trenza entre la Casa Rosada y Teherán
para hacer negocios y exculpar al
islamismo antisionísta, la Presidenta argentina tendrá un serio problema al
final de su mandato con la comunidad judía,
muy influyente en la cultura y los medios. Por primera vez en Argentina
los judíos se sienten carne de cañón.
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