Irritados por mi empecinamiento en no acudir a un partido de fútbol,
ni siquiera visionarlo por televisión, el Fiscal General de la República
Argentina, Julio César Strassera, azote jurídico de las Juntas Militares,
conchabado con Jaime Torres, el mejor charanguísta del mundo, violentaron mi
casa porteña y, a viva fuerza, me
trasladaron a “La Bombonera”, el estadio del
Boca Juniors donde se jugaba un clásico de alto riesgo con el River
Plate. Sentado en una grada preferente entre mis captores aproveche la salida a
la cancha de los jugadores y el rugido de la masa puesta en pie para
escabullirme como una rata y alcanzar un vomitorio de escape. El rededor del
campo era inquietante: las respectivas bravas sin entradas se tiroteaban
desde las esquinas hasta que avanzó un regimiento de la Policía Federal a
caballo, seguidos por la Guardia de Infantería, tropa de choque de la misma
P.F. La batalla duró cinco minutos porque los jinetes echaron el pecho de los
equinos sobre los grupos (un caballo salta sobre un hombre caído) y la retaguardia a pie detenía a los heridos o irreductibles.
Las cargas no provocaron muertes. Pude buscar un “tacho” (taxi) y regresar a mi
domicilio de donde no debí salir ni con amigos. Nuestras más peligrosas barras
bravas son de ultraizquierda y extrema derecha; los primeros creen que Lenin y
Stalin son marcas de automóviles foráneos, y los segundos que Hitler y
Mussolini son como “Hugo Boss”, que la
postre diseñó la inquietante uniformidad de las SS. La policía tiene
identificados a ambos y es un misterio
por qué no desmantela sus covachas. Solo son chusma creciente que ignora que aun no siendo el cerebro un
músculo funciona como tal haciendo gimnasia con las interconexiones neuronales,
y si no las procuras acabas en regresión al Pithecanthropus Semierectus que
hemos visto en el Manzanares. Terrible la imagen de esos cientos de jóvenes
machos acodados durante 17 minutos en el pretil del río contemplando impávidos
la agonía de un linchado. Ni uno se lanzó al agua para auxiliar a un ser humano
en un aprendiz de río de aguas mansas y sin corrientes, al discurrir entre
esclusas. Fallo multiorgánico entre el matonismo profesional, la cabeza de los
clubs y una policía necesitada de radiotransmisores y muchos más caballos. Lo
que ha pasado no es la excrecencia de un juego lúdico: es la muerte de la
empatía.
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