Montevideo, azotada por los vientos, encerrada en
sí misma, apagada, estuvo tres días en la calle saludando al rey Juan Carlos
que Negaba desde la democracia. Así, el pasado 1º de mayo y la visita de don
Juan Carlos después, pueden haber convencido a la oposición uruguaya de que el
pueblo quiere ser convocado para terminar de salir de esta miseria. Miseria
policiaca que llega hasta la saciedad. Un enviado especial de EL PAIS visitó
recientemente Uruguay.
Las
conversaciones de los lunes entre el Ejército uruguayo y los representantes de
los partidos Blanco, Colorado y Unión Cívica, se celebraban en un salón del
Parquehotel de Montevideo. Algo se había ganado y los líderes políticos
recuerdan cómo hace unos meses tenían que esperar horas, en la calle, ante los
portones de los cuarteles, para ser recibidos en audiencia militar. Éste era un
diálogo que les repugnaba y para el que no estaban preparados. Asesores
estadounidenses les habían convencido de que ganarían el referéndum
constitucional de 1980 y encontraron en él sus Malvinas políticas. Aun así
estimaron que al menos ganarían las elecciones internas de los partidos
autorizados y se encontraron conque la extrema derecha de blancos y colorados
quedaba barrida de las urnas."Tienen reflejos lentos", estima un
dirigente de la proscrita Democracia, Cristiana. "Tardaron ocho meses en
darse cuenta de que tenían que negociar y llegaron al diálogo sin entusiasmo y
sin haber soltado lastre. Podían haber conseguido pactar con los partidos su
impunidad, que es lo que más les interesa; razonables garantías para impedir
que el terrorismo rebrote, e incluso la proscripción de los comunistas en una
primera etapa. Pero no, lo que quieren es entrar en las casas por la noche".
En efecto,
uno de los más caros empeños de los militares en los diálogos del Parquehotel
consistía en la reforma de la Constitución para limitar la inviolabilidad del
domicilio, al menos en las noches. Con el argumento de que la subversión
utiliza con nocturnidad los pisos particulares para sus demoniacas tenidas, quieren
que el Ejército y la policía pueda allanar las casas sin mandamiento judicial
en cuanto se ponga el sol. Y que esa facultad quede reflejada en la futura
Constitución.
Romper la
baraja
Es perfectamente
comprensible el radicalismo de Wilson Ferreira, líder exiliado indiscutible de
los blancos, que busca desde Londres romper la baraja de este diálogo
imposible. "Pero Ferreira", afirman los colorados, "puede acabar
como Haya de la Torre, que ganaba todas las elecciones y no gobernó nunca
porque los militares peruanos cuando juraban la Constitución añadían por
lo bajinis: 'Y odio eterno a Haya". Finalmente blancos, colorados y
cívicos han abandonado la charada del Parquehotel y han emprendido la senda
chilena de las movilizaciones periódicas y pacíficas.
La
oposición uruguaya llama la atención por su cordura política. Son partidos
viejos, que datan -los dos hegemónicos- de la independencia, divididos en
múltiples fracciones que coexisten amigablemente entre sí, con liderazgos
definidos como los de Sanguinetti entre los colorados y Ferreira entre los
blancos. Los partidos tolerados informan regularmente a los proscritos de sus
negociaciones con los militares. La civilidad de estos "suizos de América"
se refleja también en sus políticos. La cerrazón de los uniformados que
detentan el poder puede llevar, sin embargo, al Uruguay a ser el último país
del Cono Sur en recuperar sus libertades, pero una vez alcanzadas es la nación
que tendrá un futuro democrático más estable y menos convulso. Su presupuesto
nacional es el de una multinacional media y podrán repararse con menor coste
social los desastres de una economía con gorra de plato. Pero la
checoslovaquización del país aún permite a los militares seguir mandando en la
tierra que hizo feliz a Garibaldi.
La embajada
estadounidense en Montevideo no ha movido un dedo por la oposición uruguaya. Y
tras la guerra de las Malvinas gran parte del personal diplomático de la
representación de Buenos Aires ha sido trasladada a esta orilla del Plata. Ante
la demolición controlada de las dictaduras castrenses en el Cono Sur, EE UU
podría -así se estima en Montevideo- reservarse Uruguay como un último reducto
de observación en un país pequeño y controlable y de gran importancia
estratégica. Paraguay, sencillamente, no existe; gracias al presidente
Stroessner, Asunción no pasa de ser la capital de una ensoñación geográfica.
La pinza
democrática en la que Uruguay se encuentra, entre Brasil y Argentina, influye
escasamente en este país, siempre un poco a trasmano del mundo. Como me admite
un diplomático, "éste es un destino apasionante, que no interesa a
nadie". La opinión pública internacional puede molestarse en poner sus
ojos sobre los sucesos de Santiago o Buenos Aires, pero es indiferente hacia el
sufrimiento escondido, callado, sin bombas ni tiros, de los montevideanos.
Y eso lo
sabe el teniente general Gregorio Goyo Álvarez, presidente de la Junta Militar,
que se tiene por peruanista, que sólo ha viajado al exterior para abrazar a
Pinochet y que pretende perpetuarse en el poder. Hace tres meses utilizó una
gira interior para lanzar una proclama en la que venía a proponer su propio
partido político. Sus conmilitones le desautorizaron; los políticos se llevaron
las manos a la cabeza: "Ya se ve como un Napoleón de una república
novillera". PeroGoyo ha hecho todo lo posible por enarenar el diálogo
político militar: suspensión de publicaciones, detenciones arbitrarias,
provocaciones constantes.
Dentro del
Ejército sólo el general Rapallo, que manda la primera, división del país y
preside los debates del Parquehotel, cree en la necesidad de restaurar la
democracia; en febrero pasa a la reserva. Sin proyecto político alguno,
apoyándose en su ambición, en el hecho de que Uruguay es una gigantesca
comisaría y en el desinterés internacional y el carácter pacífico de su pueblo,
el presidente Goyo Álvarez rumia su permanencia en el poder más allá de 1985.
Un motivo
de inspiración
Bajo un
gobierno que llegó a encarcelar a Juan Carlos Onetti porque no le gustó el
cuento premiado por un jurado del que aquél formaba parte, los uruguayos pueden
haber encontrado en la reciente visita del Rey de España un motivo de
esperanza. "Sólo el Papa", te aseguran, "podría haber hecho aquí
lo que hizo el Rey: Convidar a cenar bajo el mismo techo a Goyo y a los
políticos proscritos".
El
canciller uruguayo justificó el secuestro de la revista Democracia por
una foto en la que el Rey saludaba a Wilson Ferreira, aduciendo que éste era un
delincuente común. Fernando Morán tuvo que advertirle, cortante, que el Rey no
estrechaba la mano de delincuentes. Los tupamaros españoles sobre los que
nuestra diplomacia negoció con esperanzas siguen pudriéndose en las prisiones
más abyectas del Cono Sur. Tras una visita del Rey hasta la Junta Militar
argentina, antes de las Malvinas, liberó presos e incluso aparecieron
desaparecidos. Los militares de Montevideo no están dispuestos ni a pagar esta
moneda de elegancia, pese a los esfuerzos hercúleos e impagables de nuestra embajada
en Uruguay. Lo dicho: Checoslovaquia y que el Ejército pueda entrar de noche en
las casas. Así están las cosas.
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