2/3/85

La autodestrucción del peronismo (2-3-1985)

La historia más reciente ofrece algunos interesantes ejemplos de suicidio político, cometido por partidos hegemónicos o simplemente en el poder: el Movimiento Nacional y la Unión de Centro Democrático en España, el Partido Demócrata Social Brasileño, que acaba de perder -deliberadamente- la elección presidencial indirecta que dio el triunfo a la oposición encabezada por Tancredo Neves, y, ahora mismo, la autodestrucción en cámara lenta del Partido Justicialista, mayoritario en Argentina durante cerca de 40 años.Muy distintos son los motivos y el contexto de la autoinmolación de cada uno de ellos, pero las circunstancias que rodean la pendiente declinable del peronismo resultan únicas y fascinantes: por su afiliación efectiva y potencial puede considerarse como el mayor partido de Occidente, desde 1947 condiciona la política argentina, perdió las elecciones de 1983 con el 42% de los votos -porcentaje con el que se suelen ganar unos comicios-, continúa controlando la mayor parte del aparato sindical de su país y era presidido hasta hace una semana por la viuda del fundador, instalada permanentemente en otra nación a 15.000 kilómetros de distancia.

Tras su derrota electoral, y pese a haber sido ajusticiado por sus propios votantes, el peronismo ni sustituyó a uno solo de sus dirigentes-los mariscales de la derrota- ni realizó una mínima autocrítica sobre las causas de su holocausto. Acaso no pudiera hacerlo honesta y públicamente por cuanto los orígenes del cáncer peronista son muy anteriores a las elecciones de 1983.

El peronismo es -o fue- un movimiento interclasista, extendido entre el dudoso y atípico proletariado argentino y las clases medias, nacionalista, profundarnente anticomunista, nada revolucionario, corporativista, reformista mediante el uso y abuso del gasto público, visceralmente demagógico y sustentado en el rencor social hacia una oligarquía agrícola-ganadera, aún existente, impropia del siglo XX. Todos ellos componentes de una especie de fascismo gaucho y suavizado -Perón accede democráticamente al poder en 1947- prodigiosamente manipulado por el fundador y con cotas de virtuosismo alcanzadas por su segunda esposa, Eva Duarte.

El general Perón no hizo otra cosa que mejorar la suerte de los desposeídos argentinos. Modernizó superficialmente el país nacionalizando a precio de oro las obsoletas redes ferroviaria y telefónica británicas, y en profundidad, implantando el divorcio y el voto femenino. No fue poco, pero el precio pagado fue políticamente oneroso: la oligarquía fue humillada, pero permaneció intacta y el peronismo dejó a su izquierda la tierra quemada; las ideas de la tradicional izquierda europea, acarreadas por los emigrantes, quedaron arrolladas por una sola ideología popular dominante: "¡Perón, Perón, qué grande sos ... !".

El segundo peronismo - 1973-1976- fue, como siempre en la historia, una farsa del primero y, además, una guerra civil: Eva Duarte fue remedada sin éxito por Isabelita Perón; las arcas del Estado ya no estaban llenas, sólo la austeridad podía repartirse, y una izquierda revolucionaria que practicaba el entr ismo en el movimiento se enzarzó en guerra con una extrema derecha terrorista, no menos peronista que los primeros, además de con el Ejército de su propio país. En la guerra civil peronista, incontrolable por un Perón envejecido y moribundo, acabaron tomando parte las fuerzas armadas argentinas con la delicadeza ya conocida: 30.000 desaparecidos, la ruina y la desmoraliz ación nacional.

Entierro del general

Así, enterrado el general y con él sus extraños sueños, al menos un 20% del electorado peronista votó, el 30 de octubre de 1983, por una salida no peronista a la dictadura militar, y al menos otro 20% del censo -mayoritariamente conservador- ejerció el voto útil radical para vedar un nuevo acceso al poder de los peronistas. Al recordatorio de los pasados errores y desastres se sunió entonces la cara emergente de la nueva dirección justicialista. Depurado militarmente por su izquierda, el peronismo quedó en manos de la rancia burocracia sindical, burdamente anticomunista y siempre un punto maflosa y de presuntos gansters de extrema derecha, como el caudillo bonaerense Herminio Iglesias.

Flor ello resulta extremadamente dificultoso reflexionar sobre la actual escisión peronista, por cuanto se trata de una fractura en falso; necesaria, pero en falso. Sencillamente se trata de que una banda, más o menos armada, capitaneada por el líder de los sindicatos peronistas, Lorenzo Miguel, y por Herminio Iglesias, copó el primer congreso en libertad del partido, celebrado en el teatro porteño Odeón, con un desprecio por las maneras y leyes democráticas rayano en la caricatura. Se hubieran mantenido en el poder partidario de haber negociado con sus correligionarios y haber guardado las formas. Quienes podían hacerlo -peronistas con cargos electos como diputados, senadores y gobernadores- convocaron otro congreso en Río Hondo, a más de 1.500 kilómetros de Buenos Aires, eligiendo sus propias autoridades internas, ahora legitimadas por lajusticia federal.

Ambos congresos se han descalificado mutuamente sin intercambiar la más leve alusión ideológica o programática.

En este contexto, la renuncia de la señora a la presidencia del peronismo da poco frío y menos calor, tanto si es realmente una renuncia irrevocable como si es un sobreentendido con desarrollo ulterior. Aún es pronto para pronosticarle un futuro al peronismo, apostar por su conversión en un tradeunionismo o por su reparto desigual entre el Partido Intransigente (a la izquierda del moderadísimo prosoviético y efitista Partido Comunista) y los sectores más progresistas de la Unión Cívica Radical. Además, lo peor de la crisis no ha llegado aún. El proceso por crímenes contra la humanidad de las tres primeras juntas militares argentinas, ahora en sus vísperas, arrojará toneladas de lodo -algunas merecidas- sobre el último Gobierno democrático presidido por la viuda de Perón.

Ahora el drama es el de los peronistas de base y el de la desguarnecida clase trabajadora. Entiéndalo: Perón fue el único que nos dio algo". Es cierto, como también lo es que "el peronismo es un sentimiento y entra por la piel". Pero también es cierta una de las máximas del general, tan gran muñidor de frases como falso ideólogo: "la única verdad es la realidad".

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