3/3/85

Sanguinetti restablece la legalidad de partidos y sindicatos (3-3-1985)

Julio María Sanguinetti firmó un decreto ayer, el mismo día de su asunción presidencial, que deroga las prohibiciones aplicadas durante la dictadura contra partidos y gremios como la Convención Nacional de Trabajadores, el Partido Comunista, el Partido Socialista o el Plenario Intersindical de Trabajadores.

Fue una jornada de símbolos: inmediatamente después de recibir la banda presidencial de su vicepresidente, Enrique Tarigó, Sanguinetti anunció el inmediato restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Venezuela, rotas tras el secuestro en la Embajada venezolana en Montevideo de una muchacha uruguaya, refugiada de la dictadura militar y que aún continúa desaparecida.En la mañana, Sanguinetti, abogado y periodista ce origen genovés, de 49 años, casado con Marta Canessa, historiadora y periodista, con dos hijos, había prometido por su honor el cargo de presidente en el Congreso de la Nación y ante los representantes de 72 delegaciones extranjeras. Felipe González tomó asiento junto a Bettino Craxi y, acaso intencionadamente, se hizo sentar juntos a los presidentes Daniel Ortega, de Nicaragua, y Luis Alberto Monge, de Costa Rica; tras ellos, el secretario de Estado norteamericano, George Shultz.

Tras la promesa -Uruguay es un país eminentemente laico-, el presidente Sanguinetti pronunció un brillante discurso sin un solo papel a la vista. Calificó la actual crisis económica latinoamericana como peor que la de 1929, hizo un llamamiento para superar no sólo 11 años de dictadura sino 20 de desencuentros nacionales, y aseguró asumir el mando de las Fuerzas Armadas con firmeza y sin espíritu de revancha.

Sanguinetti y su vicepresidente, Enrique Tarigó, subieron a la plataforma de carga de un espantoso jeep amarillo y, de pie, agarrados a la barra antivuelco, desfilaron desde el Congreso hasta la casa de Gobierno protegidos por la caballería de gala.

La multitud en la Plaza de la Independencia iba saludando a los jefes de Estado y primeros ministros a su llegada a la casa del Gobierno, y saltó de júbilo cuando la megafonía anunció que el Gobierno democrático había entrado en funciones. La policía uruguaya se desplegaba correcta y pasiva, en tanto los sistemas de seguridad de algunos mandatarios extranjeros -el español entre otros- se empleaban con rudeza, poco comprensivos con las simpatías que entre los orientales despiertan personalidades como Felipe González. Como contraste, el presidente boliviano, Hernán Siles Suazo, cruzaba la plaza rodeado sólo por dos altísimos edecanes que casi le conducían como a un niño, abrazado y besado por las gentes que vitoreaban a Bolivia.

Una recepción en el Parquehotel -donde comenzaron hace años las conversaciones entre políticos y militares uruguayos- y un concierto de gala en el teatro Solís completaron el protocolo de la toma de posesión.

Por las calles, y hasta la madrugada, baile generalizado al ritmo delcandomblé y juegos de azar callejeros, prohibidos por la ley pero tolerados como desahogo de los empobrecidos uruguayos.
Ni un solo uniforme militar uruguayo a la vista y ni el menor incidente callejero.

Abandono de un general

La restablecida democracia conoció ayer su primer problema castrense. El jefe de la más importantes división del Ejército uruguayo, general Jorge Bonelli, pidió su pase a la situación de retiro. Esta decisión de Bonelli, uno de los militares más duros y hombre de confianza del último presidente de facto, general Gregorio Alvarez, se relaciona con los nombramientos castrenses realizados por Sanguinetti. El Gobierno debe buscarle sustituto entre 14 generales, todos ellos ascendidos dentro del periodo autoritario, para otorgar el mando de esta división, con sede en Montevideo, informa Efe.

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