Tenemos mala suerte con la
historiografía del crimen porque aún damos vuelta a si fue el duque de
Montpansier quien ordenó asesinar al general Prim, valedor de Amadeo de Saboya
al trono de España, en la madrileña calle del Turco, frente a lo que ahora es
Estado Mayor del Ejército. Sabemos al detalle quienes organizaron el 18 de
julio de 1936, y los nombres de los asesinos del almirante Carrero Blanco, pero
no sabemos qué ocurrió el 23-F, y las brumas siguen envolviendo el mayor
atentado terrorista cometido en España (191 muertos y 1858 heridos), que,
además, provocó un vuelco político inesperado. Por supuesto que los socialistas
carecen de responsabilidad alguna en la matanza y su gestión, pero ante el 11-M
siempre tuvieron la mala conciencia de haber ganado unas elecciones rebotando
contra una montaña de carne talada. Zapatero se había aupado sobre las espaldas
de José Bono en un Congreso de trampas y promesas luego incumplidas. ZP era un
florilegio de efectismos: talante (aun no se sabe si bueno o malo) y
pancartísmo tras el accidente del “Prestige” o el envío de tropas a Irak. Con
la sabia retirada de José María Aznar nadie daba un cuarto por el PSOE a
comienzos de 2004. La mayoría de la sociedad no veía necesaria la alternancia.
Bien es cierto que hasta el 11-M fueron arañando intención de voto aunque ninguna
agencia demoscópica colocaba al PP por debajo de una mayoría minoritaria,
situación incómoda pero triunfante.
No es cierto que en
aquellas ominosas horas el PP mintiera o no dijera toda la verdad. Menos el Rey, que se guardó el
cuerpo no haciendo atribuciones, en la mañana del 11-M toda la clase política
(incluida la vasca) y los medios de comunicación, sin fisuras ni ambages,
sindicaron la autoría en ETA. El 11-S cuando al Presidente Bush jr. le
informaron de los aviones kamikaze en un colegio de Missouri se quedó con la
boca abierta ante los niños. De Aznar para abajo el desconcierto fue similar y
la idea de ETA se les atornilló al cerebro como una idea fija. Hasta Ana de
Palacio urgió a todas las Embajadas a insistir en la zarpa etarra. ¿Qué ganaba
el PP circulando por ese único carril?: nada, salvo la credibilidad puesta a
una sola carta. El Ministerio del Interior, Luis Acebes, informaba de continúo
a la Prensa lo que le decían la Policía o los servicios secretos y el hilo
islamista no tardó en aparecer. Pende la sospecha de que Acebes y Zaplana
(Portavoz) estuvieran siendo intoxicados por submarinos socialistas en las
fuerzas de seguridad. Cuando tras la manifestación de repulsa bajo la lluvia
Rubalcaba recibió una llamada de París asegurándole que la jueza antiterrorista
francesa descartaba ETA por completo, dijo a sus compañeros: “Ya hemos ganado”.
Si habían sido los islamistas la culpa era de Aznar por hacerse involucrado en
la guerra de Irak. Faltaba un toque de distinción: echar a la gente a la calle.
En la sede central del PSOE hay un ordenador (lo tendrán otros partidos) con
centenares de miles de teléfonos, y, pulsando una tecla envías el mismo SMS a
toda tu red. Simpatizantes socialistas
rodeando las sedes del PP y Rubalcaba rompiendo la jornada de reflexión, no lo
he visto ni en elecciones centroamericanas en las que hasta está prohibido
servir alcohol.
El 11-M es cosa juzgada por
la Audiencia Nacional y el Tribunal Supremo, y reabrir el caso es más difícil que
forzar el cofre del Banco de España. La mochila bomba sin estallar era
diferente a las que explosionaron, los vagones fueron dados a la chatarra
destruyendo pruebas, el suicidio colectivo de la calle Martín Gaite fue de
película de Tarantino, no casan unos asociales asturianos con unos moritos
buscavidas de barrios bajos, se ignora qué tipo de explosivo se usó y no
podemos ponerle nombre al responsable de los matarifes. Pasados siete años solo
nos queda la chorreante solidaridad de los madrileños, que somos todos. Como en
tantas horas a ciegas Madrid volvió a ser el rompeolas melancólico de todas las
Españas en aquellos idus de Marzo.
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